A la industriosidad, factor de la industrialización, no la concebía de otro modo que como la puesta en acción de las aptitudes creadoras de un nuevo tipo de hombre: el hombre llamado a realizar una forma original de cultura, propia de esta región del mundo que era su país, y por extensión, su América.
La autonomía debía comenzar por la puesta en valor productivo de las materias primas nacionales.
Es ésta una constante idea directriz de Figari, que recorre todos sus escritos educacionales… Sobre esa autonomía material, la espiritual, por la afirmación de la originalidad o individualidad del tipo humano nacional. Es también una idea ya contenida en aquel inicial informe de 1903, preciosa simiente de todo su ideario posterior.
Entre los bienes que esperaba de la nueva enseñanza estaba el de que “vendría a completar auspiciosamente la cultura del país, haciendo que nuestro tipo, en vez de tributario de otras civilizaciones, por deslumbrantes que fueren, encuentre dentro de sí los elementos y recursos necesarios para determinar su propia individualidad moral, una individualidad superior y bien adaptable al medio”.
Extraído de “Etapas de la inteligencia uruguaya”, de Arturo Ardao (1971)
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