Todos sabemos que la vida está sujeta a cambios. Más aún: el cambio le es esencial. Por algo los antiguos definieron: “vita est motus” (la vida es movimiento; es decir: cambio). Además, nada se repite exactamente. Como dijo Heráclito: “No pasan dos veces las mismas aguas debajo de un mismo puente. Por lo tanto, la realidad está llena de sorpresas. Sucesos que no han tenido lugar hasta ahora surgen impensadamente y son puestas a prueba nuestra flexibilidad mental, la aceptación de la realidad y la serenidad para asumir la toma de decisiones.
La pampa amenazada
Productores del país están atravesando una cruda situación. Especies animales han cambiado sus conductas habituales y han provocado daños de magnitud. En el caso del área agrícola-ganadera de la pampa húmeda, ejemplares de pumas atacan a los rodeos con inesperada ferocidad. Y además han ido extendiendo sus preferencias acerca de las víctimas que eligen. No cuentan con las ovejas, que son sus naturales objetos de depredación, y potrillos y terneros resultan su presa más fácil. Muchas veces los destrozan sin ser usados como alimentación y las hembras suelen utilizarlos para enseñarles a sus crías a cazar, como es habitual en los carnívoros. O quedan acumulados como alimento de reserva.
En el caso de los jabalíes, atacan en manadas de docenas de integrantes (¡y ahora acoplándose con chanchos cimarrones!), destrozando cultivos o perforando las bolsas de cereales, dejando daños y “desparramos” de magnitud impresionante. En ambos casos, además, ha surgido la preocupación del posible ataque a personas, hechos desconocidos hasta el presente.
Y en otras regiones del país, se presentan problemas, en algunos aspectos con perjuicios equivalentes, siempre de magnitud, con ciervos, guanacos y carpinchos. Además, hay situaciones especiales que aumentan la gravedad de los daños y el comprensible lamento de los damnificados. No tiene comparación el precio de un potrillo “para el sulky de los chicos” que el de un refinado ejemplar, fruto de un costoso sistema de genética, para lucir sus destrezas en un campo de polo de Inglaterra.
Han aflorado intentos de solución de todo tipo: la introducción de burros cuyos alaridos parecen tener un efecto espantadizo, pero el recurso no es tan eficiente como se desearía, a la vez que un productor señalaba: “¡Pero no puedo llenar el campo de burros!”. Se ha pensado en trampas, luces nocturnas, veneno, la cacería misma… Un ingeniero pensó en el sistema de localizar la existencia de pumas desde el aire a través de drones. Como se ve: ¡hasta recursos ilícitos! Pero finalmente no se cuenta con instrumentos de eficacia satisfactoria.
Po otro lado, nuestra paciencia ya está acostumbrada a que las autoridades ni presentan acciones que puedan aportar algo positivo a la cuestión ni muestran tener especial preocupación por el tema. Como siempre: las voces de la gente de campo son “campanas de palo”.
Mejor los problemas claros
A través de los medios recibimos noticias, que son los efectos del problema, pero faltan reflexiones sobre las causas y estrategias de solución. Debemos tener presente que un problema bien planteado ya viene con la mitad de la solución. Y que atacando los efectos no resolvemos las causas.
Por ejemplo: amplias zonas que antes no eran cerealeras han sido deforestadas y el bosque, que era el entorno natural del puma, donde desarrollaba su vida, en esos lugares ya no existe y el animal tiene que abrirse a otros escenarios que no frecuentaba. Es decir: el hombre produce desequilibrios ecológicos de los que la naturaleza se venga. El papa Francisco dice al respecto acertadamente: “Dios perdona siempre; las personas, a veces; la Naturaleza: no perdona nunca”.
Una falla de la interpretación jurídica
En otro tiempo, el hombre penetraba en un hábitat animal para cazar; es decir: como diversión o para entrenar sus capacidades de dominio o descargar agresividades; y eran necesario establecer límites legales para evitar la extinción de especies útiles o inofensivas que requerían protección. Pero hoy es el hombre el que se encuentra agredido y necesita defensa, mientras la legislación, consciente o inconscientemente, se mantiene defendiendo sutilmente a los atacantes. Ella valía tratándose de la caza, pero ahora la cuestión es otra. Esto es lo que exaspera a los productores: que la ley está más para sancionarlos que para ayudarlos. ¡Parecería que está más a favor del animal que del hombre! Es una situación paradojal, donde la imagen del productor más bien resulta asociada con la del cazador. Por tanto, la situación hasta posee un cierto matiz de comicidad.
En esencia: a la vez que remover la inadecuada legislación, hay que entender que la solución está en una relocalización de la especie. Es decir: recrear un ámbito donde el puma pueda afincarse y cubrir sus necesidades. Hace falta darle al tema una comprensión ecológica y no perderse en una interminable cacería de pumas. Solemos tomar el camino de las soluciones fáciles y así dejamos los problemas sin resolver. En lo que hace a las otras especies, buena parte de lo expresado vale también para el caso de los jabalíes. Y para las demás, en algunos aspectos tienen semejanza, pero cada una tiene se problemática particular.
Acaso las líneas precedentes dejen en el lector un gusto un tanto amargo, de desconcierto y desazón. Pero es que no existen recetas mágicas. Puede haber paliativos circunstanciales, de resultados parciales. Pero el único camino genuino es el de un proceso progresivo y planificado. Nuestra convicción es que los expertos confirmarán que es posible.
TE PUEDE INTERESAR: