Para prevenir los grandes males que acompañan siempre a las huelgas, el poder público debe, en el orden de sus atribuciones, velar para que el contrato de trabajo sea en realidad un contrato libre y que los patrones cumplan con los obreros los deberes de la justicia y la igualdad. Considerando que la causa de las huelgas no sólo pertenece al orden material, sino al orden moral, es indispensable que el poder público conceda a la Iglesia completa libertad para que pueda realizar todas sus obras de restauración social y cristiana…Por lo que toca a la defensa de los bienes corporales y externos, lo primero que hay que hacer es librar a los pobres obreros de la crueldad de hombres codiciosos que, a fin de aumentar sus propias ganancias, abusan sin moderación alguna de las personas, como si no fueran personas, sino cosas.
El trabajo, esto es, el ejercicio de la actividad humana, es inseparable del mismo hombre, porque en él entra todo el hombre, el alma y el cuerpo, la inteligencia y las fuerzas musculares; y es un absurdo lo que hace la Economía Política de personificar la fuerza de trabajo y considerarla como una acción que se pueda vender o alquilar en el sentido propio de la palabra. Esta personificación no es verdadera: en el trabajo entra el hombre entero, y no debe considerarse jamás como una cosa, una mercancía sometida a las fluctuaciones de la ley de la oferta y la demanda, es un acto humano que tiende a un fin legítimo, esto es, a procurar al trabajador los medios de subsistencia. El trabajo y la retribución, o sea el salario, deben hallarse, según las exigencias del derecho, en perfecta igualdad o identidad de valor.
Monseñor Mariano Soler, Obispo de Montevideo, en su Carta Pastoral sobre la “Cuestión Social”, del 2 de febrero de 1896. Mons. Soler recoge en su carta la orientación de la encíclica “Rerum Novarum”, aprobada por el papa León XIII en 1891.
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