No es solo la dimensión social y cultural de las pymes las que las hace tan relevantes. En efecto, este tipo de empresas constituye el pilar fundamental de cualquier economía moderna, particularmente las economías en desarrollo. Según el Banco Mundial, las pymes representan alrededor del 90% de las empresas y más del 50% del empleo en todo el mundo. En el caso particular de las economías emergentes, las pymes formales contribuyen en hasta un 40% del PIB, porcentaje que aumenta sustancialmente si se incluyen las empresas informales. De modo que de cada dos nuevos puestos de trabajo que se generen, uno será en una pyme, lo que obliga a los gobernantes a prestar especial atención a este sector, sobre todo al momento de otorgar exoneraciones fiscales a la inversión.
En nuestro país existen multiplicidad de organismos y programas destinados a apoyar a las pymes. Tenemos a ANDE, ANII, Dinapyme, INEFOP, etc. Esta sopa de letras estatal debería asegurar que las necesidades de este segmento clave de empresas se encuentran debidamente atendidas. Basta recorrer las redes sociales para ver todos los días a alguna autoridad oficial promoviendo un programa nuevo o apoyando a un grupo de emprendedores. Pero los Estados se manejan con presupuestos y no con fotos levantadas a Twitter. Y la realidad presupuestal evidencia que gran parte de los incentivos fiscales están siendo capturados por grandes empresas. En efecto, de enero a abril de 2021, la COMAP aprobó proyectos promovidos por la suma de 189 millones de dólares, lo que implica que el MEF otorgó cuantiosas exenciones fiscales a las empresas beneficiarias. De este total, el 85% fue otorgado a proyectos de un millón de dólares o más, lo que indica que las pymes están recibiendo una porción muy menor de los estímulos fiscales, que no refleja ni su peso en el producto ni en la generación de empleo.
Claro que esto estaría muy bien si creyéramos por un momento en la teoría del derrame o “trickle down economics”, uno de las tantas falacias en que se apoyaba el Consenso de Washington. La idea básica es muy sencilla y atractiva para quienes la proponen, que tienden a ser los beneficiarios: sostiene que si se recortan impuestos a los más ricos, los beneficios derramarán hacia abajo en la pirámide, ya que los ingresos adicionales de los sectores más pudientes de la sociedad les permitirá invertir más en sus empresas y así crear más puestos de trabajo para el resto de la población. Una especie de villancico navideño económico, cuyos efectos reales se pueden apreciar en “Hillbilly Elegy”, disponible en Netflix.
Este régimen de la COMAP fue otra de las grandes creaciones del astorismo-bergarismo, que nominalmente posicionado a ciento ochenta grados del neoliberalismo, optó en algún momento de su existencia política por navegar a favor de la corriente de los grandes intereses, fomentando grandes superficies donde antes existía una miríada de comercios, habilitando oligopolios cuando antes había competencia y creando rentas cuando antes se generaba riqueza genuina trabajando.
La respuesta automática seguramente será que la herramienta de la COMAP es inclusiva y que todas las pymes tienen acceso a ella. Lo que probablemente no dirán es que, para acceder a sus beneficios, primero hay que saber que existen. Segundo, que hay que contratar costosos especialistas que preparen los proyectos de inversión a ser evaluados por la COMAP, y que muchas veces el elevado costo fijo no se compensa con el potencial ahorro de renta en caso que el proyecto sea declarado promovido. Sería mucho más sencillo y justo que el régimen de exenciones fuera general y que no tuviera que depender de una burocracia que decide los ganadores y perdedores, juego en el que indiscutiblemente las pymes resultan ser las perjudicadas.
Pero además de su importancia en la generación de empleo, las pymes son claves para la acumulación de capital intangible y la innovación. El trabajador de una pyme tiene oportunidad de aprender directamente del dueño, que trae consigo un conocimiento. ¿O creemos que un cajero o reponedor en un supermercado tiene más capacidad de innovar que un puestero en la feria?
Al final del día, una Nación construye empresas a su imagen y semejanza. Como país, Uruguay debe decidir si queremos acercarnos más al modelo de las Mittelstand alemanas o al monocultivo centroamericano. Podemos aventurar que si le preguntáramos a la ciudadanía, la mayoría optaría probablemente por el primer modelo. Pero los países hablan con hechos, y mientras los incentivos fiscales y regulatorios sigan favoreciendo la concentración empresarial, no podremos asegurar que el Uruguay se mueva en la dirección preferida por la ciudadanía. Porque, a decir verdad, Uruguay parece haberse convertido en un vergel de intereses.
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