En víspera del tradicional festejo navideño, fecha que durante generaciones de uruguayos motivó una reunión familiar ensanchada que con creces supera las diez personas, nos solidarizamos con nuestros amigos y lectores y les compartimos un oportuno texto del destacado escritor español Juan Manuel de Prada.
Nacido en Baracaldo, España en 1970, transita a conciencia los caminos diversos y fecundos de la heterodoxia en una sociedad que va rumbo a la descrita por Huxley en Un mundo feliz. La salida posible es el disenso, en el convencimiento, compartido con su admirado Chesterton, de que “hay que liberarse de la degradante esclavitud de ser hijos de nuestra época”.
De Prada tenía apenas veintiséis años cuando ganó el premio Planeta con su primera novela, y este joven promesa no defraudó ni a críticos ni a lectores recibiendo varios premios posteriores por su actividad literaria. Paralelamente ha ido combinado con una intensa actividad periodística, colaborando tanto en la prensa impresa (El Mundo, ABC, XL semanal) como en programas de radio y televisión.
“Una Navidad distinta” es el título de su columna semanal XL semanal de España del pasado lunes donde se acentúa más el parentesco con nuestra madre patria.
Comienza con una cita sobre la reflexión que sobre el sentido de la fiesta en la vida humana, realiza el sacerdote y escritor rioplatense, Leonardo Castellani: «A medida que se va perdiendo el sentimiento de lo sacro, se han ido multiplicando las fiestas seudosacras sin contenido sacro; a causa de la ley biológica que dice: ‘A medida que disminuye lo vivo, aumenta lo automático’. (…) Toda fiesta verdadera se basa en una necesidad y se cumple en la recepción de un don espiritual, el cual por el hecho de recibirse aúna y unifica todas las voluntades».
Dice Prada: “Y entre todos los dones espirituales que los hombres pueden recibir no se me ocurre ninguno mayor que el de poder nacer de nuevo, que es precisamente lo que encarna ese Niño nacido en Belén. Hay algo en la Navidad que nos habla de la incesante novedad del mundo, de la posibilidad de estrenarlo de nuevo, cuando ya lo creíamos marchito y extenuado”.
… “Todos tenemos que lamentar alguna pérdida o alguna ruptura que nos ha dejado mutilados. Pero la Navidad nos enseña que, por muy amputados que estemos, el milagro de una refundación de nuestra vida es posible, exactamente como Dios refundó la suya haciéndose niño. Antes de la Navidad, adorar a Dios exigía elevar los ojos hasta un cielo inescrutable e inmenso; después de la Navidad, adorar a Dios exige agacharse, entrar en una cueva y reparar en la fragilidad de un niño recién nacido”.
“El don espiritual de la Navidad es una subversión completa de las categorías mentales, un trastorno radical del universo. Y si el mundo entero cambió cuando nació aquel Niño, también nuestras vidas pueden hacerlo, si tenemos la humildad de agacharnos y entrar en la cueva, para recibir ese don espiritual”.
“Nuestra época pretende convertir la Navidad en una fiesta ‘laica’. Pero una fiesta que no sea recepción de un don espiritual que unifica las voluntades (un don que hace auténtica comunidad) no podrá ser nunca una verdadera fiesta, sino un aspaviento desesperado, una farra estridente y agónica, un atracón angustiado”.
“No hay felicidad sin una aceptación plena de lo que somos; y lo que somos incluye una dimensión espiritual que no se puede extirpar sin un grave menoscabo de nuestra propia naturaleza. El hombre contemporáneo, al expulsar a Dios de su horizonte vital, se ha convertido en un ser demediado que busca lenitivos euforizantes para el dolor de la amputación. Pero, una vez extinguidos los efectos de tales lenitivos, vuelve a sentir el dolor de la amputación, la reminiscencia de una nostalgia, que a la postre no es sino añoranza de aquel estado originario en que aún no había renegado de los dones espirituales”.
“Despojada de tales dones, nuestra vida se parece bastante a la del gallo descabezado que corretea sin rumbo mientras se desangra. Son los efectos de una amputación que Chesterton resumió magistralmente: «Quitad lo sobrenatural y no encontraréis lo natural, sino lo antinatural».
“Será una Navidad, ciertamente, con ausencias amargas; pero también una Navidad menos ruidosa, menos agitada, menos empachosa e histérica; una Navidad más recoleta y humilde, que nos permitirá reparar en nuestra fragilidad. Y, al reparar en nuestra fragilidad, tal vez nos atrevamos a agacharnos y entrar en esa cueva donde nos están esperando los dones espirituales”.
¡Feliz y santa Navidad!
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