“La tierra, el aire, el suelo y el agua no son una herencia de nuestros antepasados, sino un préstamo de nuestros hijos. Así que debemos entregárselos al menos como nos los entregaron a nosotros”.
Mahatma Gandhi
En Enfrentando algunos hechos desagradables, George Orwell advertía que “nos hemos hundido hasta tal extremo que la reafirmación de lo obvio es el primer deber de los hombres inteligentes”, sentenciando que “en tiempos de engaño universal, decir la verdad será un acto revolucionario”. En el Uruguay de hoy, lo obvio es que el Estado distribuye a casi dos tercios de la población agua que nadie hubiera considerado potable hasta hace poco tiempo. Mientras vamos cayendo en las trampas de los publicistas, con la introducción de conceptos como el del “agua bebible”, nos vamos acostumbrando a algo que hubiera sido impensable para un país bendecido con abundantes aguas superficiales y subterráneas.
Algunos economistas gustan de repetir que la base del desarrollo económico son las instituciones o más sencillamente las “reglas de juego”, comodín que sirve para justificar temas variados que van desde una defensa tácita de la usura hasta criticar iniciativas legislativas para regular los talles de la ropa. Pregunta, ¿no hay reglas de juego que protejan el derecho esencial de la ciudadanía de contar con agua potable? ¿Está dentro de las reglas de juego aceptables que UPM tenga prioridad sobre las aguas del Río Negro? ¿Quién definió estas reglas de juego? ¿Dónde está la “institucionalidad” de semejante atropello a los derechos constitucionales de los uruguayos?
Lo obvio en este caso es que el sistema político no tiene una idea clara sobre qué hacer con el tema del agua. Y ante la ausencia de ideas, daría la impresión de que se está recurriendo a las artes oscuras en el manejo de la información. Ante un problema que hubiera alarmado a cualquier gobierno desde la antigüedad hasta acá, la República Argentina nos ofreció ayuda. Pero como nuestro cada vez más inflado ego nacional no nos permite aceptar la idea de que nuestro país vecino esté mejor en algo, rechazamos el ofrecimiento. Y mientras nos distraemos con lo que dijo o no dijo el presidente Fernández, seguimos esperando la planta potabilizadora que no pudo entrar en el Hércules… Lo cierto es que en los casi dos meses que transcurrieron desde que se logró medir la planta con una regla, cualquier buque de carga hubiera tenido tiempo para hacer el ida y vuelta desde cualquier puerto de la costa este de los Estados Unidos hasta nuestro país.
También es obvio que la calidad del agua es una cuestión fundamental para la supervivencia de una ciudad. Es por ello que en la antigüedad la disponibilidad de agua determinaba la ubicación y el tamaño de pueblos y ciudades, algo que cualquiera puede corroborar analizando las principales ciudades de nuestro país. Hoy sabemos que el agua de la canilla en la antigua Roma, que era suministrada por sus famosos acueductos, estaba contaminada con altos contenidos de plomo, ya que el agua dulce fluía por los acueductos para luego ingresar a la gigantesca red de tuberías de plomo que distribuía el agua por la ciudad. Algunos científicos atribuyen a este fenómeno un rol relevante en la caída del Imperio romano, ya que el plomo provoca enfermedades mentales y puede elevar el nivel de criminalidad. Vaya uno a saber… quizás algún científico tenga legitimidad para preguntarse si la calidad de nuestra agua puede tener algo que ver con la alta tasa de criminalidad y suicidios que afecta a nuestro país. Después de todo, no podemos dejar de notar que la tasa de homicidios en nuestro país es más del doble de la que afecta a la República Argentina, por más que la cobertura informativa relativa a ambas márgenes del Río de la Plata nos lleve a una impresión contraria. Por ahora, ninguno de los sociólogos expertos en seguridad que nos iluminan diariamente ha siquiera intentado ofrecer una explicación al respecto.
El problema del agua es muy serio. Mientras el sistema político da la impresión de haber quedado fijado en la usual atribución de culpas mientras se aguarda la lluvia reparadora, los organismos internacionales que asesoran al gobierno parecen más preocupados por cómo se encara la cobertura mediática que por el problema de fondo, en una clara señal de que el problema es más grave de lo que se viene explicando a la población.
Pero mientras no tenemos ninguna certeza sobre la calidad del agua que vamos a tener para beber la semana que viene, los uruguayos nos vemos incitados a festejar las anunciadas inversiones en hidrógeno verde. Del mismo modo que hasta hace relativamente poco celebrábamos con bombos y platillos los emprendimientos de cannabis medicinal, que vendidos como una especie de oro alucinógeno que a todos salvaría, hoy demuestran no haber sido más que un gran fraude intelectual a los uruguayos centrados.
Pero esta regresión cultural se aprecia en diferentes planos. Encuestadoras que varían sus resultados según quién contrate la encuesta; gremiales empresariales que llamativamente se quejan de algunos temas relativamente marginales, pero optan por no decir nada de temas en los que se les va la vida; medios cada vez más perezosos, que lejos de informar, actúan como agentes repetidores de la información que se les acerca desde los centros de poder político y económico.
Lo absolutamente cierto es que algunos de estos sectores privilegiados dan la impresión de haber logrado el sueño de la Dinarp propia, al mismo tiempo que el discurso de las instituciones va corriendo la misma suerte del slogan “Uruguay Natural”. Todavía estamos a tiempo para que la ciudadanía despierte y esta regresión cultural no nos lleve a la extinción. Allí ya no quedará ningún uruguayo para defender esos valores a los cuales expresamos superficialmente tanta adhesión. Seremos otra cosa, pero no la República Oriental del Uruguay. Mucho menos una nación con valores artiguistas.
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