En el parque zoológico de Villa Dolores había un salón de los espejos donde de niños disfrutábamos viendo los grotescos reflejos que nos devolvían los cristales. Me pregunto si sería posible diseñarlos con el efecto opuesto, de manera que las deformidades reales pudieran –aunque fuera solo por instantes– transformarse en imagen de normalidad.
Pues algo similar sucede con Argentina. Cuando nos miramos en el espejo del Plata, la imagen que nos devuelve suele ser gratificante. Pero a no llevarnos a engaño, es una mera imagen. Nuestro Uruguay enfrenta graves problemas, solo que palidecen en comparación con la problemática argentina. Especialmente en el terreno económico-financiero.
Verano tibio
La reflexión viene a cuenta de comentarios vertidos en Montevideo la semana pasada por Carlos Melconian, economista y expresidente del Banco Nación (durante el actual gobierno) y hoy señalado por versiones periodísticas como hombre de consulta del “albertismo”. Su visión centraba en un sostenido control oficial del mercado cambiario argentino y el impacto negativo que ello tendría sobre la próxima temporada turística en el Uruguay.
En otras palabras, el tipo de cambio que deberán pagar potenciales turistas argentinos para visitar nuestras playas será demasiado alto para que haya una afluencia importante este verano. Si bien el gobierno uruguayo podrá promocionar dicha corriente con los beneficios acostumbrados (exención del IVA en ciertas compras, etc.), tales medidas no alcanzarán para cubrir la fuerte brecha entre el poder adquisitivo del dólar entre Argentina y la costa uruguaya.
También se descartaba la posibilidad de que las autoridades uruguayas permitieran un ritmo más ágil de depreciación de la moneda uruguaya ante el dólar, en vista de sus frecuentes intervenciones destinadas a enlentecer dicha tendencia. No así los comerciantes esteños, quienes exhiben en sus pizarras – junto al plato del día – cotizaciones informales para aquellos que desean abonar con billetes verdes.
Bien, por ese lado nada nuevo ya que la temporada pasada también estuvo bastante chata. Vendrán los propietarios y los brasileros. Habrá que preguntarse, sin embargo, si la merma en el ingreso estival de divisas pueda acelerar la tendencia de depreciación del peso uruguayo y obligar a mayores y más frecuentes intervenciones por parte del BCU. Porque en realidad, si bien Argentina sigue figurando en el “top five” de los socios comerciales del Uruguay, es solo en el área de los servicios donde su impacto logra movernos la aguja.
2020 caliente
Pero lo interesante estuvo en las apreciaciones más allá del verano y allende el río, en tres temas muy entrelazados: el programa del FMI, el mercado cambiario y el manejo de la deuda. Aquí Melconian sugirió que el mercado cambiario continuaría restringido, que el FMI adjudica prioridad a la recuperación de su préstamo y que no veía probable una salida “a la uruguaya” (reperfilamiento sin quita) de la deuda externa argentina.
Claro que todo escenario para el 2020 depende de los supuestos acerca de las inminentes elecciones. En la poco probable hipótesis que Macri logre un segundo período, se podría retomar la relación con el FMI con vistas a modificar los contenidos de ajuste y condicionalidad del programa, en vista del mayor horizonte de implementación y la tolerancia a la austeridad exhibida por la ciudadanía. Con la reanudación de desembolsos bajo un nuevo y ampliado acuerdo FMI, una restructuración “amigable” con los acreedores privados sería más factible. Sería un “we shall do whatever it takes” (haremos todo lo que haga falta) por parte del FMI para salvar a Argentina, evocando la frase de Mario Draghi para salvar el euro en 2017.
¡Otra vez deja vu!
Si bien es improbable una declaración de apoyo incondicional a la Argentina bajo Macri 2.0, es totalmente remota bajo la mucho más verosímil hipótesis de un retorno del kirchnerismo al gobierno. Por más de una década (2003-15) la relación FMI-Argentina fue de estrecha tirantez, marcada por el repago anticipado de deudas y el indisimulado maquillaje de estadísticas. El FMI es anatema para el ala cristinista del Frente para Todos (La Cámpora, Máximo y Kiciloff) y es difícil ver como Alberto podrá conciliar un Acuerdo FMI sin provocar un cisma interno. Todo indica que no habrá programa con el FMI en el 2020.
Bajo el actual programa se ha desembolsado USD44 billones (a junio) y quedan 12 por desembolsar. No serán desembolsados hasta que haya un nuevo gobierno y acuerdo. La prioridad del FMI será asegurar el repago de lo ya desembolsado, y su calidad de acreedor preferencial implica que está primero en la cola de acreedores. Lugar que difícilmente le interese al FMI compartir con los acreedores privados externos.
A fines de 2018 la deuda publica de Argentina alcanzaba el 86% del PBI. Siendo que más de las ¾ partes estaba denominada en moneda extranjera, es lógico suponer que dada la devaluación cercana al 50% ocurrida desde entonces, el cociente deuda/PBI actualmente supera el 100%. No hay nada mágico en esta cifra; Argentina ha incumplido con cocientes en torno al 40%.
Dadas estas expectativas, no ha de extrañar que el mercado cambiario y el comercio internacional argentinos enfrenten nuevas medidas fiscales y de control. Con niveles de actividad y empleo en baja, la inflación en alza y nuevos deterioros en las cifras fiscales, la búsqueda de recursos será implacable.
Timonear la economía argentina en estas condiciones será un desafío descomunal para cualquier gobierno, por más unido que sea. Si encima existen líneas de fisura en cuanto al grado de moderación o radicalización de las políticas, el fracaso está asegurado.
Es probable que este no sea un gran verano para los balnearios uruguayos, especialmente en el aspecto de la afluencia de turistas argentinos. Los inviernos de Punta del Este, sin embargo, están cada vez más concurridos.
(*) Doctorado en Economía por la Universidad de Stanford. Ex Director Ejecutivo del Banco Mundial.