El 3 de febrero pasado Uruguay XXI publicaba en su portal una nota titulada “The Economist destaca nuevamente a Uruguay en índice democrático”. En la misma se informaba que nuestro país había aumentado su puntaje democrático de 8,85 a 8,91. Con ello Uruguay subía del puesto número 13 al 11 en el ranking de calidad democrática del “prestigioso medio”, halagando con ello la calidad de nuestra democracia; como si fuera necesario que el continente responsable de gran parte de las tiranías y guerras del siglo XX se expidiera sobre nuestro sistema democrático, uno de los más antiguos del mundo. Comportamientos propios de un mundo colonial.
Hegel explicaba este comportamiento en el plano psicológico con la dialéctica del amo y del esclavo. El filósofo alemán se refería a la lucha entre dos seres humanos que intentan el dominio de uno sobre el otro. Hegel argumentaba que para que uno logre el predominio, el otro debe reconocerlo como tal. Con el reconocimiento del amo, la vida del servidor queda garantizada. En el Diálogo de Melos, los atenienses advierten a los melios que “son los fuertes quienes imponen su poder y a los débiles les corresponde padecerlo”. Pero los melios optaron por no claudicar y tiempo después fueron diezmados. Como explica Hegel, el amo prefiere la libertad a la vida y el servidor la esclavitud a la muerte. Esa relación de preferencias que garantiza el equilibrio entre personas, también explica muchos aspectos de las relaciones entre naciones.
El problema de mostrarse tan dependiente de la adulación, los premios y los rankings extranjeros se presenta cuando los vientos cambian y con ello mutan los intereses de los grandes poderes. Veamos lo ocurrido con el artículo que The Economist publicó la semana pasada sobre Uruguay. Solo dos meses después de habernos elevado en el olimpo anglosajón, la “prestigiosa” publicación nos coloca ahora en señal de alerta de corrupción. Siguiendo su tradicional dialéctica, el semanario comienza por alabarnos, destacando que el 95% de la matriz energética es de fuente renovable (paradojalmente no se menciona que éste nos es precisamente un logro de gobiernos democráticos), que personas del mismo sexo se pueden casar si lo desean y que los residentes del país se pueden drogar libremente adquiriendo marihuana en las farmacias. Previsiblemente, el artículo continúa con la saga de Astesiano, Marset, los pasaportes, el narcotráfico… ¡y hasta el título de Peña!. Todo para terminar alertando que esto podría poner en peligro las chances de los “conservadores” en las elecciones de 2024. Solo le faltó explicitar que la publicación no está contenta con que Uruguay y la región entera mantengan una política exterior independiente, evitando el torbellino belicoso en torno a Ucrania.
Llamativamente, la publicación británica no menciona en lo más mínimo los casos Morabito o González Valencia, personajes mucho más importantes en las redes criminales internacionales que operan en nuestra región que el tal llamado “gerente de la hidrovía”, un simple eslabón en una cadena de fuertes intereses extraregionales. Pero no se le pueden pedir peras al olmo, y la culpa es de quienes viven atentos a los vaivenes de esta publicación profana fundada por un banquero escocés para promover la derogación de los aranceles a la importación de granos (“Corn Laws”). En ese mundo el interés económico prima ante los valores y las ideas.
El desdén de la publicación británica por todo lo hispánico y mediterráneo es histórico. Cuando en 2005 Antonio Fazio, presidente de la Banca de Italia, osó cuestionar la venta de un banco del Veneto a un grupo bancario holandés, ésta sacó rápidamente a relucir un episodio de corrupción que supuestamente lo involucraba. Luego de varios números dedicados a mancillar la reputación del prestigioso banquero italiano, finalmente el 11 de agosto de ese año tituló uno de sus editoriales con “Please go, Mr. Fazio” (por favor váyase Sr. Fazio). Así se hizo, el banco se terminó vendiendo y los depósitos de sus ahorristas pasarían a financiar obras en cualquier lado del mundo, menos en la región del norte de Italia donde se había producido el ahorro. Basta con ver hoy el estado de la industria italiana casi dos décadas después de la renuncia de Fazio. En lo que respecta al banco holandés, fue de los primeros en quebrar tres años después, hoy ya no existe. El políticamente incorrecto banquero católico quedó en el olvido.
No fue necesario que Elon Musk comprara Twitter para que nos percatáramos que los dueños de los medios influencian sus contenidos. El problema no es que eso ocurra, sino que circulemos por la vida pretendiendo que esto no es así. The Economist no es, ni lo fue nunca, una excepción. No es tarde para que empecemos a preocuparnos más por cómo cambiamos nuestra propia realidad que por cómo nos ven los tejedores de rankings. No es atándonos al libreto preparado por el mundo globalizado o vistiendo sus elegantes tartanes que vamos a estar protegiendo el interés de la Nación.
Como ocurrió con los melios, escoger la libertad tiene sus costos. Esa es la lección que los Treinta y Tres Orientales nos marcaron a fuego con su pabellón. No circulemos con falsas banderas ni rindamos innecesarias pleitesías a intereses foráneos. No olvidemos las lecciones de ese gran caudillo que fue don Luis Alberto de Herrera.
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