El viejo dilema, de que es anterior el huevo o la gallina, se nos plantea cuando constatamos que el tema que más aflige a nuestros compatriotas hoy por hoy es la pandemia, lo cual es un tópico universal.
La preocupación sería normal, sobre todo a la luz de esta segunda oleada que padecemos que ha subido abruptamente en número de contagios y fallecidos.
Lo que no es sano es insuflar los análisis y deslizar versiones pesimistas sobre la prolongación sine die en base a supuestas mutaciones del virus presagiando que esta situación desgraciada no se va más. Así se corre el riesgo -mutación esa si- a una patología de mente que a nuestro entender sería aún más grave.
¿Son los informativos los que crean la sicosis o es la población y las redes sociales las que incitan a los medios?
Publicamos gustosos este análisis de nuestro colaborador J. W. Pangallo que plantea el tema de la fragilidad humana en una dimensión menos pesimista y más acorde con la realidad.
El antecedente de emergencia sanitaria más similar a lo que estamos padeciendo fue la pandemia que sacudió al mundo cien años atrás: la mal llamada ” Gripe Española que surgió al final de la primera guerra mundial y dejó un saldo que casi duplicó los muertos en combate en la sangrienta configuración mundial. ¡Se habla de 40 millones de víctimas fatales la mayoría en sus casas o en descampados porque los nosocomios estaban saturados…!
En la era que comenzaba el auge de ciencia médica no creó ninguna vacuna. La medida terapéutica (para los que exhibían los primeros síntomas) que mostró mayor éxito fue lo que se está buscando ahora: transfusión de sangre de pacientes recuperados a nuevas víctimas.
Así como en aquel entonces – igual que esta con una segunda oleada más nociva que la primera- solo asoló al mundo durante dos años y medio. Y así como apareció se fue, y sin vacuna.
¡No hay mal que dure cien años!
El mundo espera con ansiedad el final del drama de la pandemia del covid-19, ya sea, gracias a las vacunas o siguiendo la suerte de epidemias similares que la precedieron a través de la historia y que se agote por sí misma.
No faltan agoreros profesionales -profetas de calamidades- que azuzan la ya deteriorada psique humana con que esto no tiene fin, por las supuestas mutaciones que la prolongaría indefinidamente o que haría estéril la vacunación.
Días pasados un diputado presentó un proyecto para modificar el artículo 224 del Código Penal, creando la figura del delito de peligro sanitario para castigar con severas penas de prisión a todo aquel que incumpla la norma sanitaria. En medio de la psicosis en que se ha sumergido a la población, la iniciativa en un abrir y cerrar de ojos logró media sanción en Diputados. Pasada al Senado, merced a la reflexiva decisión de la Mesa Política de Cabildo Abierto, se resolvió que para preservar la normativa de las garantías que tutela la Constitución, había que introducir modificaciones.
Parecería que el tradicional prudente criterio de la mayoría de los dirigentes de la bancada oficialista se dejó obnubilar por el clima hipertenso que domina a gran parte de nuestra sociedad y no se apercibió que este nuevo delito, impreciso en demasía, iba a ser administrado –no por el gobierno- sino a uso y antojo de la fiscalía y su correlato operativo: la policía.
Con las garantías individuales no se juega.
El senador Doménech, designado para introducir las modificaciones al proyecto, expresó: “No se puede salir con el Código Penal en la mano a formalizar personas…” y agregó enfáticamente “…muy malo que sea una norma penal en blanco”.
Nada como la historia para serenar los ánimos. Recordando el antecedente inmediato de este drama sanitario, hace 100 años atrás el planeta entero fue golpeado por un feroz flagelo sanitario, la mal llamada gripe española.
En ese momento donde la ciencia médica (sobre todo a partir del científico católico, Luis Pasteur) había logrado ya destacados avances, entre otros la por él descubierta vacuna antirrábica, no se utilizó ninguna vacuna. Si se echó mano a un recurso que hoy – cien años después- vuelve a tomar vigencia: la transfusión de sangre de los que habían sobrevivido (los más) a los que acusaban los primeros síntomas.
A pesar que mucho antes existieron campañas de vacunación masiva para contrarrestar las clásicas mortandades como las epidemias de la viruela (se supone que con 300 millones de víctimas supera la totalidad de todos los muertos en las guerras).
Pero aún no se poseía el suficiente conocimiento científico para afrontar ciertas afecciones tan crueles y mortales como lo fue dicha gripe, que dejó un saldo de entre cuarenta y cincuenta millones de muertos en poco más de dos años.
Esta cepa mortal de gripe, así como comenzó un día, llegó a un punto en que se desvaneció lo suficiente como para que se diera por finalizado el azote patológico. Aunque no hubo una declaración oficial de que había llegado a su fin.
“El fin de la pandemia se produjo porque el virus circuló por todo el mundo, infectando a la población y ya no había suficientes personas susceptibles para que la cepa se convierta en pandemia una vez más”, dijo el historiador médico J. Alexander Navarro, subdirector del Centro de Historia de la Medicina de la Universidad de Michigan. “…Cuando haya suficientes personas inmunes, la infección se extinguirá lentamente porque es más difícil para el virus encontrar nuevos huéspedes susceptibles”.
Se tardó años, sino décadas, en descubrir dónde y cómo surgió el virus, que al principio se creía que era una bacteria, y aún hoy queda cierto misterio. Lo único que se tuvo claro en aquel entonces fue que la manera de mantener alejada la peste era el aislamiento de los enfermos, la cuarentena, los buenos hábitos de higiene personal, el uso de desinfectantes y de mascarilla, limitar las reuniones públicas y cerrar las escuelas y negocios no esenciales. Tal y como se hace actualmente.
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