(Supercapitalismo es) cuando en una empresa la ganancia se convierte en la única vara de medición, sin tener en cuenta en absoluto que quienes trabajan en ella son responsables de la vida de la empresa, desde una perspectiva de trabajo conjunto. El supercapitalismo nos remite a la Teología de la Liberación y a la opción preferencial por los pobres que tiene sus raíces de legitimidad en el Evangelio. Para la Iglesia, los pobres son aquellos considerados insignificantes, “no personas” a las que no se reconoce la plenitud de los derechos humanos. En la práctica estas personas carecen de peso social o individual; generalmente cuentan poco en la sociedad. Por supuesto, la cuestión económica es fundamental, pero no es la única. Hay múltiples razones por las cuales los pobres no son “vistos”: sin duda la falta de dinero, pero también el color de su piel, ser mujer, o formar parte de una cultura despreciada. La pobreza es un complejo poliédrico de factores. Este enfoque sugiere cultivar una nueva perspectiva, la solidaridad de todos hacia todos, en un continuo fluir. Los marxistas siempre han criticado duramente a la Iglesia, señalándola como defensora de las clases privilegiadas. Evidentemente, esto no es cierto. Basta pensar en las obras sociales que se han llevado a cabo a lo largo de los siglos, y que desde la Rerum Novarum han contribuido al desarrollo en los territorios de cajas rurales, cooperativas democristianas, obras de ayuda a trabajadores, a los hijos de familias en dificultades, y asociaciones de ayuda mutua.
El desafío del transhumanismo
El mayor desafío está relacionado con el transhumanismo, es decir, ese movimiento cultural que reivindica la modernidad tecnológica y científica con el fin de lograr beneficios físicos y fisiológicos para la especie humana, por ejemplo, mejorar la salud, alargar la vida, aumentar las capacidades intelectuales y sociales. Los cristianos no podemos hacer afirmaciones del tipo: “No tenemos nada en contra y dejamos que la gente haga lo que quiera”. Es necesario que la Iglesia se pronuncie sobre el tema. Se trata de preservar la dignidad humana y el sentido de la existencia y no sólo de centrarse en los intereses que gravitan en su alrededor.
El “Great Reset” y el riesgo de convertir a la Iglesia en “una ONG cualquiera”
En mi opinión, parecía aflorar una conciencia distorsionada, caracterizada por la propensión de los más ricos a cultivar posturas filantrópicas, pero controlando a las masas (por ejemplo, cuando se habló de dotar a todo el mundo de un salario universal). Incluso Stalin, en su época, afirmaba que todos somos iguales y debemos tener las mismas oportunidades. ¿Por qué recurro a esta referencia histórica? Todos compartimos el noble y primordial objetivo de mostrar cómo superar la desigualdad, la injusticia, el hambre y las desigualdades sociales en el mundo. Sin embargo, ¿alguien en Davos se ha preguntado alguna vez quién es el responsable de la miseria en el planeta? Si nos remontamos a dos siglos atrás, durante la época del colonialismo los dirigentes de nuestra sociedad se enriquecieron explotando tierras en África o América Latina. Ahora estas personas se presentan envueltas en otro traje. Tomemos a uno de los hombres más ricos del planeta, Jeff Bezos. Se hizo multimillonario gracias a estructuras empresariales en las que las condiciones de trabajo no siempre parecen brillar por su coherencia, su previsión, su cohesión social. La Doctrina Social de la Iglesia establece que la superriqueza debe distribuirse equitativamente. Todo trabajador tiene derecho a un salario justo por su trabajo y a periodos de descanso fijos. No es admisible que un trabajador reciba mil euros a fin de mes y su jefe dos millones: hasta un niño entendería que se trata de una desigualdad que hay que remediar. Esto no deja de ser trabajo colectivo. La Doctrina Social de la Iglesia insiste en que el beneficio debe repartirse en justa proporción…
La inteligencia artificial será el vehículo de un nuevo mundo conformado por pura tecnología, hasta el punto de determinar una inteligencia artificial que ya no será individual. Esta tesis influyó enormemente en la cumbre de Davos, donde también se debatió la teoría del llamado “Great Reset” (gran reseteo). En este encuentro internacional se analizó cómo crear un horizonte común que ya casi no incluya al individuo. En este sentido, una frase del visionario empresario Elon Musk me hizo pensar mucho: que el mundo ya no necesitaría trabajadores en el futuro. El problema es qué será de esa masa de individuos que ya no necesitarán ser empleados. Se habla de garantizar a todas las personas un salario universal. En resumen, una visión que no encaja en absoluto con la visión de la Iglesia…
La teoría del gran reseteo, avanzada por el economista Klaus Schwab, describe una economía en manos de partes interesadas, propone una construcción más justa y sostenible del medio ambiente y la explotación de las innovaciones de la cuarta revolución industrial, es decir, la mejora del capitalismo con inversiones orientadas al progreso mutuo. Por supuesto, todo es decidido por unos pocos, la dimensión democrática desaparece. La dinámica no parece ser tan diferente de la forma en que el partido comunista de antaño definía lo que era la felicidad para sus ciudadanos. Para la Iglesia, se trata de no ceder ante estas ideas, de no aceptarlas: en el fondo se trata de una antropología materialista novedosa que corre el riesgo de socavar su accionar, de reducirla a una ONG cualquiera.
La pandemia y sus efectos sobre el trabajo y el aumento en la pobreza
La excanciller Angela Merkel invitó a Bill Gates a hablar de la vacunación contra el Covid, y con razón, pero no puede decirse que durante su mandato demostrara el mismo entusiasmo por la gente común. Millones de personas de todo el mundo han perdido su trabajo y se han hundido en la pobreza como consecuencia del coronavirus, mientras que un puñado de superricos son aún más ricos que antes, e incluso han duplicado su riqueza durante la pandemia, como muestran las estadísticas de “Forbes”. ¿Es esto tolerable durante mucho más tiempo? Creo que no es normal ni correcto aceptarlo, al menos por parte de la Iglesia: sigue siendo injustificable.
Cardenal Gerhard Müller, exprefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe durante el papado de Benedicto XVI, en “In buona fede: la religione nel XXI secolo”, libro en el cual el teólogo alemán es entrevistado por la vaticanista italiana Franca Giansoldati.
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