Siempre fui y seré respetuoso a ultranza con las decisiones y elecciones personales. De cualquier índole. Claro que dentro del marco legal y mientras no afecten a nadie más que a sí mismo. Considero que en ocasiones estas dos condiciones se superponen, es ahí donde el afán por forzar al concepto de libertad comienza a perder mi respeto.
Las leyes se acatan sin dudar, lo que no significa necesariamente que a todos conformen. Sin embargo, hay situaciones que, aunque estén legalizadas, afectan a terceros en sus derechos. Y aunque los afectados sean mayoría, no parece haber sensibilidad por parte del legislador… o por lo menos no se demuestra el valor necesario para interceder ante lo “políticamente correcto”.
¿Qué significó legalizar la venta de marihuana recreativa? ¿Qué mensaje se está dando a los jóvenes y al resto de la sociedad? Personalmente no acepto el argumento esgrimido de combate al narcotráfico, más bien parece el viejo principio de “si no puedes vencerlo, únete a él”.
Bajo la misma inoperancia hemos cedido terreno en diversos aspectos fundamentales como enrejarnos hasta hacernos trabajoso el acceso a nuestra propia casa; circular cada vez menos por zonas y horarios en nuestras propias ciudades; usar vestimenta que no sea ostentosa y ni que hablar de joyas o relojes llamativos.
Pero sobre el tema que me ocupa hoy y por haber vivido lo necesario para tener alguna experiencia personal, puedo afirmar que para ser receptor de mensajes tan poco claros y ambiguos como el de que un estado distribuya y venda marihuana, es condición fundamental tener muy bien asimilada la información adecuada y la capacidad para manejarla.
Más allá del derecho que pueda tener a sospechar tal o cual motivo de ésta legalización, lo que queda sin dudas demostrado es que no disminuyó el consumo sino lo contrario. Claramente se percibe como algo menos perjudicial o peligroso desde la aprobación de la ley.
Sin dudas muchos hemos estado en reuniones de amigos donde a veces como cosa de extrema transgresión, algunos participantes armaban cigarrillos de marihuana, luego de constatar de que no molestarían ni violentarían a ninguno de los presentes. Obviamente hablo de muchos años atrás, cuando el derecho de los demás era considerado una barrera inviolable. Situación que al compararse con los comportamientos actuales cae indefectiblemente en lo ridículo.
Sin embargo, no se trató de una evolución del comportamiento a lo largo del tiempo, ni tampoco ha sido resultado del aumento del consumo de esta droga. Fue algo bastante más repentino y determinante como la legalización, lo que hace que difícilmente haya una plaza del País donde no se respire en algún sector su aroma.
Parques, plazas, espacios libres, en todos lados y a cualquier hora en algún momento del día nos cruzamos con el olor a té quemado que desprende el denominado “porro”.
Hoy afirmo que esta liberación es verdaderamente transgresora. Por fin es lo que en otras épocas se le acusaba injustamente de ser. Aunque ya no tiene aquello de “lo prohibido” que le daba un toque de rebeldía y del romántico “paz y amor”, le sobra el impune desparpajo para invadir los mismos espacios donde juegan niños pequeños con sus madres o donde las familias dejaron de concurrir, en un intento desigual por preservarse del humo invasor.
Ni siquiera hablo sobre conductas que a veces ocurren desde grupos con éste hábito al aire libre, que incluso aún no han sido legalizadas que yo sepa. Insisto, molesta y mucho a personas que pierden espacios públicos por la invasión producida por el exceso de libertad. Precisamente la libertad para ser tal no puede ser excesiva, pues esto supone la afección de la libertad del otro.
Claro que puedo parecer antiguo y fuera de la realidad, es comprensible que mi queja le importe a pocos… Pero el derecho de pocos, como el de la madre con quien charlé sólo unas horas atrás, a mi sí me importa y mucho. El derecho de uno sólo debe ser respetado a rajatabla, el derecho de un sólo niño a no recibir el humo de la marihuana en el rostro, ya hace que bien valga la pena escribir a modo de modesta objeción.
Aunque a nadie le importe, aunque sólo sean unas palabras que algunos ni lean, he aquí mi protesta y mi rechazo a una legalización que a todas luces y por todos los medios y argumentos, quieren que acepte callado.