Al que es amigo, jamás
lo dejen en la estacada
Martín Fierro
La virtud olvidada
Acerca de las vicisitudes del vínculo entre los seres humanos, el tema de la lealtad y la traición ha estado presente desde siempre en toda nuestra cultura. Ya aparece en múltiples episodios de la obra de Esquilo y se perpetúa en innumerables autores hasta nuestros días.
En un mundo globalizado, con una cultura individualista, materialista y superficial, la lealtad o fidelidad aparece como una virtud olvidada. Con frecuencia ha sido objeto de burlas por parte de los que la menosprecian como algo propio de un idealismo o de una ingenuidad poco realistas. En cambio, como prueba de su valoración, la encontramos, por ejemplo, en la obra de Josiah Royce La filosofía de la lealtad, en la que sostiene que “es una virtud primaria, el centro de todas las virtudes y el deber central entre todos los deberes”. La define como “el principio moral básico del cual se derivan todos los otros principios”, y la caracteriza como “la devoción consciente, práctica y amplia de una persona a otras personas o a una causa”. Señala que “es una disposición activa, una subordinación del deseo propio a la causa que uno ama”. Y es eminentemente social, “la fidelidad que aúna a los numerosos seguidores de una causa, uniéndolos en su servicio”.
Una cuestión de conciencia
Lealtad, entre otros valores morales y éticos,es sinónimode nobleza, rectitud, honradez y honestidad. Permite desarrollar relaciones sociales o de amistad con un vínculo de confianza sólido, donde automáticamente se genera un respeto mutuo. Nace del apego, ese vínculo afectivo natural que se establece desde los primeros momentos de vida entre la madre y el recién nacido y cuya función es asegurar el desarrollo psicológico futuro y la formación de la personalidad.
La lealtad es un valor y una virtud que pertenece al fuero de nuestra conciencia, y consiste en el compromiso de ser fieles a lo que creemos y en quien creemos. Se deriva de la gratitud, el respeto y el honor que nos merecen alguna persona, comunidad, gobierno, causa ideológica o política o creencia. Y están involucrados valores como la sinceridad, el respeto, la honradez y el afecto. Es voluntaria, en cuanto que se ofrece en forma libre, sin coerción. No es un mero sentimiento por algo, sino una disposición asumida, comprometida y activa. Y está estrechamente ligada con las virtudes de verdad, justicia, benevolencia y cortesía. Tiene lugar cuando realizo un acto que implica un costo que podría evitarse, un acto que no es observable (nadie me ve) pero lo hago por adhesión o afecto. En cuanto genuina disposición interna, es una cuestión de conciencia que no se puede asegurar por ningún medio externo y es la base y el fundamento de todos los pactos y contratos que la dan por supuesto.
El concepto de lealtad puede tener lugar en múltiples ámbitos de la vida humana: en la amistad, la relación de pareja, el orden político, el trabajo, la transacción comercial, el deporte… Aun en el marketing del consumo se habla de “fidelidad a una marca”. Hasta podemos decir que la lealtad existe en los animales, especialmente en perros, gatos o caballos. Abundan los casos en que se pone de manifiesto una actitud que merece inscribirse como “gratitud” hacia el afecto y protección que los seres humanos les brindan.
Lo opuesto de lealtad es la traición, una infidelidad que supone el incumplimiento de la palabra dada, que provoca el engaño y destruye la honorabilidad de las relaciones interpersonales.
La vida política es un área humana fecunda en traiciones. Ya la suponemos casi sin extrañeza, como un mal cuasi necesario o inevitable. En una población, cuanto más bajo es el nivel de la cultura mayor parece ser la abundancia de deshonestidades y mentiras de su clase dirigente. Entre nosotros, el caso Borocotó se convirtió en un símbolo de cuando la bajeza adquiere tintes ya payasescos. Y las “candidaturas testimoniales” han sido indicios de una lamentable precariedad de la honorabilidad cívica. Ya todo lector tiene sobrado conocimiento de tema tan detestable, por lo cual aquí obviamos comentarios.
La lealtad de José
Como un hecho ejemplar, un texto bíblico nos muestra lúcidamente todos los elementos esenciales de la lealtad: José, vendido en Egipto, fue comprado por Putifar, un alto funcionario del faraón. Y como fue dando muestras de excelentes condiciones, su dueño lo nombró su mayordomo y administrador de todos sus bienes. Como José era apuesto y de buena presencia, después de un tiempo la esposa de su patrón fijó sus ojos en él y le dijo “Acuéstate conmigo”. Pero él se negó y respondió: “Mi patrón me ha confiado todo lo que posee y no me ha impuesto ninguna restricción fuera del respeto que te es debido ya que eres su esposa, ¿cómo entonces voy a cometer un delito tan grave y a pecar contra Dios?”. Y por más que ella lo instigaba día tras día, él no accedió a acostarse con ella. Pero un día José entró en la casa en el preciso momento en que todo el personal se encontraba ausente. Entonces ella lo tomó de la ropa y le insistió: “Acuéstate conmigo”, pero él huyó dejando su manto en manos de la mujer. Cuando regresó su marido ella le contó: “El esclavo hebreo se ha burlado de mí y pretendió violarme, pero cuando yo grité pidiendo auxilio él dejó su manto y se escapó”. Putifar se enfureció, hizo detener a José y lo puso en la cárcel (Gen 39).
La ética de los negocios
En el mundo de los negocios, todo contrato o compromiso hace presumir que se da sobre la base de la honestidad y es un acto de confianza. El cumplimiento no está asegurado y supone asumir un riesgo. Pero se da por sentada la honestidad, lo cual fundamenta todo el andamiaje del mundo de las empresas, las organizaciones y los negocios. Sin un mínimo de confianza, todo convenio o compromiso se hace imposible. En las empresas, el nivel directivo se da cuenta de la importancia de poder contar con la lealtad de sus subordinados. Se toma muy en cuenta en las entrevistas de selección. En algunos casos, se firman contratos de confidencialidad, que exigen una seria reserva con respecto a las actividades de su trabajo, acerca de ideas, nombres de productos, decisiones de la compañía, estrategias de mercado y otras. Pero la empresa no puede crear lealtad, porque la lealtad es un don libre de la persona.
Los bancos y las grandes empresas tienen necesidad de controlar las acciones de sus miembros y orientarlas hacia sus objetivos. Y lo que más temen son las áreas de acción que quedan fuera del control de la dirección. La razón de este temor y falta de confianza es la concepción pesimista del ser humano que poseen las instituciones capitalistas. Los directivos, los propietarios, los empresarios e inclusive a veces los sindicatos, dan por sentado que el trabajador es por lo general un oportunista poco confiable y nada altruista al que necesariamente hay que controlar. Se apela al sistema de los incentivos, pero esto debilita la lealtad, porque refuerza los comportamientos controlables.
Si falta la lealtad, las organizaciones resultan altamente vulnerables, especialmente en tiempos de las grandes crisis, cuando más hace falta la adhesión de los trabajadores, que ha sido sustituida por los incentivos.
De todos modos, la conclusión más productiva que nos pueden dejar los pensamientos de este artículo es que somos capaces de gestos mucho más nobles y altruistas que lo que pueden exigirnos las obligaciones y los contratos. Podemos ser dignos aun cuando no nos vean.
* Licenciado en Psicología (UBA). Fue profesor de Psicología Social y Psicología de la Personalidad y director de la Carrera de Postgrado en Psicología Clínica (UCA).
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