Este miércoles la Asamblea General se reunirá en sesión extraordinaria con el propósito de homenajear al ilustre contador Enrique Iglesias. Su trayectoria por sí sola justifica semejante reconocimiento y no sorprende que provenga de todo el espectro político partidario. Pero su cordialidad y sencillez enaltece aún más su figura.
En los primeros números del relanzamiento de La Mañana, nos concedió una larga entrevista. Allí planteábamos, en la introducción, que Iglesias tiene todas las características de un estadista: sólida formación intelectual, capacidad de diálogo, liderazgo y visión de futuro. Y que, quizás, el hecho de haber nacido en España privó al Uruguay de tenerlo como presidente en algún momento. Eso no impidió que Iglesias se convirtiera en uno de los mayores embajadores no solo de Uruguay, sino de Iberoamérica, en todo el mundo.
Iglesias tiene el don de la gratitud. Sus padres llegaron a esta tierra provenientes de una España en crisis y encontraron para su hijo una comunidad que recuerda como afectuosa y receptiva. Fue ese entorno, el barrio y el colegio, el que forjó sus raíces uruguayas, que nunca abandonará, a pesar de que la vida lo llevó a residir en las más importantes metrópolis. Por el contrario, decidió devolverle a esa sociedad el fruto de su estudio, su trabajo y su reputación.
En cada oportunidad que tiene, recuerda a sus grandes maestros, como Luis Faroppa, un destacado keynesiano de filiación colorada, que alentó el surgimiento de la CIDE y fue el primer director de la OPP en 1967. El surgimiento de la Alianza para el Progreso impulsada por Kennedy y su idea de una política de desarrollo económico para el hemisferio impulsaron a Faroppa e Iglesias a pensar necesariamente en la planificación.
Al igual que el célebre abogado y economista chileno, Felipe Herrera, ministro de economía trasandino y primer presidente del BID, Iglesias contribuyó a la consolidación de un sistema multilateral sin perder de vista su pertenencia a América Latina, a partir de una concepción que articulara desarrollismo y nacionalismo integrador, que forjó en el banco interamericano y en la CEPAL.
Iglesias también ha cultivado toda su vida el don del discernimiento de la realidad. Sin tomar el camino fácil de los sistemas ideológicos o las corrientes de opinión de moda. Para eso se apoyó en una gran capacidad de estudio y una notoria aptitud de interlocución, evitando anquilosar su pensamiento en dialécticas pasajeras, actualizándose siempre y tratando de ver varias jugadas adelante. Aún en épocas de crispación, confió siempre en el camino de la política y del relacionamiento entre empresarios y sindicatos, entre capital y trabajo.
En los distintos momentos en que podía desbordar el optimismo, Iglesias siempre alzó la voz de la prudencia, más nunca fue portavoz del pesimismo. Su confianza en las posibilidades de Uruguay y de América Latina se mantuvo siempre firme y llamó una y otra vez a no caer en el desánimo. Quizás por aquello que decía Arturo Jauretche: “los pueblos deprimidos no vencen”. Por eso Iglesias revela una confianza en que los países de la región tienen todo el potencial para desplegar un modelo de gestión diferente, una gobernanza no puramente tecnocrática, pero sí apoyada en la planificación, en la utilización de las estadísticas y en la dinamización económica.
En los últimos tiempos, Iglesias muestra preocupación por la crisis que evidencia el multilateralismo, en especial en lo referido al comercio. Esa OMC, que comenzó a nacer en Punta del Este en 1986 con la conferencia del GATT, cuando ocupaba el cargo de Canciller de la República. “Los temas centrales deben resolverse globalmente y no solamente por el dictado del más fuerte por quien rige la vida económica, política o militar”, advierte.
Como exsecretario general Iberoamericano y luego con la creación de su Fundación Astur, ha contribuido con sentido ecuménico a cimentar el puente que une más que dos continentes, una historia y tradiciones, que ligan íntimamente a América y Europa. Como católico también colaboró con el pensamiento social de la Iglesia Católica latinoamericana, que hoy tiene en Roma a un Pontífice surgido del Río de la Plata. Ese humanismo y sentido de trascendencia de Iglesias, se percibe también en su prédica para que la ruptura del orden liberal no signifique el desmoronamiento absoluto de ese fenómeno que tanto lo entusiasmó, como fueron las Naciones Unidas.
Desde La Mañana, adherimos a este justo y merecido homenaje al contador Enrique Iglesias.
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