Es bastante evidente que la denominada “generación de cristal”, no surgió porque sí; y que algo no está bien si toda una generación es emocionalmente más frágil, sensible e intolerante a la frustración que las anteriores. ¿Cuáles son las causas de estos problemas?
En términos muy generales, los padres actuales parecen dedicar más tiempo al trabajo que a la familia: muchos por necesidad, algunos por ambición. También parecen ser pocos quienes, al formar una familia, son capaces de asumir un compromiso “hasta que la muerte los separe”. El poco tiempo dedicado a la familia y la falta de compromiso suelen ser motivos de ruptura familiar.
Los hijos de familias rotas sufren mucho. Los padres suelen sentirse culpables y para compensarlo procuran dar a sus hijos todos los bienes materiales que ellos no tuvieron. Antiguamente, cuando esto ocurría, los regalos se reducían a pelotas, muñecas, bicicletas o dinero… Estos regalos, en principio, no afectaban el contacto de los chicos con la realidad: a veces lo incrementaban.
Hoy, los regalos son otros: laptops, televisores, teléfonos inteligentes, relojes digitales, consolas, videojuegos… Pantallas, pantallas y más pantallas. Por eso ahora, mucho del tiempo que padres e hijos pasan en casa no es compartido: buena parte de él lo pasan pegados a sus respectivas pantallas. Para muchos niños y adolescentes, la realidad principal en sus vidas es la “realidad” virtual.
Pasar mucho tiempo frente a las pantallas perjudica a los niños. Los juegos o las aplicaciones los sobre estimulan, lo cual reduce su capacidad de asombro y de deleite ante el mundo real: apenas se separan de las pantallas baja la secreción de dopamina, se aburren y necesitan volver a ellas: en una palabra, se vuelven adictos.
En cuanto a los contenidos, si bien es cierto que casi todo el mundo pone filtros en los celulares o laptops que da a sus hijos, en general, los padres confían en los filtros –y en sus hijos– más de lo conveniente: si hay algo que divierte a los chicos es demostrar su habilidad para saltarse los filtros…
Está estudiado, además, que la media de consumo de teléfonos inteligentes entre los once y los diecisiete años es de 4,5 horas al día –un disparate–. Los chicos dedican la mayor parte de este tiempo a las redes sociales. Sin embargo, entre los doce y los dieciocho, el mayor consumo de pornografía está directamente asociado con la carencia de vínculo afectivo entre el joven y su cuidador principal. La pregunta que surge naturalmente es: si los hijos de padres ausentes pasan todos los días 4,5 horas conectados a internet, ¿no es bastante probable que consuman a diario una buena dosis de pornografía?
Finalmente, está el tema del “costo de oportunidad”: el tiempo que los niños y adolescentes pasan frente a las pantallas no lo usan en otras actividades mucho más formativas, como estudiar, leer libros, jugar con sus amigos, conversar con sus padres o abuelos, o ¡dormir!
Hace un tiempo le pregunté a la experta canadiense Catherine L’Ecuyer en la red X si existían estudios que midieran el tiempo que pasaban los padres frente a las pantallas, los hijos de esos padres frente a las pantallas y los padres de esos hijos con sus hijos. Me respondió que no lo sabía, pero que “sería un diseño buenísimo”. Y agregó: “Lo que sí existe es evidencia de que hay más consumo abusivo en los colectivos desfavorecidos (nivel sociocultural-educativo bajo), lo cual invalida el concepto de brecha digital”. Probablemente, esto agrave la “reproducción de la pobreza”.
La existencia de padres ausentes, de familias rotas, de niños y adolescentes criados más por las pantallas que por sus progenitores, viendo quién sabe qué contenidos, explica buena parte de los problemas que hoy padece la generación de cristal. Si a la fragilidad e inseguridad que sufren por carecer de suficiente contacto con sus padres, le sumamos que en las redes consumen inconscientemente abundante ideología –género, cambio climático, veganismo, etcétera– el combo está completo. Así es lógico que surjan, aquí y allá, emuladores de Greta Thumberg.
Es posible evitar que la generación siguiente sea aún peor. Para ello, los padres actuales deberían dedicar más tiempo a sus hijos y comprometerse más con la estabilidad de sus familias, apartar a los chicos de las pantallas y sumergirlos en la naturaleza, en la realidad: en el viejo y querido sentido común. El único problema, es que nadie puede dar lo que no tiene…
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