El desorden expansivo del gasto público fue sumándose sin ninguna corrección de fondo que lo hiciera sustentable. Un boom (efecto cacofónico de una explosión destructiva) de emisión de moneda sin respaldo fueron esteroides que Atlas intentó absorber infructuosamente. El titán –que en la metáfora representa a los individuos productivos de la sociedad: empresarios visionarios y trabajadores competentes con dedicación, sacrificio y buen hacer– ya no sostiene nuestro mundo.
Este sistema falso de mentirnos una moneda local fuerte (no representativa del valor consistente en los recursos genuinos del país cuyo Estado la emite) no interiorizó, tampoco, el avance tecnológico, que fue un desahogo al comercio y servicios de informalidad vía las aplicaciones. Un mundo de comercio paralelo al Estado que se sacudía intentando soportarlo. Libre de impuestos, de regulaciones absurdas, de endeudamiento público, de corruptelas, de corrupción.
En nuestro país, el gobierno actual, como tantos otros, luego de tanto conservadurismo progresista, recibió una herencia fatal de carga tributaria insoportable, endeudamiento, empresas públicas fundidas y emisión sin respaldo que licuaba salarios y pasividades. Este gobierno no tuvo agallas para hacer el ajuste a fondo del gasto público desbocado, insustentable, hizo apenas retoques. Un país gris no aceptaba pasar por el CTI ante una crisis terminal, apenas resistió hacer un maquillaje.
La ilusión de que el gobierno controlaría el gasto, bajaría impuestos y derogaría los abusos regulatorios creó un boom (efecto cacofónico de una explosión destructiva) de afluencia de inversiones en divisas, que, al no tener correlación con Atlas, mantener salarios públicos en un nivel insoportable y pasividades que ajustaba automáticamente en el mismo monto, por una bestial disposición constitucional, se fundió. No hay plata.
El Banco Central no advirtió al gobierno que esta ilusión de poder adquisitivo caro en pesos y barato en dólares era un atentado directo contra la producción nacional, la cual, por soportar los costos públicos internos desbocados, se hacía carísima en pesos y estaba obligada a vender barato en dólares. Un negocio ruinoso.
El próximo gobierno progresista conservador recibirá una poción de su propia medicina.
La situación interna requiere urgente un ajuste brutal de precios en pesos, o sea bajar drásticamente el gasto público. No solamente para cambiar la pisada de la producción; sino para revivirla con el largo tiempo consiguiente. La producción agropecuaria está al borde de la parálisis, ha aguantado todo y más.
Se están viendo en estos días los efectos catastróficos de un esquema Ponzi en inversiones ganaderas. Una estafa piramidal por la cual los estafadores no consiguen pagar los intereses de una inversión que los soportaba a ellos y sus lujos con el mismo dinero invertido, que resulta insuficiente para continuar la calesita.
El desarrollo del sector inmobiliario siguió el mismo proceso. Dólares “baratos” y pesos “caros” crearon otro boom (efecto cacofónico de una explosión destructiva), en este caso inmobiliario, que vienen resistiendo las empresas constructoras y sus inversores a fuerza de cambiar esos dólares baratos para pagar salarios e insumos caros en pesos. Pronto colapsará el sistema y se ajustará solo con desempleo e incumplimiento.
En este estado de cosas, los augurios para un gobierno que promete más Estado, no aumentar impuestos y redistribución de la riqueza que ya no existe es un albur que presagia una tormenta perfecta. Sin ánimo de pesimismo, sino de considerar que nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio, es imprescindible corregir intenciones de persistir sobre un falso proyecto, ajeno absolutamente a la realidad. Ser conscientes de que la vaca se quedó sin leche, carne y cuero. Que esta recorrida por los barrios y los balnearios en los que crecen como hongos edificios tiene pies de barro.
No admite ninguna de las recetas progre conservadoras de un gasto público que ya en sus gobiernos anteriores había desbordado. Aun con viento de cola, precios de commodities que eran un sueño y hoy son pesadilla. Persistir en el error de no ajustar el gasto público es un suicidio nacional.
Es hora de que los progresistas sean realistas. Que abandonen su posición conservadora del desastre y avancen acordes con los cambios de época, que se imponen, más allá de la voluntad de las corporaciones. Si persisten en redistribuir algo, deberá ser sus propios y abultados ingresos, privilegios y prebendas que conceden graciosamente. No se soportan graciosas “velitas al socialismo” sobre los esqueletos de lo que fueron antes las fuerzas productivas de Atlas.
Recorrer otro camino conduce inexorablemente a una deriva totalitaria. Exigirán a lo Chávez: “exprópiese” a un emprendedor que cederá agotado el fruto de su esfuerzo, exhausto. Serán responsables de la expatriación final, en un país que poco puede exportar aún de talento y esfuerzo.
Es hora de que toda la “casta”, toda, reconozca a dónde condujo su voracidad, su decidía, su voluptuosidad y avaricia por el poder. Cómo exterminó a un país absolutamente sustentable, agotando la paciencia de Atlas.
Los uruguayos aguardan impacientes una respuesta, para saber hacia dónde irán.
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