A raíz de algunas publicaciones realizadas en La Mañana que planteaban la necesidad de reflexionar y proyectar qué modelo de país queremos para Uruguay de aquí a veinticinco o cincuenta años, hemos visto en columnas publicadas por otros medios de comunicación una reacción referida al tema en cuestión.
Lo interesante, en este caso y en otros, es observar cómo en este país se repiten en pasmosos círculos las discusiones y los debates frente a cualquier propuesta que pueda alterar el apacible costumbrismo de la pradera. Lo peor de todo es aquello que Vaz Ferreira llamaba enunciados de falsa oposición, afirmando justamente que “la falsa oposición produce este efecto inhibitorio: impide la acción práctica, buena y eficaz” (Vaz Ferreira, Lógica viva).
Vaz Ferreira y su anécdota referida a su proyecto para la compra de libros
En esa línea, nos parece pertinente recordar cuando, en el Consejo Universitario, había presentado Vaz Ferreira un proyecto para hacer obligatorias en el Bachillerato las lecturas en libros (ya que entonces en la mayoría de los casos se trabajaba con textos). Proponía en su proyecto que la Universidad adquiriera una cantidad suficiente de ejemplares de determinadas obras especialmente elegidas que allí se designaban, y esas obras fueran prestadas por la Universidad a los estudiantes. La idea de Vaz Ferreira era que los estudiantes que pasaran por la institución educativa y que en ella obtuvieran un título, no solo hubieran cursado ciertas asignaturas regladas, y rendido examen de ellas, sino que hubieran también leído ciertos libros (no es lo mismo que leer textos), con lo cual se fomentaba una cultura más amplia.
Cuando Vaz Ferreira presentó y expuso este proyecto en el consejo le sucedió lo siguiente, según él mismo relata (transcribimos el párrafo entero porque no tiene desperdicio):
Cuando expuse mi proyecto, todos los colegas encontraron excelente el fin que yo me proponía; pero se produjo inmediatamente una discusión en esta forma: “El fin que se propone el doctor Vaz Ferreira –dijo uno– es muy bueno; pero el medio que aconseja para obtenerlo no es el que debe adoptarse. El verdadero procedimiento para elevar los espíritus, para levantar la enseñanza, no sería el que aconseja, el de la lectura en libros prestados por la Universidad, sino el de organizar conferencias dadas en la Universidad por sus mismos profesores”. Otro compañero pide la palabra y entra en discusión con el anterior y conmigo: “Admito también –dice– que el resultado perseguido es excelente; pero el procedimiento para obtenerlo”… fíjense bien en esto, que es donde está todo el paralogismo… “el procedimiento para obtenerlo no es ni el que indica el doctor Vaz Ferreira ni el que indica el otro colega, sino que consistiría en que los profesores en sus mismas clases hicieran esas lecturas. Cada profesor, fuera de sus textos, debería hacer lecturas en clase…”. Y así continuaron varios miembros del Consejo proponiendo procedimientos, cada uno de los cuales, para el que lo proponía, era el procedimiento, el único que debía adoptarse. ¡Pues no se pudo hacer absolutamente nada! Yo me esforcé en ponerles de manifiesto que no había contradicción entre los procedimientos aconsejados; que todos eran buenos, unos en mayor grado, otros en menor grado; que todos tendían al mismo fin, y que, en vez de ser contradictorios, eran complementarios. El ideal era, pues, admitirlos todos. Ahora, si existían dificultades (como las había) para la ejecución de algo, no era ese un motivo para abandonar los que se pudieran aplicar. Sin embargo, es tan grande el hábito, aun en las personas más cultas, de discutir por falsa oposición, que el proyecto no pudo prosperar. (Ibidem)
Reacciones a los planteos prospectivos. ¿Idiosincrasia nacional?
Es interesante observar cómo este comportamiento que genera debate sin motivos claros y por falsa oposición, forma parte de nuestra idiosincrasia nacional, aun para un tema tan simple como la compra de libros. Y lo peor es que en la mayoría de los casos los razonamientos que se plantean como opuestos son en realidad complementarios. Por ello, no estaríamos errados en decir que este modus operandi del sistema político, intelectual y burocrático uruguayo constituye –por excelencia– la típica receta uruguaya: el negacionismo o estatismo (de estático).
Cuando aparecen pensadores serios y plantean algo tan importante como pensar en el día de mañana, no desde una perspectiva individual, sino desde la perspectiva del Estado, agitar las aguas dando pataletas discursivas no parece el camino adecuado para personas que uno podría considerar intelectuales. Porque cada una de estas columnas que ha pretendido responder a los planteos de pensar un Uruguay a largo plazo con base en la realización de estudios prospectivos que permitan el diseño de estrategias más eficaces de inserción a futuro en el mundo, están teñidas, justamente, de lo que proposicionalmente se denomina “falsa oposición”.
La primera de ellas enunciaba: “No se puede predecir la ola, se trata de surfearla” (Fernando Brum, Prospectiva en tiempos de aceleración, Montevideo Portal, 26-1-24). Es evidente que el futuro no se puede saber a ciencia cierta y es obvio que hay que surfear la ola del presente. Pero cuando se plantea diseñar estrategias y sistemas con base en los estudios prospectivos, no se plantea predecir tal o cual ola en concreto, sino de planificar según nuestros recursos estatales y humanos, y en línea con algunas tendencias que ya flotan en el aire, la mejor o mejores formas posibles para nosotros de surfear.
De hecho, si observamos el proceso de desarrollo de la ganadería en Uruguay, podemos ver cómo fue mejorando gracias a una perspectiva de futuro en el sector. Es más, en la única área en que se ha incorporado tecnología, innovación, conocimiento y gestión de un producto y su mercado es en la ganadería. Y es por esa razón que en materia de carnes la marca de nuestro país es fácilmente distinguible en el mundo entero.
Esto no sucedió casualmente por nuestra tradición ganadera sin más, sino justamente por la incorporación de tecnología y conocimiento a la cadena de valor cárnica. O sea, hubo una voluntad clara de parte del Estado, a través, por ejemplo, del INAC y del INIA, como también de parte de los productores, en posicionar la carne uruguaya entre las mejores del mundo. Y para ello hubo que coordinar esfuerzos entre investigadores agropecuarios y empresarios.
De esa forma, queda en evidencia que el éxito de la carne uruguaya en los mercados internacionales ha sido consecuencia de una política de Estado que pensó a futuro y estableció, y establece, estrategias para estar mejor posicionados en el mundo que vendrá.
También aparecieron cuestionamientos de otro tipo, que van en línea con lo expresado ut supra, que rechazan el planteo sobre qué modelo de país queremos pensando en un futuro posible para Uruguay, y que expresa lo siguiente:
En un país tan politizado como el nuestro y donde la injerencia del Estado es tan fuerte, la discusión sobre qué clase de país o qué modelo de país queremos no es otra cosa que un eufemismo para decir (o deliberadamente evitar decir) hacia dónde se pretende que vayan lo dineros públicos. La discusión sobre los modelos económicos de país debería ser más explícita o más centrada en lo que realmente es: ¿a quién se va a subvencionar? ¿a quiénes se va a exonerar de impuestos? ¿quiénes van a ser los destinatarios de los dineros del Estado? Y si prefiere algo más concreto, por ejemplo, ¿por qué seguir pagando el funcionamiento de una planta de portland de Ancap, que solo da pérdidas y ningún beneficio? ¿para qué seguir produciendo azúcar caro en Bella Unión si se puede importar barato desde el otro margen del Cuareim? (Juan Martín Posadas, La vaca atada, El País, 28-1-24).
Esta opinión, en la que también se hacen algunos cuestionamientos, para nada va en contra con la idea de sentarse a pensar el futuro de Uruguay y sus posibles modelos de país. Al contrario, parece indispensable hacerse esas preguntas. Y parece cierto considerar que hay que pensar muy bien hacia dónde van los dineros públicos. Por lo que nos encontramos aquí frente a otro argumento de falsa oposición. Porque para proyectarse a futuro, no se proyectan modelos abstractos, sino que se proyecta esencialmente qué hacer con los recursos del Estado, sean estos dineros públicos o recursos humanos. Por eso, el recientemente fallecido economista, artista plástico y escritor Ricardo Pascale manifestaba la importancia de aumentar la inversión en nuestro país en I+D (innovación más desarrollo). Porque la respuesta a los problemas estructurales de Uruguay quizás no la tengamos nosotros, los de ahora, sino los del porvenir.
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