Vamos perdiendo la batalla cultural. La decadencia de los valores occidentales greco-romanos y judeo-cristianos va camino de convertirse en algo oficial y tal vez irreparable.
La cultura es lo que le da identidad a un pueblo, a una sociedad, a una nación; es un sistema de valores, creencias y manifestaciones artísticas que dan cuenta de esos valores y creencias. La cultura es también una forma de ver y entender el mundo. Por ejemplo, la cultura del trabajo es el supuesto de que la forma de suministrarse uno mismo y su familia es aportando la fuerza de su trabajo a cambio de una ganancia. Aquí se están expresando formas de vivir, pero también la filosofía que está detrás de esa forma de vivir.
Lo que nos unía como cultura que era la religión, las ideas, las creencias, los valores básicos de la convivencia y de la dignidad, hoy se nos redujo todo al infierno de lo igual. Es decir, desde que todos escuchamos la misma música, aquí y en el África, desde que hablamos el mismo idioma que es el de la tecnología, desde que en Europa lo que menos se ven son europeos, sino en su gran mayoría aluviones africanos y asiáticos con sus no siempre respetuosas formas de asumir la hospitalidad que se les ha brindado, desde que uno ya no puede decir casi ninguna verdad sin que se considere todo temiblemente relativo, la identidad de Occidente se ha visto amenazada y desdibujada en una cultura altamente demagógica, progresista y carente de identificación.
Huntington, en su obra “El choque de las civilizaciones”, expone con claridad que de todos los elementos que unen a las civilizaciones, el más importante es el de la religión. Y en ello estoy bastante de acuerdo. Si intentamos buscar una identidad del Occidente –donde tenemos la fuerte cultura judeo-cristiana en convivencia con las tradiciones laicas— realmente en la actualidad nos veríamos en un aprieto. ¿Cuál es el subfenotipo del occidental? ¿Qué nos identifica como civilización en tiempos de globalización, pero también de renuncios, de temores y de retrocesos? Nos asimilamos a una mundialización indiferente y sin historia y sin casi darnos cuenta terminamos entregando lo que somos en manos de lo que no nos representa; nos transfiguramos en lo que no somos.
El comunismo, cuyo ferviente enemigo fue siempre la familia, el capitalismo, la Iglesia y en general las religiones –aunque hay quienes viven el comunismo como una religión– está avanzando ahora sobre nuevos niveles. Antes los comunistas predicaban la destrucción de la familia, la abolición de la propiedad privada y alentaban a la clase obrera a que se levantase contra el patrón opresor; ahora se sofisticaron sin dejar de alentar la destrucción de la familia, en lugar de la vieja revolución armada que pondría fin a los siglos de progreso occidental, hoy tientan el colapso por medio de separar y poner en oposición al lobby LGTBQ+ con la “heteronormativa”, al hombre blanco y capitalista enfrentado como verdugo a la mujer y a los descendientes del África subsahariana, supuestas víctimas del libre comercio y de la difusión de ideales de la libertad, de la ciencia y de la espiritualidad occidentales. El fin de todo esto sigue siendo el mismo; es un distinto camino, pero el mismo destino: destrucción de la familia y de todos los valores que definieron siempre a esta civilización donde triunfó la ciencia, la libertad y el sentido profundo de los llamados derechos humanos, especie que no se conoce entre los comunistas, ni en muchas de las sociedades que aspiran a destruirnos.
Con nuestro miedo y con nuestra condescendencia vamos perdiendo la batalla cultural; dejamos que nos obliguen a hablar como ellos quieren, nos callamos para evitar un conflicto, pedimos perdón ante cualquier comentario “opresor” o calificado “de odio”, evitamos decir en público que vamos a la Iglesia o que practicamos los sacramentos, porque no falta el que ataca gratuitamente, mientras que uno no puede devolver el golpe porque generalmente el que ataca pertenece a la minoría protegida y avalada por el estado.
Pongamos foco y alarma en la desorientación, que etimológicamente quiere decir perder de vista la luz, y abramos los ojos acerca de lo que están tratando de hacer con nosotros y con nuestra civilización. Si nos distraemos o no nos importa, perdederos más de lo que hemos ya hemos perdido.
*Psicóloga y profesora. Especialista en autismo. Mg en dificultades de aprendizaje.
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