“El trabajo fue el primer precio, la compra original, el dinero que se pagó por todas las cosas. No fue con oro ni con plata, sino con trabajo, con lo que se adquirió originalmente toda la riqueza del mundo”.
Adam Smith
Desde hace años en Uruguay se viene hablando permanentemente del futuro del trabajo, del impacto de las nuevas tecnologías, de la pérdida de empleos y de las consecuencias estructurales que dicha transformación va a producir. Como si se hubiera repentinamente descubierto una nueva fuente de energía o una tecnología revolucionaria, el coronavirus adelantó los tiempos de un plumazo. Si antes se trataba de un tema que no captaba mucho el interés del gobierno de turno, hoy el problema es muy real y actual. Tenemos aquí y ahora un problema de desempleo que nadie sabe a ciencia cierta cómo resolver.
Jean Pisani-Ferry escribió hace poco que “más y mejor educación” ha sido hasta ahora la respuesta de los gobiernos para lidiar con las alteraciones del mercado laboral provocadas por la digitalización y la globalización. Pero el economista francés advierte que los trabajadores no están de acuerdo y que no quieren ni vivir de la seguridad social ni que “los manden de vuelta a la escuela”. Por el contrario, quieren mantener los empleos que los llenaban de orgullo y que los habían mantenido sólidamente en la clase media. ¿Cómo es que hemos llegado hasta aquí?
Desempleo estructural
El desempleo estructural es un fenómeno relativamente reciente en la historia. En la época previa a la Revolución Industrial era inconcebible que alguien con capacidad y voluntad no tuviera oportunidad de trabajar. Si bien Adam Smith y David Ricardo reconocían que podían producirse episodios de desempleo temporario, el concepto de desempleo de largo plazo recién hace su aparición en el siglo XIX. El economista canadiense Mario Seccareccia explica que a medida que las familias provenientes del ámbito rural se iban afincando en las ciudades para trabajar en fábricas, iban olvidando sus habilidades para trabajar la tierra, lo que dificultaba el regreso a sus lugares de origen en caso de perder el empleo. Esto dio lugar al surgimiento de lo que Marx dio en llamar “ejército industrial de reserva”, caldo de cultivo para el virus de la lucha de clases y otras creaciones de la abyección marxista. El resto de la historia es conocido: Primera Guerra, Revolución Rusa, Gran Depresión, Segunda Guerra y luego Guerra Fría.
Una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, los gobiernos del bloque capitalista se preocuparon de promover proyectos que generaran empleo y de establecer redes de contención social que evitaran que la población cayera en la pobreza. Del otro lado de la cortina de hierro regía un sistema que, con todas su fallas y perversiones, aseguraba pleno empleo a sus trabajadores. Fue precisamente el colapso de este régimen el que permitió a intelectuales como Fukuyama declarar “el fin de la historia”, lo que implicaba la victoria final de un capitalismo que comenzó a confundirse peligrosamente con una doctrina neoliberal nunca antes aplicada en un país desarrollado. Les llevó tiempo a los trabajadores navales de Gdansk –y sus colegas en el resto de las exrepúblicas comunistas– darse cuenta de que su lucha contra la opresión comunista había abierto la puerta a un neocolonialismo globalizador que demolía empresas, empleos y dignidades a ritmo vertiginoso.
Histéresis laboral
En su columna de ayer en El País, el Ec. Ignacio Munyo apunta la proa de su análisis a una institución que muchos de sus colegas, por ahora, no se atreven de asociar a ningún tipo de solución: las Fuerzas Armadas. Refiriéndose al debate sobre la educación, Munyo destaca los “resultados muy interesantes que se logran en ese ámbito”, caracterizado por “docentes comprometidos” que transmiten valores como “la disciplina, el respeto y el compromiso”. ¿Por qué no estamos aprovechando la oportunidad que nos ofrece la institución? ¿Quién podría estar en contra de dotar a nuestros ciudadanos de esos valores? ¿Existe alguna otra organización a la cual la República deba antes solicitarle permiso?
Si Munyo apunta a las FF. AA. como una institución que puede contribuir a resolver el problema de la educación en el mediano y largo plazo, el senador Guido Manini Ríos ve además la posibilidad de que contribuya a moderar –al menos temporariamente– el grave problema de desempleo actual. La propuesta del senador por Cabildo Abierto apunta a reducir los efectos de la histéresis laboral, fenómeno que se refiere a los efectos a largo plazo sobre los ingresos de trabajadores que sufrieron largos períodos de desempleo en etapas tempranas de su desarrollo. Esto produce consecuencias a la economía en general, por lo que amerita que el Estado asuma su rol para mitigarlas. En efecto, las FF. AA. ofrecerían a los ciudadanos desempleados la oportunidad de capacitarse mientras realizan trabajos dignos en beneficio de todos los uruguayos. Ni asistencialismo ni vuelta a la escuela. Mens et manus.
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