“Ninguna razón es una buena razón si requiere que el poder la haga valer”
Bruce Ackerman
Una encuesta realizada por el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores –cuyos resultados publicó a principios de junio de este año– mostró que alrededor del 62% de la población encuestada de 11 países de la Unión Europea (UE) estaba a favor de que su país mantuviera una posición de neutralidad en caso de un posible conflicto entre China y Estados Unidos por la soberanía de Taiwán.
En ese sentido, el comportamiento de la población europea va en concordancia con los intereses comunes que hay con China. De hecho, las inversiones realizadas por empresas europeas en China alcanzaron la cifra de US$ 2100 millones, según datos del Ministerio de Comercio de China. Además, el año pasado, el comercio bilateral entre China y la UE alcanzó el récord de US$ 847 300 millones.
Sin embargo, los datos de la encuesta demostraron también que la ciudadanía europea parece tener más sentido común y más pragmatismo que el manifestado por Úrsula von der Leyen, quien viene abogando desde Bruselas por una escena mundial dividida en dos bloques, ante el peligro que supondría China para la seguridad global.
Pero no resulta raro pensar que a pesar de mediatización que existe del conflicto entre Rusia y Ucrania –y más allá de las fuertes críticas que hay con respecto a las relaciones de China con Rusia–, ha sido relativamente fácil para la ciudadanía del viejo continente escoger una posición de neutralidad frente a un escenario de conflicto, ya que no ignora el valor que tiene el gigante asiático para sus economías.
En esa línea, consultado Jeffrey Sachs –un reconocido economista estadounidense y profesor de la Universidad de Columbia– sobre la teoría del “colapso de China” o la teoría de la “amenaza de China”, expresó que “China no está a punto de colapsar ni amenazar la economía mundial”. Y agregó: “La clave para la recuperación y la prosperidad mundial es la paz. Desafortunadamente, Estados Unidos está exacerbando las tensiones geopolíticas en lugar de resolverlas” (Global Times, 13-3-23).
En este contexto, resulta muy interesante reevaluar el concepto de neutralidad, que vuelve a ser reivindicado en un momento en que la polarización de las relaciones internacionales amenaza con atascar el comercio y el mercado, que son el verdadero motor de los pueblos.
Bruce Ackerman, que aplicaba el concepto de neutralidad a las ciencias sociales, consideraba que en las sociedades modernas fue imprescindible alcanzar un diálogo neutro a nivel social, por medio del cual fuese posible cierto grado de “objetividad” y así desarrollar un sistema de organización social y administración de justicia que no respondiese a los intereses de una clase, un gremio o un partido político determinado. Así, el principio de la neutralidad fue el de consagrar los pilares del Estado y de la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley, no mediante la pura fuerza, sino mediante la racionalidad. En definitiva, el Estado debe ser neutral.
Ahora bien, tradicionalmente, los ciudadanos de cualquier Estado o República tenían la obligación de participar en la comunicación pública, sea a través del diálogo o del voto. Para Ackerman es fundamental que la ciudadanía consagre la neutralidad a través de la crítica constructiva de la sociedad en la que vive. No obstante, Ackerman consideraba que la sociabilización del principio de neutralidad se desarrollaba mediante la educación.
De ese modo, lo sucedido días atrás con la famosa águila del Graf Spee fue una clara muestra de lo importante de que es –como sociedad en un nivel y como país en otro– el principio de neutralidad. Porque más allá de la condena que existe a lo sucedido durante la Segunda Guerra Mundial, no hay que olvidar que debemos ser neutrales frente a la historia para poder valorar desde un lugar imparcial, y sobre todo racional, no sólo los hechos del pasado, sino también las repercusiones de ese pasado en nuestro presente.
Por eso, resulta imprescindible en una sociedad que vive un proceso de fragmentación económica y cultural, y en un mundo en el que las fisuras son cada vez más grandes, resguardar y promover a través de la educación el principio de neutralidad por medio del cual podemos todavía consagrar los valores que fueron también insignia del legado artiguista.
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