Joritz Uxue Pagoeta, vasco por donde se lo mire, era el carnicero del barrio al que todos conocíamos por el sobrenombre de “el vasco JUP”.
Era un hombre de sobrados méritos en el noble trabajo del corte y venta de carne. Además era servicial, siempre con una sonrisa y una dedicación al trabajo que honraba a sus ancestros.
Generalmente los vascos llegados a estas tierras eran lecheros, pero este, de porfiado o vaya a saber qué, salió carnicero.
Me parece verlo con su delantal ensangrentado, afilando cuchillas o mandando sierra en la media res colgada del gancho.
La txapela que siempre llevaba en la cabeza -una especie de boina enorme- y una bandera euskera en la pared al fondo de la carnicería, relataban el orgullo de su origen.
Estaba casado con doña Lorea, vasca también -su nombre traducido al español significa Flor-. Siempre estaba detrás de la caja, cobrando.
Ella no era como Joritz, era más parca, de gesto adusto y dura. No tenía una actitud tan abierta y simpática como “el vasco JUP”.
No era iletrada y mucho menos ignorante, pero que le faltaba formación, le faltaba. Pero sobre todo era una pujante porfiada.
Muchos de los esfuerzos que hacía JUP por preservar la clientela, Lorea los echaba por tierra.
Trabajadora como pocas, también se mostraba porfiada y cabeza dura, como dice la leyenda popular sobre los nobles habitantes de la bella euskal-herria.
Cuando el matrimonio hablaba entre sí, lo hacían en euskera y nos resultaba tan incomprensible a todos que nos quedaba la duda si realmente entre ellos lograban entenderse.
En cierta oportunidad, Lorea se trabó en una discusión interminable con Joritz sobre los cortes de carne.
Ante la diferencia de precio entre las pulpas, Lorea quería cobrar el precio de pulpa de nalga a precio de bola de lomo.
Joritz decía, defendiendo al cliente con justicia, que lo que había despachado era nalga y ella insistía que era bola de lomo, pues no lograba ver la diferencia entre los cortes. Así, entre lomo y nalga, se les pasó el día.
Casi que fue un privilegio lograr ver en vivo y en directo una discusión por diferencia de precio y corte, en euskera, que finalizó con un sonoro ¡artaburu!,- que significa tonto o choclo- de parte de ella y un ¡txoriburu! por parte de él, que se traduce como “cabeza de pájaro”.
El vasco nos contaba, en un momento de tristeza, de esos cuando se necesitan amigos, pacharán mediante -fuerte bebida espirituosa-, cómo su mujer no podía lograr ver las diferencias en los cortes.
—No puede diferenciar una bondiola de un pollo. Es muy bruta y porfiada. Mirá entonces si va a diferenciar nalga de lomo. No sé para qué me enojo. Pobre, es buena… pero no le da la cabeza —decía.
Me puse a pensar que no debe ser muy difícil encontrar la diferencia entre bondiola y pollo, pero no… debe serlo. Si no me creen, pregunten en la Cámara de Diputados.
Y la bondiola no es carne roja, afirmó con vehemencia doña Loira.
Para qué porfiar.
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