La gratitud es la memoria del corazón (Lao Tsé, 604 a.C.)
Hasta los últimos años del siglo pasado la psicología se dedicó en especial a la atención de los conflictos de la experiencia humana (síntomas de las neurosis, la ansiedad, la depresión, etc.), pero en los últimos años, especialmente desde una corriente denominada psicología positiva, se ha podido focalizar en aspectos valiosos de la existencia y en experiencias positivas de la vida. Una de las vivencias rescatadas más valorizadas ha sido la gratitud.
Entendemos por gratitud el sentimiento o la actitud de reconocimiento de un beneficio recibido. Esto significa que utilizamos esta noción tanto para señalar una conducta concreta como para una disposición habitual de la personalidad al agradecimiento por lo vivido y lo recibido. Es valorar la existencia y apreciar cuánto bien proviene de los otros.
Esta experiencia sicológica supone sentimientos agradables y positivos, de agrado y satisfacción por lo recibido. Y parece natural que vaya acompañado del deseo de desearle el bien a quien ha otorgado el favor. Pero eso no queda sólo en sentimientos internos, sino que se expresa en manifestaciones o gestos de gratitud.
En consecuencia, hablamos de una forma de reciprocidad que construye confianza. Es un fenómeno vincular, una relación entre el que da y el que recibe que beneficia a ambas partes, también al que da, porque “la felicidad está más en dar que en recibir”. (Hech 20.35)(1).
A veces, hay personas que no aceptan ayudas para no sentirse obligadas luego a retribuirlas o quienes, al recibir un beneficio, experimentan que quedan en deuda con el benefactor o que se debe un favor, y esto genera un sentimiento de culpa o de compromiso que hasta puede hacer que se trate de evitar el contacto con la otra persona. ¡Este deber de saldar una deuda no tiene nada que ver con la gratitud!… ¡Adquiere un matiz jurídico!… La gratitud genuina tiende a facilitar la aproximación al benefactor y a mejorar la relación con él, dentro de un clima afectivo generoso, amplio y gozoso.
Hecho humano universal
En todas las religiones, en las filosofías humanistas y en la milenaria tradición cultural nuestra, se ha considerado la gratitud como una experiencia natural de la condición humana (2) apreciada por todos. Es un elemento central de todas las religiones, forma parte de las doctrinas y ha impregnado los escritos, las enseñanzas y las tradiciones, como una actitud habitual a promover en los creyentes y adeptos; no una mera emoción, sino una virtud que influya en el modo de pensar y sentir y que se practique en la vida diaria. (3) Se parte de la base de que todas las cosas vienen de Dios, dador generoso, y agradecer debe ser una parte esencial de la vida del creyente. Y se considera que toda oración a Dios, considerado un padre que atiende a cada uno de manera personal e individual, aunque ese gesto del que ora tenga además otra finalidad (solicitud de ayuda, pedido de perdón, etc.) siempre supone implícitamente adoración y agradecimiento. El estar vivo se experimenta como un regalo permanente. Y se agradecen los bienes recibidos de los demás como provenientes de Dios mismo.
Además, en el fondo del pensamiento judeocristiano siempre está latente una promesa llena de vida: “Le arrancaré el corazón de piedra y le daré un corazón de carne” (Ezq 36.26) con el significado de provocar generosidad, compasión y gratitud. A su vez, Lutero dice que la gratitud es la actitud básica cristiana. Y en el Credo católico se postula también que, como Cristo, con su muerte libremente aceptada, liberó al género humano, merece una gratitud infinita. Con acierto alguien dijo que “la gratitud es el corazón del Evangelio”. Y el pueblo cristiano siempre tiene presente una situación que es ejemplaridad de la ingratitud. Jesús cura a diez leprosos y los manda a cumplir con la certificación prescripta. Uno de ellos vuelve a agradecerle. Y Jesús le dice: “¿Cómo…no quedaron purificados los diez? ¿Los otros nueve dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios sino este extranjero?” (Luc 17.17).
Por otra parte, G. Allport, muy prestigioso psicólogo americano, sugiere que “son los sentimientos de gratitud profunda los que generan actitudes religiosas maduras”. Y en un estudio realizado por Samuels y Lester (1985) se encontró que, en una muestra de monjas y sacerdotes católicos, dentro de 50 emociones distintas, el amor y la gratitud fueron las emociones hacia Dios más experimentadas.
Mayor bienestar y calidad de vida
En épocas recientes, se han dedicado esfuerzos a fin de comprender los efectos de la gratitud en las relaciones personales y en la salud. Muchas cosas que la experiencia de la vida cotidiana nos permitía intuir, ahora ya tienen ratificación científica. Se ha comprobado que la gratitud está mucho más relacionada con la salud mental y la calidad de vida que cualquier otro rasgo de carácter; y que el agradecimiento produce bienestar interno y felicidad. Las personas agradecidas son más propensas a tener niveles más altos de gratificación y menores niveles de estrés y depresión. Y presentan una mejor disposición para el reposo, de lo que resultan un menor desgaste físico y psíquico y mejores índices de presión arterial. ¡Duermen mejor!… (4)
En una experiencia en la que se les pedía a los participantes “escribir cada día tres cosas por las que estuvieron agradecidos”, se comprobó que luego de determinada ejercitación ese hábito generó una cierta mejor calidad de vida en los integrantes. Por otro lado, se ha constatado que las personas capaces de gratitud manifiestan un buen manejo de las circunstancias, una mejor disposición para el cambio, una personalidad más flexible, y una mayor resiliencia y aceptación de sí. Asimismo, poseen un propósito de vida y un sentido de la existencia, no eluden ni niegan la realidad, no se recluyen en la culpa y no alimentan resentimiento por lo que no se tiene. En conclusión: en una personalidad sana suponemos al menos una suficiente dosis de gratitud, mientras una carencia de actitudes de gratitud señalan un déficit significativo de salud psicológica.
La gratitud también puede servir para reforzar positivamente las relaciones sociales. Hay una correlación comprobada entre la empatía, la generosidad y la amabilidad, con la gratitud y gracias a ella se establecen vínculos sanos, genuinos y gratificantes. Y la gratitud de una parte genera disposición a la gratitud en la otra. Por ejemplo: un experimento demostró que los clientes de una tienda de joyas a los que se les llamó luego de una compra y se les dieron las gracias aumentaron sus compras en un 70%, mientras que a los que se les agradeció y se les habló de otra venta, sólo mostraron un incremento del 30%, y los que no fueron llamados no mostraron ningún aumento. Y en otro estudio, se comprobó que los clientes habituales de un restaurante daban mayores propinas cuando los mozos tenían “gracias” en sus facturas. Lástima que los aspectos positivos de la gratitud no siempre existan en la vida pública. Sirva de muestra la expresión de una médica especialista en terapia intensiva: “Duele mucho que después de una pandemia y, sobre todo, de la entrega que tuvo todo el equipo de salud, hoy estemos en el olvido” (Daniela Olmos Kutscherauer – La Nación 18/5/2023). Y es de lamentar también que la gratitud esté totalmente ausente en la actividad política. Allí impera el recuerdo sin perdón por las ingratitudes sufridas y los acuerdos son pactos que se los lleva el viento. Claro que así les va.
La ansiedad de que nos den cosas y el dar por descontado nuestro derecho a ellas hace que no apreciemos debidamente cuánto recibimos gratuitamente. La salud, las capacidades mentales, la compañía de los otros, los momentos dichosos…todo eso se nos hace habitual y muchas veces lo valoramos recién cuando lo perdemos.
Hemos de desarrollar la capacidad humana de contemplar la riqueza de la vida y de la realidad que es y que pudo no haber sido. Hay quienes cada día al despertar agradecen estar vivos, perciben la existencia como digna de confianza y asumen una actitud de asombro ante las maravillas de la naturaleza. Y denotan una disposición a la gratitud y a la celebración. Es una forma de vivir con la disposición primordial de gratitud por la vida y por las cosas. Y con ella conviven la confianza en el mundo y la paz de espíritu con uno mismo. Por eso, una persona pronta para la gratitud es una flor de fragancia exquisita en el jardín de la vida.
(*) Licenciado en Psicología (UBA). Fue profesor de Psicología Social y Psicología de la Personalidad y director de la Carrera de Postgrado en Psicología Clínica (UCA).
(1) La gratitud puede estar presente aun en pequeños actos de la vida diaria. En los años treinta, cuando un chico iba a comprar algo al almacén, luego de la compra solía pedir la “yapa” (un regalito, que solía ser un caramelo) o el almacenero brindárselo espontáneamente. Se evidenciaba la gratitud al dar las gracias y era notoria la satisfacción del chico al salir del negocio. Toda compra pertenece al orden de la justicia; y la “yapa”, a la libertad. (2) El Dr. Luis Basombrío, luego de conocer tribus de las nacientes del Orinoco que nunca habían visto a un blanco y cuya supervivencia en la selva estaba expuesta a mil peligros, nos decía: el indio despierta con un aire de fascinación y agradecimiento: un nuevo día…estoy vivo… (3) “La gratitud no solo es la más importante sino también la madre de todas las demás virtudes” – Marco Tulio Cicerón (4) Wood, A. M., Joseph, S., Lloyd, J., & Atkins, S. (2009). Gratitude influences sleep through the mechanism of pre-sleep cognitions.
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