Durante el año 2022 la Academia Nacional de Ingeniería (ANIU) realizó una convocatoria para reconocer y premiar a trabajos de investigación que tengan como objetivo la innovación sostenible en el sector forestal. Y así, el próximo 24 de marzo se realizará una ceremonia en la que se presentará el resumen de la evaluación realizada y se entregarán los premios ante autoridades de la ANIU, autoridades nacionales y empresas privadas.
Sin embargo, esta noticia lejos de ser un logro del que enorgullecerse, debería preocuparnos. Pues no se trata ya, solamente, del peso que viene acumulando el sector forestal en nuestro país, sino que la forestación se ha transformado en la última década en un negocio super rentable para un sector de la economía que está mayormente extranjerizado y que viene desplazando a otros rubros agropecuarios más tradicionales, como la lechería, por ejemplo.
Por otra parte, cada vez que aparece en la arena política algún proyecto que vaya en contra de los ilimitados intereses del sector forestal, tal como fue el proyecto de ley forestal presentado por Cabildo Abierto que buscaba establecer algunos límites a esta actividad, la reacción de sus lobbies de presión no se hizo esperar.
Por ello podemos decir que el sector forestal no sólo se ha limitado a seguir creciendo, sino que también ha tendido su red sobre el sector académico que debería ser en esencia universalmente independiente. Y esto no debería ser soslayado, sino que queremos convertir a nuestra inteligencia nacional en un think-tank al servicio de las forestales.
Por ello, cuando la ANIU realizó el concurso “Rosario Pou” para reconocer la labor de los innovadores uruguayos en el sector forestal, nos pareció otra forma de “altruismo egoísta”.
Este “egoísmo altruista” consistiría en hacer algo que nos gusta hacer y que además reportar beneficios a terceros, nos beneficiamos a nosotros mismos. Por lo que este tipo de altruismo no es un acto moral. No lo hacemos porque tengamos que hacerlo. Y no tiene nada que ver con la caridad ni con la investigación científica sino, únicamente, con hacer algo en apariencia bueno para los demás pero que, en definitiva, beneficia únicamente nuestro propio interés.
Además, en este caso concreto, la innovación en el sector forestal debería estar financiada o recibir apoyo de las empresas forestales, y no debería ser el Estado quien financie las investigaciones científicas que terminarán beneficiando a un sector de la economía que no vuelca valor agregado a nuestro país, sino todo lo contrario.
Nadie puede dudar que el negocio forestal en Uruguay se ha convertido en un rubo que otorga millonarios dividendos, especialmente para las grandes fábricas de pasta de celulosa, que sacan su producción al exterior a través de una de nuestras zonas francas. Sin embargo, la mayor parte estas ganancias del sector forestal no quedan en el país, a diferencia de lo que sucede en otros sectores agropecuarios cuyos productores son uruguayos y están afincados en nuestro territorio.
Por lo que hablar de reconocimiento a los uruguayos innovadores de la forestación parece ser otra forma de seguir sacando tajadas de nuestros recursos, en esta ocasión, humanos. Y así, el sector forestal en Uruguay seguirá cambiando el paisaje social, cultural y productivo de nuestro país, acentuando todavía más el mencionado éxodo rural de muchas familias que se resignan a abandonar el campo y engrosar los márgenes de la ciudad. Provocando, no solo que muchas unidades productivas desaparezcan, sino también que muchas escuelas rurales deban cerrar por falta de alumnos.
Federico Albornoz
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