La visita del canciller alemán a la región no sorprendió a nadie. Después de todo, Scholz viene recorriendo el mundo en busca de hidrocarburos que sustituyan al gas natural ruso. Este flujo se había interrumpido luego de que Alemania no tuviera más remedio que acatar las instrucciones impartidas por Washington. Ya en setiembre del año pasado Scholz había visitado en Riad al príncipe Mohammed bin Salman, tragándose todo lo que desde Alemania y gran parte de Occidente se venía pontificando en contra de su país, Arabia Saudita, a raíz del asesinato del periodista Jamal Khashoggi. Se venía el invierno y la cosa no estaba como para perder tiempo discurriendo sobre derechos humanos: había que asegurarse petróleo y gas. El mes anterior Scholz había visitado Canadá con el mismo objetivo, pero el ambientalista Trudeau y su perfectamente democrática Canadá informaron a fines de año que no accedían a exportar el gas natural licuado que Alemania necesitaba desesperadamente. Scholz se apresuró entonces a firmar un acuerdo de suministro a 15 años con Catar. Claramente la cancillería germana no hizo ninguna pregunta sobre el régimen de derechos humanos o sobre la separación de poderes en la constitución catarí. ¡Mucho menos del Mundial de Fútbol!
El objetivo declarado de la visita a Argentina y Brasil era promover el acuerdo entre la Unión Europea y el Mercosur que se viene negociando desde hace 20 años, y que cualquiera que haya alcanzado liceo sabe que no se va a firmar nunca, menos con una Francia gobernada por una claque davosiana aterrorizada del advenimiento electoral de Marine Le Pen. Según informa el portal de la Deutsche Welle en español –pensado para la que deben considerar una audiencia “sudaca”–, durante la visita de Scholz a Buenos Aires, Argentina y Alemania firmaron un memorándum de entendimiento sobre “transición hacia la energía limpia”, el infaltable “hidrógeno verde” y una carta de intención para fortalecer cooperación en el área de “startups y economía del conocimiento”. Por supuesto, no faltó la visita al Museo de la Memoria, gesto que hubiera resultado impensable para los intereses de la cancillería alemana en su apurada visita a Medio Oriente. Pero resulta necesario leer la prensa alemana en su propia lengua para que el objetivo real de la visita quedara en blanco y negro: el interés de Alemania por el gas natural licuado producido en Argentina. En efecto, el público alemán no hubiera comprendido el motivo del viaje –en medio del lío por el envío de los tanques Leopard a Ucrania– si no se le explicaba que era para preservar su propio bienestar. Real politik en casa, kumbayá para el resto del mundo.
Efectivamente, Greta Thunberg mediante, Alemania no desperdicia esfuerzos por extraer y quemar todo el carbón que pueda. Y lo hace dilatando el cierre de las centrales nucleares que grandilocuentemente anunció hace una década tras accidente en Fukushima. Todo bien verde, “verde for export”.
Respecto a eso, nuestro país, que genuinamente es el más verde de la región y supera en ese sentido a cualquier país europeo, no mereció la distinguida visita del canciller. Ni siquiera para celebrar la obsecuencia con que rápidamente hemos adoptado la estrategia europea del hidrógeno verde. Tampoco para felicitarnos por nuestro respeto a los derechos humanos, que su país solo aprendió luego de décadas bajo ocupación estadounidense y soviética. La señal de su país hace poco más de una semana de rechazar al distinguido agregado naval que le presentara el muy democrático gobierno uruguayo, una Nación soberana hasta tanto sabemos, demuestra que lo único que respetan los germanos es el poder. Los aduladores vernáculos deberían registrar.
Cristóbal R. Stefanini
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