El trabajo está en el centro de la sociedad actual, condiciona su progreso y sus desequilibrios y constituye una de las principales causas de sus crisis. “El trabajo -dice la encíclica “Laborem Exercens“- es en cierto modo la clave de toda la cuestión social” (LE 3). Por lo tanto, es urgente promover una verdadera civilización del trabajo. Pero tal visión presupone una profunda transformación cultural, una que traduzca en práctica vivida socialmente las verdades fundamentales sobre el trabajo humano. Es usual calificar el trabajo como un “hecho objetivo” condicionado por la naturaleza, separándolo de su “dimensión subjetiva” que alcanza la conciencia y las capacidades de los individuos. Ciertamente, no se puede presentar a Don Bosco como un visionario profético que aporta recetas para los graves problemas actuales del trabajo vistos como un hecho social objetivo. Pero su testimonio activo ofrece un mensaje original principalmente en el ámbito de la “dimensión subjetiva” del trabajo. En esta línea, la posibilidad de una “civilización del trabajo” pasa por la superación del concepto de formación artesanal y técnica entendida como mera capacitación, reclamando el paso hacia una visión humana integral: “el hombre, de hecho, es el principio, el sujeto y el fin de la actividad del trabajo”.
La originalidad de la relación de Don Bosco con el mundo del trabajo se manifiesta en una voluntad educativa que se ocupa de la totalidad de la persona existente en el joven aprendiz, y en una concepción del desarrollo humana que se centra en la capacitación y la profesionalidad, en la dimensión ética social (la formación del “ciudadano honesto”) que no existe sólo en los derechos a reclamar, sino también en los deberes a cumplir. Don Bosco nos recuerda que en el centro de toda preocupación familiar, social, política y económica debe estar el hombre, particularmente el joven, con sus necesidades, sus expectativas y la dignidad de su persona. El punto de vista de Don Bosco, en la variedad y multiplicidad de sus intervenciones, fue siempre el de la educación y nunca perdió la oportunidad de recordárselo a todos, de manera particular a las autoridades. Don Bosco siempre sostuvo la necesidad del imperativo educativo: el primer sujeto del trabajo es el hombre.
En una época en la que la industria y el comercio se desarrollaban a un ritmo acelerado, Don Bosco dio al trabajo y al empleo juvenil el lugar que merecían en el ámbito de la educación y la estima social. Supo encarnar los anhelos de una “cultura del trabajo” en una metodología pedagógica y didáctica. El trabajo, no como esclavitud o como hobby, sino como profesión y deber noble, un poderoso factor de bien material, moral, individual, familiar y social, una fuente de satisfacción, en claro conflicto con la esclavización del trabajador a la máquina y a la producción por la producción. Don Bosco pretendía llevar el trabajo a la dignidad de una escuela, más allá del programa estrictamente profesional y del resultado económico.
Don Egidio Viganó, Rector Mayor de la Congregación Salesiana, durante la conmemoración del centenario de la muerte de Don Bosco. La Scala di Milano, 18 de abril de 1988
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