Lo único que merece elevación es la humildad.
(Anónimo)
Inferiores que necesitan tutela
En un prestigioso matutino de Argentina, el 1o/9/2019 se publicó un artículo cuyo autor (1), en sus inicios, expresa: “Quiero reflexionar sobre la palabra humilde “, y luego: “Humilde viene del Evangelio y es una palabra común en la política argentina. ¿Es saludable que el lenguaje político esté impregnado de expresiones evangélicas? No lo creo”.
Causa sorpresa, primero, porque la palabra no proviene del Evangelio: desde mucho antes, aparece con frecuencia en el Antiguo Testamento y en los autores clásicos grecorromanos; y en segundo lugar, porque no vemos que exista tal “impregnación”; y si la hubiera, ¿qué mal habría, salvo que partiéramos de un prejuicio laicista de base.
Expresa luego el autor: “A mí, esa palabra nunca me cayó bien: es humillante; es paternalista, engañosa, hipócrita”, detalle con lo que no esclarece demasiado el sentido de la palabra en sí, sino que expresa una vivencia subjetiva, que en todo caso puede ser objeto de reflexión en un proceso psicoterapéutico personal. A continuación, señala el sentido despectivo con el que se usa el término humildes: “como de menores a los que hay que tutelar y educar”, y enumera quiénes hacen tal uso, cuidadosamente elegidos: los jesuitas de las históricas misiones con los guaraníes, Eva Perón, Montoneros y el ERP, los sacerdotes revolucionarios… Señala después que “el problema no son los humildes, sino quienes los usan como fábrica de poder y pedestal moral”. Y añade con ironía: “Que el bienestar y el éxito no corrompan la pureza de espíritu de esos niños. Hay que preservar la ‘pureza moral’ que la modernidad ha corrompido. ¡Viva la ‘santa pobreza’, tan querida por los antiguos jesuitas!”.
Tal enfoque, según el escrito, tendría su fundamento en la mentalidad de una sociedad holística (2) que “promueve la uniformidad y castiga la diferencia, rehúye la creatividad, exige conformismos y no tolera la pluralidad […], implica la nivelación de las mentas humanas, cada uno subordinado al Todo, un orden sin individuos […]. Esta concepción es típica de los grandes sistemas religiosos: cuando la ciencia aún no había desvelado las leyes físicas del universo, servía para hacer inteligible el funcionamiento de la ‘creación’, a imagen de Dios, según se pensaba. Las sociedades más secularizadas no es casualidad que sean más dinámicas y prósperas. La innovación y la prosperidad crecen en sociedades abiertas y seculares, mueren en sociedades cerradas y confesionales”. (3)
Resulta evidente que toda la temática está atravesada por criterios modernistas y secularistas (4), con afirmaciones discutibles cuando no francamente erróneas, dadas como probadas con absoluta simplicidad. Además, a través del discurso se muestran sutilmente asociados los términos pobreza, humildad y pueblo, siempre con un matiz despectivo. Pero, finalmente, no queda claro cuál es la significación genuina de la humildad y si el término solo permite ese precario concepto. Examinar esta cuestión es el principal motivo de las próximas líneas. (5)
El hombre tal cual es
Por instinto natural, el hombre tiende a sobresalir, a destacarse y ser superior. Por tal razón, A. Adler, colega de Freud, que así como este hizo eje de su psicología el principio del placer, lo hizo en su caso con el afán de poder. Y la capacidad de conducir ese instinto según los dictados de la razón y de la realidad es la humildad. De modo que la esencia de la humildad es la verdad y humilde es sencillamente el hombre que se tiene por lo que realmente es, sin sobrestimarse ni subvalorarse.
Al mismo tiempo, tiene mucha afinidad con la sencillez. Esta es una cualidad que merece aprecio porque es propia de quienes son naturales, espontáneos, no complicados y que no crean dificultades, prefieren la informalidad y no gustan de los protocolos y la ostentación, todos los cuales también son rasgos propios de la humildad.
Esta es una modalidad de carácter de la vida común, y si los teólogos pueden transportarla y reconfigurarla en el nivel religioso, esto no cambia su origen natural ni la excluyen de la ética universal de vigencia para todos los seres humanos ¡y hasta para los políticos!
Es de recordar que la humildad no es incompatible, sino gemela y compañera de la magnanimidad. Magnánimo es aquel que se siente capaz de aspirar a lo noble, a lo grande y superior. No se inmuta por una deshonra injusta, sencillamente porque la considera indigna de su atención. Desprecia la mezquindad y es básicamente sincero y honrado. Nada le es tan ajeno como callar la verdad por miedo. Y estos rasgos se dan en personas genuinamente humildes. Esas deformaciones de asociar la imagen del humilde con la del carácter débil, pusilánime o de escasa autoafirmación o de pobres recursos personales es desvirtuar rotundamente su sentido.
La humildad no es en primer término un comportamiento exterior, sino una actitud interna y una disposición de clara aceptación de nuestra realidad existencial básica: somos seres limitados y dependientes, y nos cabe renunciar a la omnipotencia y a la libertad absoluta. Una negativa a esa aceptación es la soberbia, que implica una disposición de insubordinación radical. De ahí que la sabiduría bíblica señale que “el único pecado que Dios no soporta es la soberbia “(Carta de Santiago, 4.6). Según la psicología actual, podemos decir que los trastornos que llevan a la consulta habitualmente tienen sus raíces en la resistencia, generalmente inconsciente, a esa aceptación vital lógica y natural, al modo de una herejía existencial. Por otro lado, es bueno descubrir que la humildad tiene perfecta concordancia con el humor. Porque el humorista ve los aspectos negativos e inconscientes de su realidad y los reconoce y en ese ser sujeto y objeto a la vez está su liberación. (6) Nos parece un acierto que Fr. Th. Vischer llame al humor humildad natural.
Es de reconocer, asimismo. que una sincera humildad, que se acompaña con rasgos culturales de llaneza y disponibilidad frente a la realidad, es posible encontrarla en los estratos socioeconómicos de base más que en otros niveles, especialmente cuando tienen vigencia los criterios de la ética de la gratuidad.
Desde siempre la humildad ha sido considerada como una virtud de inestimable valor. Y, además, en cuanto vinculada esencialmente con la verdad, se la ha señalado como base y fundamento de otras virtudes.
* Licenciado en Psicología (UBA). Fue profesor de Psicología Social y Psicología de la Personalidad y director de la Carrera de Postgrado en Psicología Clínica (UCA).
(1) Loris Zanatta. Salta a la vista la evidente disposición ideológica de estas afirmaciones, cargada de ironía y actitud despectiva.
(2) Nos resulta llamativo y consideramos un desacierto llamar holísticas a las sociedades que allí se describen. Creemos que debieran llamarse totalitarias, porque el término holístico, en los diferentes ámbitos que se lo aplica, significa un conjunto integrado de partes, que no pierden su natural validez.
(3) Inglaterra y Dinamarca son confesionales y, sin embargo, no parecen poco prósperas.
(4) En general, se llama secularismo a la concepción ideológica que excluye a la idea de Dios del pensamiento y de la vida social, y quita todo valor a lo religioso y propugna la sola validez del conocimiento científico y la absoluta autonomía de lo humano. Secularización es el proceso social de progresivo abandono de las costumbres y valores relacionados con lo religioso. Laicismo es la ideología que postula la total separación de la esfera religiosa y la esfera pública. No se deben confundir los términos laico y laicista. Estado laico, por ejemplo, no adhiere a ninguna confesión religiosa en particular, pero acepta la vigencia de estas en el terreno público y privado.
(5) El título del presente artículo puede tener la apariencia de un oxímoron, pero consideramos que lo sería en el caso de que usáramos las expresiones “humilde soberbia” o “soberbia humildad”. En cambio, exaltación no significa sobrevaloración sino alta (ex-alta) valoración.
(6) Ver: Theodor Haecker en Las virtudes fundamentales, de J. Pieper (Edic. Rialp) pág. 280.
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