El coronavirus apareció de golpe y en muy breve tiempo se convirtió en pandemia. En apenas unos meses, enfermó y mató a miles de personas. El rápido contagio llevó al colapso de los servicios de salud de algunos países del “Primer Mundo”. Las cuarentenas más o menos voluntarias, más o menos obligatorias, obligaron a muchos a encerrarse en sus casas, y a frenar la economía barrial, local, regional y mundial. Estamos en medio de una crisis global nunca vista, y esa es la parte del vaso medio vacío.
A pesar de los pesares, no podemos dejar de ver el vaso medio lleno. Quizá porque somos optimistas incorregibles -cuestión de temperamento-, quizá porque somos católicos esperanzados -cuestión de fe y de razón, actuando juntas en la conciencia-, lo cierto es que si observamos con atención, hasta de las peores crisis podemos sacar cosas positivas.
Todo el mundo habla de las graves consecuencias que para muchos, ha traído y traerá el coronavirus. Así que no abundaremos en ellas. Nos fijaremos más bien, en cuáles son las lecciones de la experiencia, positivas, que podemos sacar de todo esto.
Una de los primeros efectos positivos del coronavirus, parece haberse producido en el medio ambiente. El “frenazo” productivo –que dejó las “marcas de las cubiertas” en el lomo de muchos- aparentemente llevó a una importante reducción en la emisión de gases y a un restablecimiento parcial de la capa de ozono. El planeta de algún modo está “vivo”, y cuando dejamos de herirlo, reacciona positivamente. En el futuro, habrá que pensar en formas de producción y comercio más saludables para no perder lo recuperado.
Otro efecto positivo es que esta crisis, ha vuelto a reunir a la familia en el hogar. Y aunque no todo serán rosas, porque las situaciones de violencia dentro y fuera del hogar existirán mientras el mundo exista, lo cierto es que la unidad que en estas circunstancias deben vivir y demostrar las familias –en particular los padres y madres de familia- puede llegar a ser muy beneficiosa. Si la sabemos aprovechar, el coronavirus puede estarnos dando una oportunidad de oro para reaprender a vivir en familia, para empezar a superar la brutal crisis familiar que se vive en muchas sociedades del mundo, sobretodo en Occidente.
También es positivo que, al ser la crisis económica tan seria, y las necesidades básicas tan urgentes, muchos organismos internacionales se verán obligados a destinar ingentes recursos a lo que realmente importa: salvar vidas de niños, adultos y ancianos. En este contexto, es altamente probable que se produzca una revalorización de la vida en todas sus etapas, desde la concepción hasta la muerte natural. Asimismo, es de esperar que el financiamiento de los gobiernos a la promoción de ideologías contrarias la naturaleza humana -y por tanto de la humanidad-, se vea severamente comprometido.
No menos importante son algunos recursos hasta ahora aplicados en pequeña escala, como el teletrabajo o el “homeschooling” –la educación en casa-. Es posible que en el futuro, estas modalidades de trabajo y enseñanza, se extiendan a partir de la experiencia ganada en tiempos del coronavirus, aumentando el tiempo de contacto entre los miembros de la familia, reforzando el sentido del término familia, y revalorizando la importancia de pasar buena parte de la vida en el propio hogar.
El coronavirus puede estarnos dando una oportunidad de oro para reaprender a vivir en familia
Por último, lo mejor de todo lo que trajo consigo el coronavirus, es que esta nueva constatación de la fragilidad humana, ha llevado a muchos a poner su confianza en la oración, en el poder de Dios. A poner todos los medios humanos como si los sobrenaturales no existieran, y a poner todos los medios sobrenaturales como si los humanos no existieran. El coronavirus le ha recordado al hombre de hoy, ensoberbecido por sus logros técnicos aparentemente ilimitados, que es de barro: somos mucho más frágiles que un virus invisible. Por eso, para superar esta pandemia, no es descabellado poner nuestra confianza en un ser tan invisible como el virus… pero más real y mucho más poderoso que él.
Gobernantes en todo el mundo han elevado sus plegarias al Dios. Presidentes de los cinco continentes han reconocido que necesitan de la ayuda divina. Invoquemos nosotros también la ayuda de Dios, para nosotros y nuestros hermanos los hombres. En lo que hace a la fe –que también se contagia- no es hora de lavarnos las manos…
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