Entre las modas posmodernas que hoy influyen en el comportamiento de las personas, hay una que parece tan buena que hasta se llama “buenismo”. ¿Es buena de verdad?
De acuerdo con la Real Academia Española, que incorporó el término a su Diccionario en 2017, “buenismo” es la “actitud de quien ante los conflictos rebaja su gravedad, cede con benevolencia o actúa con excesiva tolerancia”. Este término se usa para designar una forma de pensar bienintencionada, pero muy sentimental, ingenua –a veces tonta–, incapaz de ver objetivamente la realidad: el buenista cree que la mayor parte de los problemas pueden resolverse mediante el diálogo, la tolerancia y la solidaridad.
Al buenista no parece importarle que las ideas o los actos estén relacionados con el bien real, auténtico, moralmente objetivo e inseparablemente unido a la verdad y a la belleza. Lo que le importa es agradar –no ofender, no herir– a quien piensa o actúa de acuerdo con los dogmas de la corrección política imperante. Esa actitud “empática” de los buenistas, sin embargo, no se verifica cuando se trata de juzgar los actos o las ideas políticamente incorrectas de otras personas: todo aquel que critique los dogmas de la modernidad, corre el riesgo de ser considerado intolerante, oscurantista, fascista y otras lindezas…
¿Cuáles son las causas del buenismo? La primera, parece ser la pérdida del sentido de pecado, que, de acuerdo con el Catecismo de la Iglesia Católica, “es una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta; es faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana. Ha sido definido como “una palabra, un acto o un deseo contrarios a la ley eterna” (San Agustín, Contra Faustum manichaeum, 22, 27; Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 1–2, q. 71, a. 6)”. (CIC – 1849)
Ya lo dijo el Cardenal Sturla en una carta pastoral que publicó el año pasado: “Al no haber sentido del pecado, no tiene lugar la salvación. De esta forma el cristianismo se transforma en una moral medio lavada, en un ‘buenismo’ utópico; como decía san Juan Pablo II, en una ‘ciencia del vivir bien’. Al inicio de este proceso la fe fue sustituida por las ideas racionales y los ideales de paz y justicia universales que se desprendían de ella. A medida que la aridez de esa fe racional fue esterilizando el campo de la Iglesia ha ido ganando terreno una fe sentimentalista e intimista y ‘una visión de la salvación meramente interior (…) que no llega a asumir, sanar y renovar nuestras relaciones con los demás y con el mundo creado’”.
En este sentido, cabe destacar que hoy, el principal “pecado” contra la cultura imperante parece ser, precisamente, proclamar la capacidad de la razón para descubrir la verdad. En particular, la verdad sobre la naturaleza humana…
Otra causa del buenismo es el horror al sufrimiento. Desde la Antigüedad clásica, el hombre tuvo claro que el sufrimiento físico o moral es parte de la vida. Con el advenimiento del cristianismo, los occidentales aprendieron a darle sentido al dolor –que nunca se puede evitar– y a ofrecerlo a Dios, por los pecados propios y los del prójimo.
Hoy, los hombres de nuestra era temen sufrir y hacer sufrir, cuando es obvio que, si el bisturí no se mete a fondo, con o sin anestesia, no es posible extraer el tumor. Algunos tienen verdadero pavor a ofender o a herir al que piensa distinto. Pero eso no ayuda ni al que corrige, ni al que debe ser corregido. La corrección del que yerra, solo se logra hablando con claridad y caridad. Porque, así como la verdad sin caridad, más que verdad, es brutalidad, la misericordia sin verdad, no es misericordia: es complicidad con el error. Aunque a veces, si hay confianza, ser brutalmente sinceros puede ser una alternativa válida.
Nadie es perfecto. Todos somos pecadores, todos cometemos errores. Pero cuando lo hacemos, es bueno tener amigos cerca dispuestos a corregirnos. Un buenista, por no ofender, probablemente callará si ve que caminamos hacia un precipicio, por respeto a nuestra decisión de suicidarnos. Mientras tanto, un amigo leal que nos aprecia y nos quiere, procurará evitar que nos matemos, incluso apelando al uso de cierta violencia. Es el amigo auténtico y sincero –no el buenista–, el que nos ayudará a rectificar nuestros errores, a ser mejores personas, y en último término, a ganar la entrada al Cielo.
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