Cuando un amigo me dio la noticia de que una mujer de 60 años fue coronada miss Buenos Aires, quedé bastante sorprendido. Luego, vi la noticia en las redes… y me sorprendí más aún, cuando los algoritmos me llevaron a las increíbles historias de dos hombres: Bryan Johnson, un millonario estadounidense de 45 años que invierte 2 millones de dólares al año para tener un cuerpo de un chico de 18, y Chuando Tan, un singapurense de 60 primaveras que, según dicen, tiene el aspecto de un muchacho de 20.
Lo paradójico del caso, es que, de los tres, la abogada, periodista y modelo Alejandra Marisa González –actual Miss Buenos Aires– es la que en términos relativos le daría menos importancia a su aspecto físico. Los dos varones parecen realmente obsesionados con su apariencia juvenil. Para lograrla, se someten voluntariamente a todo tipo de dietas, ejercicios y controles esclavizantes.
¿Está mal cuidar nuestro cuerpo? En principio, no. Cada uno de nosotros es una obra de Dios y hay que cuidarla, evitando dañarla y potenciando sus capacidades. No está mal hacer dieta, ni evitar el consumo de alimentos o sustancias que nos pueden hacer mal. Es importante combatir el vicio y practicar la virtud de la templanza, como siempre lo enseñó la Iglesia.
Ahora bien, ¿es saludable para el alma obsesionarse con el cuidado del cuerpo? Creo que no. ¿Por qué?
Porque tarde o temprano, todos nos vamos a morir: guste o no, somos mortales. La vida eterna en la tierra no existe ni existirá jamás.
Porque dedicar demasiado tiempo y dinero al cuidado personal nos quita tiempo para atender a los demás: a nuestra esposa, a nuestros hijos, a nuestros amigos, a Dios.
Porque es bueno asumir la realidad y vivir en ella. La vida tiene sus etapas. Y así como no es bueno hacer vida de jubilado a los 20 años, tampoco es saludable hacer vida de mocoso a los 60… Uno puede llegar a hacer el ridículo con gran facilidad, y del ridículo no se vuelve.
Porque si bien es algo muy bueno mantenerse saludable –mens sana in corpore sano– el equilibrio entre la salud física y la salud mental es también fundamental. Para tener una buena salud mental, es clave ejercitar el intelecto, y eso lleva tiempo. Es más: que un varón de 60 años se obsesione con parecer de 20, indica que la salud mental del pobre hombre deja bastante que desear.
Porque es tan malo descuidar el cuerpo como esclavizarlo con estrictos protocolos. El mismísimo Santo Tomás de Aquino decía que el primer remedio contra la tristeza y el malhumor es concederse –de vez en cuando– algún pequeño placer. Por ejemplo, comerse un chocolate. O compartir un buen asado con amigos, bien regado con vino o cerveza, todo ello animado por una gran conversación… Y coronado, por supuesto, con un gran postre ¡con muchos carbohidratos! Una vida corta pero feliz parece más agradable que una larga y amargada.
Porque dedicar más tiempo y esfuerzo a cuidar nuestro cuerpo que nuestra alma es un mal negocio: aunque nuestro cuerpo material llegara a vivir 300 años, nuestra alma, espiritual, es inmortal. Por tanto, hay que cuidarla igual o más que al cuerpo.
Porque como dice San Claudio de la Colombiere, “el alma que se abandona a la Providencia, que le deja el timón de su barca, boga con tranquilidad en el océano de esta vida, en medio de las tempestades del cielo y de la tierra, mientras que los que quieren gobernarse ellos mismos, el Sabio los llama almas en tinieblas, excluidas de tu eterna Providencia (Sab. 17, 1-2) están en continua agitación y, no teniendo por piloto más que su voluntad inconstante y ciega, acaban en un funesto naufragio después de haber sido el juguete de los vientos y de la tempestad”.
Apenas el hombre se volvió mortal, se empezó a rebelar contra la juventud perdida. Así, muchos se perdieron la maravillosa oportunidad de asumir con alegría cada etapa de sus vidas: con sus luces y sus sombras, todas pueden ser disfrutables. Lo increíble, es que aún hay personas que parecen ignorar que estamos llamados a vivir felices para siempre, aunque para eso, debamos cuidar el alma mientras vivimos, y pasar por la muerte…
A fin de cuentas, la vida eterna de nuestros cuerpos glorificados no dependerá de la inversión en dinero, tiempo y esfuerzo que hayamos dedicado a cuidar nuestros cuerpos mortales, sino del amor con que hayamos tratado a Dios y a los demás. Y de la infinita justicia y la infinita misericordia de nuestro Creador.
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