El término Europa comprende no sólo una realidad geográfica sino por encima de toda una entidad cultural que es la conjunción de la cultura griega, latina y judeo-cristiana. Incluyendo sus antecedentes que conforman el alba de esa civilización: el Nilo, es decir el Egipto milenario, la Mesopotamia, Persia, la civilización Minoica-Cretense, etc. Con el reconocimiento que nos merecen otras civilizaciones, como la de la India, la de China, la Maya, admitamos que la europea es la nuestra. Y al igual que a los padres que no se los elige, sí se los acepta y se los respeta.
En estos tiempos de tilinguería, donde el progreso técnico disimula el regreso humano, hablar de legado cultural suena anacrónico. La opción por acopiar datos que facilitan las nuevas técnicas de la comunicación genera una mayoría de ciudadanos sobreinformados sí, pero en la periferia del mundo cultural. Con preocupación asistimos a una paulatina sumisión del ser humano a dejarse robotizar sin ofrecer resistencia. Esto sucede en nuestra América como en otras partes del mundo.
Aun sabiendo la falencia que existe en manejar elementos de juicio que lleven a generar criterios independientes, compartamos algunas reflexiones que arrojen alguna claridad sobre lo que está pasando en el mundo.
La creación de la Unión Europea cobra relevancia en la medida que logró conformar un bloque -en términos económicos- entre países que dejaron atrás la resolución de sus diferendos políticos mediante guerras como acontecía en los últimos quinientos años.
No fue ni de un día para otro ni por generación espontánea que después de la última hecatombe mundial se llegó a este loable resultado. El acuerdo del carbón y del acero entre Alemania y Francia fue el primer paso exitoso y contó con figuras que podríamos denominar como los padres fundadores de esta nueva entidad que agrupó a los principales países de la Europa del oeste. Todos ellos profesaban un acendrado cristianismo en sus diferentes versiones.
Al primero que recordamos es a Konrad Adenauer, quien lideró a su país en ruinas hasta lograr la reconstrucción efectiva, conocido como el milagro alemán. Él fue quien comenzó a forjar fuertes relaciones con Francia. Otro grande fue el político italiano Alcide de Gasperi, fundador de la Democracia Cristiana, presidente del Consejo de Ministros de Italia, de los que más contribuyó en la creación de las Comunidades Europeas. Jean Monnet fue un político francés y a la vez un hombre de negocios y banquero, que fue el primer presidente de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero. Walter Hallstein, fue político, jurista y diplomático alemán, primer presidente de la Comisión Europea. Robert Schuman, político francés, participó activamente en la creación de las Comunidades Europeas. Paul-Henri Spaak, político belga, uno de los iniciadores de la unión aduanera de Bélgica con los Países Bajos y Luxemburgo, que daría lugar a Benelux. Altiero Spinelli, político italiano, conocido por la defensa del proceso de integración acontecido en las décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial.
Pero no podemos dejar de recordar al líder francés Gral. Charles de Gaulle, un visionario del futuro cuyos primeros pasos a su entender, era intentar recuperar la independencia. Como militar y estratega tenía una gran sensibilidad geopolítica que lo llevó más de una vez a afirmar que “Europa se extendía desde el Atlántico hasta los Urales”. Y lo decía haciendo hincapié en que fue el gran ausente en el encuentro de Yalta donde se le entregó a la Unión Soviética media Europa. También mientras él vivió, vetó sistemáticamente la entrada del Reino Unido en la CEE por considerar que le iba a acarrear más problemas que beneficios. Entendía que para recuperar lo que las dos últimas guerras le habían arrebato al viejo continente, había que avanzar con mucha cautela pisando en terreno firme.
“Declarar la guerra sin combatir, es como insultar por teléfono”
El tema de la defensa de los intereses nacionales y la soberanía son dos conceptos difíciles de entender. Vamos a evocar una anécdota histórica del Río de la Plata.
En 1916, cuando el mundo se debatía en lo más álgido de la contienda mundial conocida como Gran Guerra, ganó las elecciones en Argentina el legendario caudillo Hipólito Yrigoyen uno de los fundadores del Partido Radical. Fue el primer presidente electo por voto universal y secreto. Conquista que había logrado el negociando -y no en revoluciones armadas- con Roque Saenz Peña, fruto de su tenaz capacidad negociadora. A los pocos días de asumir la presidencia recibió en audiencia en la Casa Rosada a un grupo de destacadas figuras de la sociedad argentina, el presidente del Jockey Club Benito Villanueva, el de la Sociedad Rural Miguel Martínez de Hoz y Joaquín de Anchorena, entre otras notabilidades de una nutrida delegación, en la cual participaba el dirigente socialista Juan B. Justo.
La delegación llevó un memorando escrito para reafirmar sus vehementes argumentos para el ingreso en guerra a favor de los Aliados. Yrigoyen, un hombre parco y de pocas palabras, que había sido maestro en su juventud y se había desempeñado luego como comisario en el tumultuoso barrio de Balbanera, tenía por norma escuchar a sus interlocutores. Extraño político seductor de masas que nunca pronunciaba discursos. Tenía claro las razones por las cuales su país debía permanecer neutral en un conflicto bélico ajeno por completo a sus intereses.
La reunión fue prolongada y los distintos participantes recurrieron a todo tipo de argumentos. Los escuchó sin mover un músculo de la cara. Cuando finalizó el último expositor sin inmutarse, toca un timbre para que su secretario se hiciera presente. Cuando ingresa le dice con voz serena y pausada:
“Tome el nombre de todos estos señores y encárguese que cuando parta el primer barco hacia Europa se les facilite todo lo necesario para viajar, se van a enrolar como voluntarios en la contienda del viejo mundo”. Ni ellos ni el resto, la belicista pléyade bonaerense de la jeunesse dorée, nunca más le solicitaron audiencia alguna para pedir que Argentina cambiará su posición de neutralidad.
Preocupación en los círculos económicos y financieros
El pasado lunes, el escritor Wolfgang Munchau publica en El País de Madrid un artículo titulado: “Basta ya de animar desde la grada”, donde deja entrever la preocupación de los altos círculos económicos y financieros por las inciertas consecuencias de la inefable guerra que viene llevando Rusia en Ucrania. No se trata de la columna semanal de un periodista de rutina. Es un sesudo comentario del editor asociado del Financial Times, uno de los principales analistas económicos del mundo, que viene escribiendo semana a semana comentarios por lo alto, sobre la Unión Europea y la economía europea, y antes de ocupar este puesto fue coeditor del Financial Times Deutschland. Desde allí informaba sobre la preparación de la fase final de la unión monetaria y el lanzamiento del euro. Por eso, su opinión un tanto cáustica sobre la distancia que comenzó a tomar el canciller alemán con el presidente de Ucrania, adquiere particular relevancia.
“El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, sabe cómo tocarnos la fibra sensible. Invocó a Winston Churchill ante los británicos, Pearl Harbor ante los estadounidenses, y recordó a los alemanes que una vez hicieron una promesa: ‘Nunca más'”.
“Sin embargo, no conmovió a Olaf Scholz. El canciller alemán decidió no asistir al discurso de Zelenski ante el Bundestag. Después del radical giro político que ha dado sobre el gaseoducto Nord Stream 2, el aumento del gasto en defensa y la entrega de armas a Ucrania, no quería ser sermoneado por un político estrella del rock. Me cae bien Scholz. El ataque de Rusia a Ucrania requiere un poco de pensamiento estratégico y sangre fría por parte de Occidente, en lugar de los gritos de ánimo que se están produciendo en los medios de comunicación y en las redes sociales en este momento”.
En un llamado a la prudencia sentencia: “No nos corresponde a nosotros aconsejar a Zelenski sobre lo que tiene que hacer sobre el terreno, y en qué momento debe llegar a un acuerdo. Más bien, lo que deberíamos hacer en Occidente es ser más claros sobre qué podemos hacer nosotros. Por ejemplo, no podemos acelerar la solicitud de adhesión de su país a la Unión Europea. Es realmente peligroso poner esta zanahoria ante los ucranios en un momento como este. Francia ha estado bloqueando la adhesión de Macedonia del Norte y Albania. No es posible que la UE pueda acelerar la adhesión de Ucrania sin acelerar la de los demás…”.
Con un dejo de ironía, les recuerda a los británicos: “La defensa de la ampliación de la UE ha sido y sigue siendo más ruidosa entre los periodistas y académicos del Reino Unido. Pero no parecen darse cuenta de que el Brexit realmente cambió el debate sobre la ampliación”.
Y culmina sus comentarios con un llamado a la prudencia: “También hay que tener en cuenta que, si la UE se convirtiera en una unión de defensa, ¿no nos arriesgaríamos a un conflicto directo con Moscú por Ucrania en otra ocasión?”.
Se le podría agregar una anécdota a este artículo que advierte del peligro de manejar la opinión pública al grito de las tribunas.
Cuando las corridas de toros gozaban de buena salud, había toreros que se destacaban y gozaban de la misma popularidad que los buenos goleadores del fútbol de hoy. Uno de ellos lo llamaban afectuosamente Manolete.
Un día le preguntan qué sentía cuando estaba frente a frente con el toro, a lo cual el matador responde: “Ese es el momento culmine del espectáculo, no me dejo intimidar por mi noble contrincante astado con sus bufidos, la fiera, la verdadera fiera, es el público que, con sus gritos, con sus aplausos o con sus silbidos, me van obligando a que sus filosas astas cada vez pasen más cerca de mi cuerpo”.
Estas reflexiones del afamado héroe fueron como una premonición. Poco tiempo después, en una soleada tarde de agosto de 1947 en una corrida a beneficio en la plaza de toros de Linares, quiso arrancar el máximo de aplausos y entusiastas gritos de olé olé y en el momento de introducir el estoque, el animal a su vez le introdujo su afilado cuerno en su muslo izquierdo. Así, a los 30 años, terminaba la vida de este venerado astro de la tauromaquia.
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