La Mañana fue de los primeros en advertir que la política monetaria implementada por el BCU desde hace dos años conduciría inevitablemente a un atraso en el tipo de cambio. Sin embargo, no hubiéramos imaginado que un equipo económico llegara a permitir un desfondamiento del tipo de cambio real como el que se observa en la actualidad. Esto logró pasar más desapercibido en un contexto de suba en el precio global de los commodities, proceso que terminó abruptamente en los últimos meses del 2022, marcado por una sustancial caída en el precio del ganado. Si a esto agregamos los efectos de la peor sequía en más de tres décadas y de la fuerte depreciación del peso argentino, la situación que enfrenta el sector productivo nacional es delicada.
Es verdad que esto se produce luego de una fenomenal cosecha de verano en la temporada anterior que permitió dar gran aire a los balances de las empresas, luego de años de sufrir el atraso cambiario en su versión astoribergarista. Pero para el mundo de la economía y las finanzas, el partido no se juega en el pasado sino en las expectativas futuras. Y si las empresas no tienen perspectivas de ser competitivas y producir márgenes adecuados de ganancias, dejan de invertir en capital fijo y contratar personal. Ante la presión recesiva, el déficit fiscal aumenta por caída de recaudación y mayor gasto público, poniendo fin a ese clásico ciclo tan bien descripto por Rudiger Dornbusch y Sebastian Edwards en “La macroeconomía del populismo en América Latina”. Tarde o temprano sobreviene la devaluación, y si los países tienen algo de suerte, logran escapar de los otros dos problemas que van asociados con la devaluación: reestructura de deuda y crisis bancaria. Es en ese momento que aparecen los “artífices de la salida” para dar comienzo a un nuevo ciclo y convencer a tirios y troyanos que “esta vez es diferente”, asistidos por los infaltables organismos internacionales que garantizan que con ajuste fiscal y baja inflación todo lo demás se resuelve como por arte de magia.
Este es un dilema de naturaleza similar al que se tuvo que enfrentar el presidente Tabaré Vázquez durante su segundo mandato. Con el tipo de cambio sobrevaluado y una pérdida de rentabilidad del sector exportador, el Gobierno terminó jugándose todos los boletos a la obra de UPM 2, situación que percibieron muy bien los finlandeses, gracias a los múltiples asesoramientos locales con los que cuentan hasta el día de hoy. La obra del Ferrocarril Central es uno de los “hijitos” de esta situación de rendición en que había quedado la producción nacional. Disfrazado como Proyecto Público-Privado (PPP), esta obra lo único que tiene de privado es que por esas vías casi con seguridad solo lograrán circular con normalidad los trenes contratados por la firma finlandesa. A la parte pública le recaerá todo el resto, desde pagar la obra, sufrir los sobrecostos, enfrentar al creciente número de pymes damnificadas y, en caso que la obra no se termine en el tiempo prometido, pagarle cuantiosas multas a UPM. We are fantastic!
En economía no hay almuerzo gratis, por lo que todo esto lo pagará alguien, seguramente todos aquellos que paguen impuestos y no accedan a los beneficios fiscales ofrecidos por la COMAP. Nos referimos a los trabajadores, los productores, los profesionales independientes y las pymes en general. Cada vez que otorgamos exenciones fiscales para que se instale una gran empresa debemos tener presente que alguien en la sociedad estará pagando ese esfuerzo; y normalmente son aquellos sectores que sostienen el sector productivo los que cargan asimétricamente con el costo de estas decisiones, a menudo tomadas entre cuatro paredes entre “técnicos” sin representatividad política.
Hoy parece que vamos entrando rápidamente en lo mismo. De la noche a la mañana aparece un grupo inversor que nadie conoce para embarcarnos en la aventura del hidrógeno verde. Daría la impresión que en este caso no solo comprometeremos las habituales prebendas fiscales sino también el agua del acuífero. Por suerte esto viene con el imprimátur del BID y la consultora McKinsey, por lo que se supone que deberíamos dormir tranquilos. Seguramente están pensando en el interés de los uruguayos y no el de las multinacionales que prometen convertirnos en la África del siglo XXI gracias al agua, el litio, los alimentos y la energía que abundan en nuestra región.
Como para que no nos demos cuenta y de taquito van apareciendo “nuevas ideas”. De golpe hace su ingreso a la ventana de Overton de la discusión nacional la posibilidad de liquidar el BHU. Mientras dos millones de ciudadanos son forzados a beber agua salada y debatimos sobre la “ciencia” detrás de las discusiones en torno a su calidad, la millonaria iniciativa privada de Arazatí se terminará convirtiendo en un hecho consumado difícil de rechazar. Y para no aburrirnos, una nueva iniciativa privada nos propone una millonaria obra para construir un tren metropolitano, por los mismos autores del Ferrocarril Central y sin siquiera consultar a empresas que llevan décadas ofreciendo el servicio de transporte de pasajeros metropolitano.
Todo muy moderno y sofisticado, a ser pago en módicas cuotas por el bolsillo de los uruguayos, mientras todos los días desaparecen pymes en el litoral –y calefones en Montevideo y Canelones– como si se tratara de un episodio de extinción. Pero la economía seguramente viene muy bien: nos lo asegura el FMI y lo evidencian los sucesivos premios y expresiones halagüeñas que recibimos desde el exterior.
Daría la impresión que transitamos una época fermental de iniciativas privadas, como si Cecil Rhodes y sus acólitos hubieran aterrizado en la Banda Oriental. Pero la intuición y la experiencia histórica nos sugiere transitar con cuidado y prestar mucha atención, para evitar quedar encandilados con los focos. No sea cosa que terminemos como el Transvaal sudafricano a fines del siglo XIX.
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