El cambio climático es un desafío importante. Pero el cambio climático no supone ningún riesgo mensurable para el sistema financiero. “Riesgo” es sinónimo de acontecimientos imprevistos. Sabemos exactamente cómo evolucionará el clima en ese horizonte que la regulación financiera es capaz de contemplar. El clima es un riesgo, pero incluso las mayores inundaciones, huracanes y olas de calor no tienen esencialmente ningún impacto en nuestro sistema financiero. Además, el sistema financiero sólo está en riesgo cuando los bancos en su conjunto pierden tanto, y tan repentinamente, que agotan sus reservas para pérdidas por créditos y su capital, y se produce una corrida de sus deudas de corto plazo. Que el clima pueda provocar un efecto económico repentino, inesperado y de enormes proporciones en la próxima década, capaz de poner en peligro el sistema financiero, es una fantasía aún más fantástica. Por supuesto, no podemos saber qué ocurrirá dentro de 100 años. Pero los bancos no quebraron en 2008 porque apostaron por las radios y no por la televisión en los años 20. Los bancos quebraron por los préstamos hipotecarios realizados en 2006. Los problemas en 2100 vendrán por inversiones realizadas en 2095. La regulación financiera no pretende ni puede pretender mirar más allá de 5 años o algo así, y simplemente no hay riesgo climático para el sistema financiero en este horizonte.
Entonces, ¿por qué se presiona a los reguladores para que fuercen a las empresas financieras a revelar “riesgos climáticos” absurdamente ficticios y a cambiar sus políticas de crédito e inversiones para evitarlos? El objetivo de estas propuestas es simplemente desfinanciar la industria de las energías fósiles antes que las alternativas entren en funcionamiento, dirigiendo en su lugar los fondos hacia inversiones de moda, pero no rentables, y alejándolos de las que no están de moda mediante subterfugios regulatorios, en lugar de una legislación transparente o la elaboración de normas por parte de las agencias medioambientales. Pero a los reguladores financieros no se les permite “movilizar” el sistema financiero, elegir los proyectos que les gustan y desfinanciar los que no les gustan. Por tanto, los reguladores deben fingir que están detectando desapasionadamente los “riesgos” para el sistema financiero y, de casualidad, se tropiezan con el clima.
El clima es demasiado importante para dejar que los reguladores financieros jueguen con él, animados por lo que se pone de moda en los cócteles de Davos. El clima necesita una política lúcida, basada en la ciencia, firme y transparente, con un análisis explícito de costos y beneficios. La regulación financiera es también demasiado importante para ser destripada en el altar del bloqueo de fondos a los combustibles fósiles y las subvenciones a los proyectos de moda. Una vez que los reguladores se inventan fantasiosos “riesgos climáticos”, la contabilidad queda maquillada, y la regulación financiera pierde cualquier capacidad de detectar y compensar los verdaderos riesgos. Una vez que los reguladores financieros obliguen a financiar los proyectos verdes de moda, la asignación política del crédito se hará más extendida.
Economista John Cochrane, en testimonio ante el Congreso de los Estados Unidos para informar sobre regulación financiera y cambio climático (18 de marzo de 2021)
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