Quiénes de todos nosotros, a fines de 2018, soñábamos con esta esperanzadora realidad? ¿A quién de nosotros no lo embargaba una sensación de preocupación, frustración y desesperanza?
Por ese entonces (¡hace tan poco y pasó tan rápido!) había un país que se deslizaba por un mar de incertidumbre, a la deriva, sin timonel y rumbo al inexorable naufragio. Pero bien dicen que “Dios, aprieta pero no ahorca”. Y así fue.
Surgió la figura impresionante que iba a canalizar esa desesperanza en una fuerza positiva, movilizadora e incontenible, rumbo a la certeza y la esperanza.
Se nos presentó entonces a todos la oportunidad de nuestras vidas. Se habló poco, se trabajó mucho, se compartieron dos visiones: la de un país destrozado y la de otro país esperanzado, reconstruido, en el camino de la recomposición material y moral.
No faltó ningún rincón de la Patria por visitar. Se conversó, se escuchó y se cambiaron ideas con cada persona: el desempleado de la industria láctea y frigorífica, la ama de casa, el policía, el comerciante del centro del país y el de la frontera, la familia del soldado, el panadero y el bolichero, el estudiante y el técnico, el tambero y el agricultor, el periodista y el empresario citrícola. Nos abrieron sus puertas las grandes empresas y los hogares más humildes (“los más frágiles”, al decir de José Artigas). Todos nos contaron sus dificultades y alegrías: los más necesitados, los de la clase media y los más favorecidos.
Su deseo común (nos queda bien claro) es uno solo: un país nuevo, sin fisuras sociales, de trabajo, de respeto, de educación sólida y seguridad para los bienes y fundamentalmente para las personas; de paz y de esperanza; gente que se siente abandonada, olvidada, dejada de lado pero lejos de sentirse derrotada. Nos transmitieron fe en la posibilidad del cambio. Nos empujaron en el camino de la reconquista del país perdido. Nos entregaron la responsabilidad bendita de pelear por un país que transite hacia el futuro con fe; un país que no expulse a los más valiosos de sus hijos, sino que sea la cuna sagrada de aquellos por nacer y vivir en un país nuevo.
Confirmamos nuestras sospechas: un país caro, un gobierno que abandonó a quienes invierten y trabajan, una infraestructura en mal estado, un país a merced de la delincuencia, de la persecución impositiva, con voluntad cierta de algunos de quebrar la tradicional fraternidad de capital y trabajo.
¡Cuánta bendita responsabilidad llevamos sobre los hombros! Levantar con orgullo al Uruguay que emprende, que produce y que transpira cada día en la chacra, en la fábrica, en la escuela, en el taller, en el quiosco de la esquina, en el puesto de verduras y frutas, en la computadora.
Pelearemos con inteligencia y tesón por los empleos de todos, traeremos al ruedo del trabajo a quienes carecen del mismo, daremos nuestra confianza y respaldo a quienes quieran arriesgar capital y tecnología para el retorno del trabajo para todos, brindaremos seguridad.
No nos deben explicar qué cosa siente un corazón con miedo. Tampoco qué siente un corazón con esperanza, porque venimos del mismo lugar: el lugar sagrado de quienes para progresar estudian, se esfuerzan y trabajan con honestidad, ese lugar donde se sueña con un futuro mejor. Ese lugar llamado Patria.