A veces tendemos a pensar que la democracia es de los mejores sistemas de gobierno y entonces carece de defectos. En este contexto, es difícil decirle al rey que está desnudo. Sin embargo, cuando uno está enfermo –aunque solo sea una gripe–, lo más conveniente es diagnosticar correctamente la enfermedad para poder aplicar un tratamiento eficaz. De modo análogo, sólo si asumimos que las democracias liberales tienen defectos, podremos corregirlos.
Empecemos por las campañas. Cada acto electoral exige a cada partido financiar su campaña, de cara a las elecciones. Estas campañas requieren de muchísimo dinero, que es un problema que afecta seriamente la calidad de las democracias liberales. ¿Por qué? En primer lugar, porque sólo pueden dedicarse a la política quienes disponen de recursos para ello –propios o ajenos–. Si bien en algunos países los gobiernos devuelven cierta cantidad de dinero por voto obtenido, y/o los partidos ahorran dinero que aportan quienes ocupan cargos de gobierno, una vez iniciada la justa electoral, la creatividad de las agencias de publicidad sólo suele estar limitada por los recursos de los que disponen partidos y los candidatos para invertir en sus campañas.
Salvo casos aislados, los candidatos no suelen poseer gigantescas fortunas que les permitan pagar de su bolsillo las campañas electorales. ¿Cómo hacen entonces? Piden ayuda a terceros, que en general, tienen muchísimo dinero. Pero el dinero, tarde o temprano, hay que devolverlo. ¿Y cómo se devuelve? Con dinero… o con favores.
Cuando hay que devolver dinero que no era propio, algunos políticos pueden llegar a hacer cualquier cosa para conseguirlo; sobre todo si necesitan apoyo de los “donantes” para la próxima elección. Cuando la retribución es con favores –aprobar o derogar un proyecto de ley según le convenga al “donante”, etc.–, la falta ética puede ser más evidente, aunque a menudo pase oculta. Aquí, la pregunta clave es: ¿son los gobernantes dueños de todas sus decisiones políticas o pueden éstas responder a los intereses de terceros?
Pero… ¡hay sistemas de gobierno peores!, dirán algunos. ¡Por supuesto! Los regímenes comunistas son infinitamente peores. Sin embargo, no se puede obviar que en buena parte del mundo occidental –gobierne quien gobierne–, el poder termina siendo ejercido por cierto statu quo, a través del financiamiento de las campañas electorales. Por eso asustan tanto candidatos como Trump, capaces de pagarse sus propias campañas electorales: quien no debe favores a nadie, es mucho más libres de llevar adelante sus propias ideas una vez alcanzado el gobierno.
Además, toda campaña electoral está pensada para vender una imagen atractiva del candidato a la mayor cantidad de gente posible. Para eso, quien aspire a ganar debe procurar agradar a muchos y desagradar a pocos. Deberá cuidar su imagen y tendrá que “adaptar su discurso”. Esta “adaptación” no necesariamente llevará al candidato a mentir. Pero las limitaciones que impone la aprobación o desaprobación de la opinión pública –lo que los medios “invitan” a pensar a la opinión pública–, llevarán con frecuencia al candidato a decir lo que la gente quiera oír. Al final, su mensaje, puede no ser falso; pero sí algo distorsionado…
Es obvio, además, que la mayoría de los gobernantes del mundo no son superhéroes: son hombres comunes, con sus virtudes y defectos. Con cierta capacidad, sí, por supuesto. Pero hay que tener claro que no es lo mismo ser capaz de ganar una elección, que ser capaz de gobernar una nación…
Otro problema de las democracias liberales son las listas sábana, que al venir “prefabricadas” no dan opción al votante a elegir otra cosa que a los candidatos que figuran en las listas y en el orden que figuran en la lista. ¿No hay alternativas más democráticas? ¿Es realmente necesario seguir atados a este sistema? ¿No sería mejor permitir al ciudadano elegir entre varios candidatos, incluso de distintos partidos, facilitando que el votante ordene su lista a gusto?
En suma, en las campañas políticas se confrontan ideas y liderazgos, pero también se confrontan capacidad económica y estrategias de marketing. A ello se suma un escaso margen de maniobra por parte de los electores al momento de votar. ¿Tiene arreglo este sistema? Habrá que buscarlo, porque así como está, deja bastante que desear en cuanto al nivel de “democracia”.
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