Causa indignación y estupor leer el texto y observar las fotos que publica La Nación el 7 de marzo pasado en un artículo firmado por el periodista Luciano Román, bajo el título de “El sindicalismo, entre los negocios y la oscuridad”.
Se expone, con la evidencia incuestionable del testimonio gráfico, la absurda asignación de recursos que permite el contraste edilicio entre la sede central de Suteba (sindicato de la enseñanza) y el Ministerio de Educación de la Provincia. El ostentoso rascacielos vidriado de la sede gremial emplazado en frente del viejo, desvencijado y descascarado local de un servicio público educativo esencial, en la avenida 13 y las calles 56 y 57 de La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires.
El escenario refleja un contraste que va más allá de la comparación de los inmuebles que alojan las sedes respectivas, pues es demostrativo del enriquecimiento opulento de los sindicatos y la escasez de los recursos públicos, que condena a la Dirección de Cultura y Educación, como se llama ahora, a ocupar un ruinoso y vergonzante local.
Es decir, gremios poderosos e instituciones débiles; poderosa burocracia sindical que alardea con inversiones costosísimas, en detrimento de quien presta una función esencial y educativa. Para colmo, a pocas cuadras, como doloroso ejemplo, se muestra el deterioro del edificio de la escuela Mary O’Graham, en homenaje a una de aquellas maestras que trajo Sarmiento de Estados Unidos cuando implantó la enseñanza gratuita y obligatoria en Argentina. El otrora esplendor de las escuelas emigró a los sindicatos.
El gremio de los maestros –sigue diciendo el articulista– rico y opulento, jamás informa a sus afiliados-contribuyentes de la administración y gestión de los cuantiosos recursos que maneja. Y los dirigentes sindicales están atornillados en sus sillones con pretensiones de eternidad o de dejarlos como herencia, como si se trataran de bienes propios. La lucha sindical se ha convertido en una coartada para amparar privilegios, que se opone a cualquier reforma que apunte a dar transparencia, modernizar o mejorar la competitividad. Sin que importe el aumento del trabajo en negro ni la precarización laboral.
Los ejemplos de Baradel, titular del gremio de la enseñanza y nuestro conocido Marcelo Balcedo, verdadero dueño de Soeme, que tiene a su cargo de los servicios de logística –hoy rindiendo cuentas ante la Justicia uruguaya que le incautó millones de dólares y varios autos de alta gama y a la vez le blanqueó el resto de su fortuna mal habida, como bien dijo el diputado Lust– son muestras elocuentes del poderío sindical al punto de que entre ambos dirigentes se decide el comienzo de las clases.
En otra área, Omar Maturano, jefe de los maquinistas, se desplaza en un automóvil nuevo marca Audi con chofer, mientras los obreros se quedaron sin tren para ir a sus trabajos por el paro que el mismo dirigente decretó. O sea que fue su propio dirigente que los dejó a pie.
El conocido Hugo Moyano, al frente del poderoso gremio de los camioneros, ya tiene a su hijo Pablo como heredero de su dirigencia. Hace un tiempo su hija Hilda fue conminada por la Justicia a devolver la suma de medio millón de dólares que estaba sospechada de vinculaciones con un ilícito penal y su padre, el corrupto Rey Midas de la Matanza, expresó para quitarle importancia al asunto: “Por favor, si son dos mangos”.
Los ejemplos pueden repetirse hasta el cansancio, pero el presidente Javier Milei también puso la mira sobre ese entramado de negocios y corrupción. Está dispuesto a modificar y democratizar el sistema para que los sindicatos tengan unas elecciones periódicas y transparentes, con la reelección por una única vez de sus secretarios generales. Eliminando las actuales parodias electorales, verdaderos simulacros con listas únicas y trampas para desalentar toda oposición y la posibilidad de una alternancia en los mandos.
Son una cúpula de favorecidos que están al frente de los más importantes gremios de Argentina, desde hace años enquistados en su dirigencia como los citados Baradel y Balcedo y los Moyano, Luis Barrionuevo, Rodolfo Daer, Julio Piumato, Omar Marturano, Armando Cavalieri, Gerardo Rodríguez, Andrés Rodríguez y Gerardo Martínez, entre otros.
A este sindicalismo, calificado duramente por los diarios argentinos como un grupo de presión que beneficia más a sus dirigentes que a sus afiliados, convirtiéndolos en una élite superprivilegiada que condiciona al poder político, es al que el presidente Milei quiere reformar.
Hasta el momento, ninguno de los gobiernos entre los pocos que han intentado hacer algo al respecto ha logrado disipar la opacidad del universo sindical.
Esperamos que sea el nuevo presidente quien, como en tantas otras cosas que piden un cambio radical, consiga romper la hegemonía de la cúpula privilegiada, ambiciosa y depredadora que hoy gobierna los sindicatos de la república hermana y, como dice el escritor Jorge Fernández Díaz, también busca desmantelar el Estado mafioso y una metodología de atraso y saqueo que describió de manera brillante en su discurso y: “Que es un sueño dorado para quienes nos opusimos al modelo empobrecedor, venal y corporativo del kirchnerato”. Milei todavía con una clara mayoría en su apoyo que sigue apretando los dientes y confiando.
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