Sin lugar a dudas, la segunda década del siglo XXI ha inaugurado un nuevo período en las relaciones internacionales. En un mundo estremecido y dividido por las guerras, parecen haber perdido su vigor los valores y las normas forjados tras la Segunda Guerra Mundial que fueron la base del crecimiento económico global. Y no solo vuelven a reaparecer trabas al comercio y al mercado que, en definitiva, son el verdadero motor de desarrollo de los pueblos, sino que también reaparecen los monopolios. Estas prácticas nunca desaparecieron y en los últimos años se vienen reforzando por todo el mundo ante la mirada indiferente de reguladores capturados por los regulados, sobre todo en sectores estratégicos como la alimentación, la energía y los minerales.
En ese sentido podemos decir que uno de los temas más acuciantes que debe enfrentar el agro de nuestro país está relacionado al perjuicio que puede ocasionar –en caso de aprobarse la compra del frigorífico Marfrig por parte del Grupo Minerva– el monopolio en la industria frigorífica. Porque esta operación dejaría a los 45.000 oferentes de hacienda con los que cuenta el Uruguay en una situación en que el 43% de esa oferta está captada por una sola empresa.
Pero, quizás lo primero que deberíamos reconocer es que Uruguay es ante todo un país ganadero y que la ganadería forma una parte fundamental de su acervo cultural; por lo que proteger a la ganadería es proteger la base de nuestra estructura social y económica. Tampoco podemos olvidar que fue a través de la ganadería que los demás rubros agrícolas encontraron su propio camino en el comercio internacional. Porque justamente la marca país del Uruguay está relacionada con el alto estándar de su producción cárnica reconocida en el mundo entero.
Es entonces que podemos decir que el papel jugado por el INAC ha sido esencial en todo este proceso que lleva ya varios años, siendo capaz de articular políticas y estrategias implementadas en base a la información brindada por los productores y también la industria. Y ha logrado posicionar en el concierto internacional a este país. Sin embargo, cabe decir que tanto Conrado Ferber, el presidente del INAC, como Guido Machado, su vicepresidente, se han manifestado en distintas oportunidades en contra de la compra del Grupo Minerva, ya que dejaría a esta empresa en una posición dominante.
En esencia, dejar en muy pocas manos a un sector tan sensible para la economía de nuestro país parece no ser algo acertado desde ningún punto de vista. Y como sucedió a principios del siglo pasado –cuando los frigoríficos que monopolizaban nuestra producción eran británicos en su mayoría– los resultados para los productores no fueron buenos.
Por eso parece imprescindible que más allá que la Comisión de Promoción y Defensa de la Competencia (Coprodec) analice la situación que es por cierto compleja, parece fundamental que el Poder Ejecutivo se exprese sobre el asunto porque obviamente este no es un tema sencillo.
Pero, quizás sea una buena oportunidad para establecer algunos límites en un mundo difícil, en un nuevo escenario geopolítico, en el que debemos cuidar nuestra soberanía productiva y alimentaria. Porque no solo enfrentamos las turbulencias que pueden ocasionar estos movimientos en el mercado, sino también debemos enfrentar las vicisitudes climáticas que tienen una incidencia directa en la productividad.
De hecho, la persistencia de la sequía en varias zonas del país ha vuelto a poner un manto de incertidumbre en los productores agrícolas y ganaderos. Teniendo en cuenta el impacto que tuvo el déficit hídrico en la productividad –según la Cámara de Comercio y Servicios del Uruguay, en este último trimestre del 2023 hubo una caída del 27,4% con respecto a este mismo período del año pasado–, podemos considerar que, si no llueve próximamente, el panorama podría tornarse desalentador, aunque todavía las expectativas son buenas.
En definitiva, la delicada situación financiera que atraviesan muchos productores tras la sequía, sumado al problema del atraso cambiario y a la baja de los precios internacionales de algunos alimentos, parecen haber configurado una ecuación que es necesario superar.
Y en esa línea, las miras de los productores están puestas en el siguiente ejercicio agrícola, no solo para que los números cierren para cubrir lo adeudado y subsistir, sino para poder seguir haciendo inversiones en un mundo que tiende a complejizarse y donde las prácticas agrícolas deben adecuarse para acompasar estos cambios, con planes de riego, construcción de represas multiprediales, mejoras genéticas. Porque tal como lo vienen expresando distintos interlocutores del sistema productivo, Uruguay debe minimizar mediante distintas políticas y tecnologías disponibles el impacto que tiene el clima en la producción.
Además, deberíamos preguntarnos por qué no existen fondos fiscales para inversiones sanitarias esenciales como el control de la garrapata y que sí hayan existido fondos para enjugar el escándalo de la CTM.
Al final de cuentas, en un mundo incierto económica y políticamente, la producción de commodities podría significar –como ya sucedió otras veces en la historia– un bien de valor más estable que cualquier moneda, por lo que proteger nuestra producción debería ser el eje no solo de nuestra política doméstica sino también internacional.
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