Hacia 1900, Georges Polti publicó «Las treinta y seis situaciones dramáticas». Borges, por su parte, prefería el argumento del hombre que encuentra su destino. Un poco más explícito, el francés enumera sus opciones, que a su vez subdivide. Si tuviéramos que elegir una a que ajustar los últimos dos años de la vida de Francisco Ghigliani, optariamos por la XXIIa.: «Sacrificar todo a la pasión». Más precisamente a la opción 5: «Arruinando la salud, la inteligencia y la vida».
Francisco Ghigliani Calcagno había nacido en Buenos Aires el 7 de junio de 1883, graduado como médico en Montevideo en 1908. Además de su actuación profesional, integró el Consejo de Protección de Menores, vocal y presidente de la Junta Económico-Administrativa de Montevideo, vocal del Consejo Directivo de la Asistencia Pública Nacional, miembro del Consejo del Patronato de Delincuentes y Menores, secretario de la Comisión Nacional de Educación Física, primer presidente del SODRE, diputado, ministro de Estado, senador, uno de los fundadores del balneario Atlántida, aviador, y padrino preferido de Batlle a quien asistió en el trágico duelo con Beltrán. Fue, además, destacado periodista, redactor de El Día y luego director del diario El Pueblo.
Hombre de convicciones profundas, enseñaba que el «continuo ejercitamiento de la voluntad que es el rasgo fundamental del carácter. El respeto a las estipulaciones legales […] el hábito de dominar el impulso naciente, la voluntad ejercitada en dominar el deseo, [….] hacen un hombre […] en las mejores condiciones para actuar en […] la vida».
El comienzo del fin
El de 1935 fue un año complejo para los pueblos del Plata. En el año en que muere Gardel, se producen dos hechos de sangre en el Senado argentino y en el uruguayo. Un senador argentino nacido en Uruguay será asesinado en el Congreso. Meses antes un senador uruguayo nacido en Argentina balea a uno de sus pares en la propia sede del Poder Legislativo. El 10 de abril -el diez parece un número aciago para Ghigliani- le dispara cuatro balazos al senador Demicheli. Ambos son colorados. Un problema político se transformó en un asunto personal. El Dr. Aberto Demicheli sobrevive al ataque. Ghigliani por su parte es detenido por la policía en el cuartel de Bomberos.
El presidente de la República Dr. Gabriel Terra envía un pedido de desafuero al Senado, donde expresa que «había asumido proporciones gravísimas la violenta campaña difamatoria que el diario Uruguay había iniciado contra […] Ghigliani, invadiendo […] la vida privada de un hombre cuya vida pública no ofrecía blanco a la detractación […] génesis del triste acontecimiento de que hoy doy cuenta al Senado».
El Senado no se expide sobre el desafuero. Simplemente declara que la detención se encuadra en lo previsto por la Constitución y que entonces podrán proseguirse los procedimientos sumariales que correspondan.
La ofensa
¿Y a qué se refiere el presidente Terra con la invasión de la vida privada. El diario dirigido por Demicheli había publicado que Ghigliani tenía una relación sentimental con una joven a la que se refería como su «hija adoptiva». El hecho era particularmente sensible porque el senador estaba casado.
La ofensa reunía todos los agravantes de los códigos de honor, de modo que un duelo hubiera sido inevitable. Un hombre que había sido impulsor de la ley de duelos, que se había batido dos veces, pierde los marcos de referencia y asume una conducta criminal. En alguien que hacía un culto del dominio de sí mismo, la actitud solo puede explicarse por un rapto pasional.
Seguramente la interpretación discurrió por ese camino. Además, el Dr. Demicheli no solo sobrevivió sino que llegó a ocupar de facto la presidencia de la República en 1976.
De modo que Ghigliani es liberado. Poco después, su señora esposa muere trágicamente.
Dos meses más tarde, el 17 de octubre de 1935, Francisco Ghigliani Calcagno, de 52 años de edad, e Irmgard Zsiacsik Zacharías, de profesión «labores» y con 20 años de edad, contraen enlace.
El hecho provoca una gran molestia en el presidente Terra, que se siente defraudado. En efecto, había explicado la agresión en el Palacio como resultado de una «santa ira». Pero ahora ese argumento caía por su peso. No dejaba de ser una cuestión de la vida privada, por cierto, pero la falsedad, por lo menos quedaba cuestionada…
Ghigliani renuncia a la dirección del diario El Pueblo y se reintegra a su banca senaturial el 16 de marzo de 1936. Ocupará el cargo hasta el 10 de noviembre de 1936 -otra vez el 10- en que aparecerá muerto de un balazo en su lecho matrimonial.
¿Suicidio o asesinato?
Un texto aparecido en 1937, cuyo prólogo y pies de fotos, fueron atribuidos al militante nacionalista Ricardo Paseyro, recoge dudas sobre el asunto: «ni la justicia ni la información periodística, pueden establecer categóricamente que el doctor Ghigliani se haya suicidado».
En 1995, el Dr. Augusto Soiza Larrosa, publica un trabajo sobre el tema, que nos permite acceder a algunos detalles.
La muerte de Ghigliani fue conocida por un llamado telefónico de la esposa a la Presidencia de la República. El médico que acudió, encontró a Ghigliani tendido en su cama con un disparo a la altura de la tetilla izquierda.
La policía incautó un revólver calibre 38 del cual se había disparado recientemente una bala.
Del resumen del Dr. Soiza, surge que Ghigliani había mantenido una «conversación de una hora con su esposa», antes de su deceso. Esa conversación se transforma, pocas líneas adelante en «discusión».
Sin huellas
El arma no tenía otras huellas que las del Juez. Tampoco se hizo un peritaje balístico. Un cadáver con un tiro, un arma con una vaina recién disparada.
¿Para qué más?
La bala había atravesado el cuerpo y se había incrustado en el colchón, debajo de una almohada. Pero la almohada, ¡no estaba atravesada! Fácil es suponer, que la almohada apareció, después que pasó la bala.
La autopsia
La autopsia se hizo dos días después de la muerte. El dictamen demoró más de tres meses, señala Soiza Larrosa. El informe, de una carilla, en lo sustancial establece que «en un disparo a corta distancia, el perito no puede dictaminar con absoluta certeza si se trata de una herida suicida u homicida». En suma es posible «presumir […] pero no afirmarlo en absoluto», la causa de suicidio.
La causal de asesinato o suicidio no modifica la ecuación. El País perdió un personaje relevante a una edad en que todavía tenía mucho que aportar.
Polti ubicaría el caso en el ítem: «Sacrificar todo a la pasión, arruinando la salud, la inteligencia y la vida». Las sinrazones del corazón… ¿Quién puede juzgarlas?
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