Todos sabemos la importancia que tiene el lenguaje como medio de comunicación humano. No es el único medio, pero sí el más expresivo y completo. Por el lenguaje somos capaces de entendernos, porque compartimos significados; cada concepto define una realidad y así es aceptado por todos. Si el lenguaje designa y da identidad, podemos decir que ordena el mundo. El mundo pasa de caos a cosmos por el lenguaje, que posibilita la comunicación a través del entendimiento mutuo.
Dar nombre es ordenar la realidad, para posibilitar salir de la alienación que significaría que cada uno llamara a las cosas en forma diferente. Solo por referir un ejemplo de nuestra cultura judeo-cristiana, es muy gráfica la imagen cuando Dios, luego de la creación, hace pasar delante del hombre a los animales para que les ponga nombre. Este es el signo de que debe dominar y ordenar lo creado, como modo de colaborar con el Creador.
Esta reflexión, por cierto muy básica, sobre el lenguaje y su función sirve para comprender el significado trascendente que reviste para la realidad. Por tanto, cualquier cambio en el mismo no es inocente y nos revela intenciones ideológicas mucho más profundas. Este es el caso del llamado lenguaje inclusivo, que días pasados ha defendido el Presidente de la República Argentina y que también se está imponiendo no solo culturalmente, sino legislativamente en otros países.
De acuerdo a lo que veníamos diciendo, modificar el lenguaje es pretender cambiar en forma violenta los significados que permiten la vida en sociedad. Eso debería ocurrir luego de un proceso gradual de transformación de la realidad, pero nunca puede hacerse mediante cambios “revolucionarios”, es decir, abruptos.
Por otra parte, nuestro lenguaje revela el pensamiento, son facultades que van unidas, hablamos como pensamos y viceversa. Por tanto, los cambios que hoy se proponen van más allá del modo cómo nos expresamos externamente, sino que quieren imponer una forma de pensar. El tema es mucho más grave que el gramatical, consistente en agregar una “e”, una “x”, una “@”, ir contra las reglas de la lengua española o crear nuevas expresiones (v. gr. mujer gestante en lugar de madre).
Se trata de algo que excede lo meramente formal, es una cuestión fundamental; se vincula con el modo cómo conocemos y pensamos nuestra realidad y si, por ejemplo, es posible hacerlo en forma no binaria. De hecho, anotamos de paso, que desde el punto de vista lógico no hay nada más binario que defender un género no binario.
Este tipo de imposiciones a nivel jurídico son peligrosas por lo que esconden, porque pretenden cambios forzados mediante “ley” y no la igualdad ante la ley, y así el Estado de derecho se va transformando en un Estado de leyes. Pero, lo peor es que la sociedad se va desintegrando en una gran Babel donde no somos capaces de entendernos utilizando el mismo lenguaje, porque ya no compartimos los mismos significados.
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