El 22 de agosto se realizó en Johannesburgo la cumbre de los Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) que tuvo como uno de sus principales anuncios la incorporación de Arabia Saudita, Irán, Egipto, Argentina, Etiopía y Emiratos Árabes Unidos a este bloque geopolítico que no solo tiene 40% de la población global, sino que aspira a controlar 42% de la oferta mundial de crudo.
La pregunta definitoria sobre el orden global en las próximas décadas será: ¿podrán China y Estados Unidos escapar de la trampa de Tucídides? La metáfora del historiador nos recuerda los peligros que enfrentan dos partidos cuando una potencia en ascenso rivaliza con una potencia gobernante, como lo hizo Atenas en el siglo V a.C. y Alemania a finales del siglo XIX. La mayoría de estos desafíos han terminado en guerra…
Graham T. Allison, “La trampa de Tucídides ha caído en el Pacífico”, Financial Times, 12-8-2012.
Desde que comenzó la guerra comercial entre China y Estados Unidos allá por el año 2019, se hicieron evidentes las rispideces entre la potencia que forjó el orden mundial contemporáneo y una potencia en ascenso que viene compitiendo no solo por tener cada vez mayor influencia en la economía global, sino principalmente en el llamado sur global, un inmenso territorio en donde se encuentra la mayor disponibilidad de recursos energéticos, minerales y alimenticios.
Siguiendo esa línea, podemos decir que desde que China ingresó en la Organización Mundial de Comercio en el año 2001 ha venido implementando una estrategia, a través de la expansión de una red de Bancos de Desarrollo, que ha tenido como objetivo transformar el mapa geopolítico en amplias regiones de África y América Latina.
En definitiva, la expansión financiera que busca China a través de estos bancos está basada en un amplio plan de inversiones en infraestructuras como transporte, producción de energía, alimentos y comunicaciones, siendo así que en la última década su incidencia en la región es cada vez más grande.
Por otra parte, este proceso no es casual y evidencia un cambio de eje en la circulación del capital, que pone a Asia –principalmente a China e India– como epicentro del comercio global, desplazando a Occidente.
No hay que olvidar que China se convirtió en este siglo XXI en el gran motor de la economía y hoy casi una décima parte de la demanda global de materias primas pertenece al gigante asiático, aunque algunos analistas alerten sobre una posible ralentización en sus tasas de crecimiento.
La trampa de Tucídides
En el año 2012 Graham T. Allison escribió un artículo en el que empleó una expresión, “La trampa de Tucídides”, basada en una hipótesis de Tucídides acerca de la causa principal del estallido de la guerra del Peloponeso entre atenienses y espartanos. Según el historiador griego, había sido “el surgimiento de Atenas y el miedo que esto infundió en Esparta lo que hizo que la guerra fuera inevitable”.
De esa forma, Allison opinaba que, así como le había a sucedido a Atenas, lo mismo le había pasado a Alemania a finales del siglo XIX y principios del siglo XX con el consecuente estallido de la Primera Guerra Mundial. Además, observando el panorama de la primera década del siglo XXI, pudo vaticinar que la mayor encrucijada geopolítica que le tocaría enfrentar al mundo más que la Guerra Fría sería la competencia entre Estados Unidos y China.
“La Atenas clásica fue el centro de la civilización. Filosofía, historia, teatro, arquitectura, democracia, todo más allá de lo imaginable anteriormente. Este espectacular ascenso conmocionó a Esparta, la potencia terrestre establecida en el Peloponeso. El miedo obligó a sus líderes a responder. Las amenazas y las contraamenazas produjeron competencia, luego confrontación y finalmente conflicto. Al final de 30 años de guerra, ambos estados habían sido destruidos” (Graham T Allison).
Su tesis sostenía que más allá de la capacidad que ha demostrado China para convertirse en un actor de peso a nivel global, fue la llamada “pax americana”, en el Pacífico la que posibilitó un ambiente propicio y seguro para el desarrollo del comercio, lo que permitió un crecimiento económico histórico en esta región. No obstante, era predecible que en la medida de que China tuviese mayor incidencia e influencia en sus relaciones internacionales, iba a reclamar mayor voz en la toma de decisiones globales.
Nuevas incorporaciones en los Brics
La incorporación de Argentina –y los demás países mencionados ut supra– al Brics puede tener varias lecturas. Sin embargo, podemos decir que hay dos temas de fondo que nos parecen estructuralmente los más importantes.
Por un lado, tenemos el tema energético, ya que al sumar estos seis nuevos países los Brics controlan el 42% de la oferta mundial de crudo, lo que pondría a este bloque en una posición de privilegio, siempre y cuando se mantenga la matriz energética basada en los combustibles fósiles.
Sin embargo, tal como publicaba Le Monde el 26 de agosto: “Los Brics no son una organización internacional, no tienen estructuras permanentes y hasta ahora han creado una sola institución común, un banco de desarrollo. La heterogeneidad de sus miembros, que tienen diferentes sistemas políticos y no comparten un mercado único o la producción de estándares comunes, hace que la profundización sea complicada. Esto probablemente explica las ambiciones de desdolarización silenciadas en Johannesburgo. La ampliación ofrece a los Brics la mejor oportunidad de influir en el escenario mundial”.
En definitiva, más allá de la significación que pueda tener la pertenencia a los Brics, este movimiento evidencia las claras diferencias que hay con la agenda que quiere implementar Occidente que propone un mundo con coches eléctricos, hidrógeno verde, luz solar y carne vegetal hecha en laboratorios.
Por otro lado, está el tema geopolítico en el que América Latina, por su disponibilidad de recursos, se convierte en un territorio estratégico, y en ese sentido la entrada de Argentina a los Brics está relacionada directamente a las posibles negociaciones que el Mercosur y la Unión Europea puedan realizar para firmar un TLC.
Además, Brasil viene insistiendo desde hace un tiempo sobre la necesidad de encontrar nuevos mecanismos de financiación para los países del sur global, al mismo tiempo que plantea la idea de buscar una moneda alternativa al dólar, aunque es obvio que esta medida no formaría parte de los objetivos que tiene China, por lo que esta iniciativa probablemente quedará más en lo anecdótico que en algo concreto.
¿El fin de la belleza americana?
Al final de cuentas, nuestra región se encuentra en una encrucijada frente a la que tiene que saber interactuar. Es obvio de que nos estamos enfrentando a dos modelos. Pero quizá lo que parece más demoledor de la situación actual es el cambio cultural que ha operado en Occidente durante el último lustro, en el que se han promovido ideas, valores, hábitos, con los que gran parte de la población global no comulga, aunque no se manifieste acerca de ello en redes sociales ni en el centro de la plaza pública.
Estados Unidos, acaso, parece olvidar que fue gracias a la revolución que permitieron los hidrocarburos que se pudo impulsar el más grande desarrollo industrial de todos los tiempos. Desmantelar Occidente –la industria, los valores, las instituciones que permitieron este crecimiento que los ubicó en el podio del orden global– para sustituirlo por otro modelo que implica una guerra tecnológica y energética, no parece ser el camino más acertado para nuestra región que necesita seguir creciendo e impulsando su propio desarrollo.
Es por ello que el Mercosur debe saber mirar más allá de las actuales polarizaciones que envuelven al mundo, estableciendo sus propias prioridades.
Pero, al mismo tiempo, debe ser una impronta indiscutible de nuestra identidad, reivindicar nuestro carácter de americanos del cono sur, del que no solo tenemos un genotipo físico, sino también cultural, que se reafirma con valores y costumbres que nos son comunes. No hay que olvidar que Artigas jamás perdió de vista el papel del cono sur y de sus gentes en la gran transformación que significó el triunfo de nuestras revoluciones independentistas en todo el continente. Y es bien sabida la relación de mutua admiración que había entre los republicanos norteamericanos y nuestro prócer.
Por lo que queda claro que para respetar la soberanía y la tradición republicana y democrática de nuestro Mercosur, es imprescindible no perder de vista nuestra historia y la de los lazos que hemos ido forjando en nuestro devenir.
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