Desde hace bastante tiempo, sobre todo en los últimos meses, primero con afán electoral y luego del fallo de las urnas en octubre y noviembre -como postrer recurso para cosechar la mayor votación posible de cara a las elecciones municipales de mayo y hacer más tangible la promesa del “inexorable” retorno en el 2024- se repite machaconamente la tesis de que Uruguay conoció la justicia social recién con el advenimiento de FA al gobierno, hace 15 años.
De ahí a intentar fabricar la sicosis de que el nuevo gobierno de la coalición multicolor, a partir del 1o de marzo, va a echar por tierra todas las conquistas, hay un paso corto.
Uruguay, al comenzar el siglo XX, ya se proyectaba ante la región y el mundo como un fanal de avanzada en materia de un acelerado progreso económico y social.
En este comentario solo estamos apuntando a lo que tiene que ver con las conquistas laborales. Queremos exceptuar de la crítica a esta campaña que pretende desconocer y ningunear la riqueza social que precozmente exhibió nuestro país, a gran parte de la dirigencia de la coalición de izquierdas, que algunos de ellos hasta llegaron a exhibir imágenes en sus despachos de figuras que hicieron historia, en señal de reconocimiento a los logros que enaltecieron a nuestro país.
Uruguay, al comenzar el siglo XX, ya se proyectaba ante la región y el mundo como un fanal de avanzada en materia de un acelerado progreso económico y social.
Desde este semanario pretendemos revivir el espíritu de aquella combativa publicación que fue La Mañana desde su inicio. Su apresurado surgimiento tuvo como motivo fundamental defender las conquistas iniciadas en las elecciones del 30 de julio de 1916: voto secreto, generalización del derecho al sufragio y representación proporcional.
Su prédica persistente apuntaba a una amplia autonomía municipal, financiera y funcional, a la descentralización administrativa, a la independencia completa del Poder Judicial, a las garantías de los derechos de reunión y asociación, y de la carrera administrativa.
Y era en este periódico, que tenía como heráldica el gallo que canta, que se reivindicaba en sus páginas en forma insistente, que el nuevo Comité Ejecutivo del Partido Colorado Gral. Rivera propuso en su programa del 15 de setiembre de 1916 los derechos políticos e igualdad civil para la mujer, el estatuto del funcionario público, el Código del Trabajo con reglamentación de trabajo de mujeres y menores.
Y en este amanecer del siglo pasado, en clave de progreso, no se puede dejar de evocar la señera personalidad de José Batlle y Ordoñez que expresaba su sensibilidad por lo social a través de sus dos principales colaboradores: Domingo Arena y Pedro Manini Ríos, ambos socios en el estudio jurídico, y unidos por una infatigable amistad. Aún después del cisma colorado, todos los meses se reunían a almorzar.
Es esta generación de dirigentes políticos que tiene claro que el rol del Estado es actuar como árbitro de los conflictos sociales. Protección a los más débiles y desvalidos. Sistema social solidario y participativo. Derecho al trabajo. Estas son las premisas prioritarias donde se cimientan los programas políticos del nuevo Uruguay de hace cien años.
Manini fue quien redactó el mensaje de ley de 8 horas y descanso semanal en 1911. Y no podríamos dejar de mencionar a Herrera y Roxlo en esta agudizada epidermis por la justicia laboral, pues ellos también presentaron un proyecto de ley regulatoria de la jornada laboral.
José Enrique Rodó, uno de los mayores exponentes del pensamiento uruguayo que mantuvo una enconada confrontación con el caudillo colorado Batlle y Ordoñez, tamnién compartió la sensible epidermis de su generación por la causa de los trabajadores. Como parlamentario colorado (tres legislaturas), lanzó un alegato “Del Trabajo Obrero en el Uruguay” en aras de la justicia social, que podría superar a cualquier reivindicación de los llamados partidos de ideas de su época y fue realmente revolucionario para el año 1906.
“Los conflictos entre el capital, que defiende su superioridad, y el trabajo, que reclama su autonomía, no son el rasgo privativo de una sociedad o de una época: pertenecen al fondo permanente y sin cesar renovado de la historia humana…”