Nuestro país desde lo más profundo de su historia se ha debatido entre disensiones más o menos sangrientas y acuerdos que pusieron fin a las contiendas armadas o aseguraron la gobernabilidad. A partir de la Paz de Aceguá, a comienzos del siglo XX, ingresamos de lleno en la era de las confrontaciones civilistas. Y a partir de ahí las contiendas se desplazaron por otra arena.
Utilizando la lógica del filósofo militar prusiano, Carl von Clausewitz, podríamos afirmar que la política se convirtió en la continuación de la guerra por otros medios.
¿Fue acaso este, el primer tratado de conciliación nacional que permitió instaurar las bases del Uruguay democrático?
Si bien este tratado permitió desarrollar un fecundo período de conquistas sociales y desarrollo económico, siempre la paz social fue la resultancia de pactos.
El acuerdo de Rivera con Lavalleja, en el momento preciso de concretarse la independencia del Estado Oriental, fue el primero de esos entendimientos entre jefes de facciones en pugna. Y a pesar de su efímera duración, marcó el rumbo que se debía transitar para sobreponerse a las ásperas rispideces que le deparaba el destino a este pequeño país que se erguía en clave independiente.
Luego de ese conflicto internacional denominado Guerra Grande, en que nuestro territorio se transformó en el principal campo de batalla, dejando a un país despoblado y a nuestra economía pastoril exhausta, la frase “Ni vencidos ni vencedores”, sonaba como un vacío saludo a la bandera. Fue la voluntad de los caudillos de la independencia -en el ocaso de sus vidas- la que impidió la inexorable agonía a que estábamos condenados. Y con luces y sombras ese fue el camino superador de una “legalidad” que dejaba mucho que desear.
No podríamos afirmar que nos aproximamos al segundo centenario de la independencia con la misma euforia que lo hicieron nuestros antepasados.
Y no por el efecto de este nubarrón que se le llama pandemia y que cualquier persona sensata sabe que pronto pasará al olvido. Ni por no estar recibiendo la seguidilla de gratos laureles que coronaban la frente de nuestros deportistas en aquella histórica década 1920- 1930…
Las aguas vienen envenenadas de muy atrás.
Y jamás, desde este medio -camino a festejar el segundo aniversario de su reconquista- que pretende evocar las mejores páginas del periodismo nacional, se nos ocurriría acusar a la prensa (así en abstracto) como responsable de la confusión a la que viene siendo sometida la opinión pública.
Aquí sí, se han instalado desmedidos intereses, que, para sentirse amparados, apuestan a la división entre orientales. Y sobre todo a la confrontación entre los que hoy por hoy ejercen el legítimo poder de gobernar que le confiere nuestra ejemplar democracia.
Lo primero que debemos hacer, para separar la cizaña del trigo, es devolver la sencillez a los conceptos que conforman las instituciones que aseguran la participación de la gente en la cosa pública.
Se fabrica desde alguna publicación que aspira a ser considerada como atalaya indiscutida de la mejor información en temas políticos, económicos y culturales (conviene recordar que fue adquirida como batería-antiaérea de apoyo de groseras inversiones), un desconcierto malintencionado sobre la verdadera naturaleza del actual gobierno.
Se pretende confundir gobierno de partido con gobierno de coalición.
Para aventar los errores, que con ingenuidad casi escolar (para no decir taimada mala leche) se pretende inducir a algún desprevenido lector, hay que comenzar a analizar desde el ángulo puramente formal – no ideológico- la notoria diferencia que presentan las dos estructuras de gobierno que se exhiben como duplicadas en un espejo. Una que gobernó durante quince años y la otra que aún no completó el primer año.
Comencemos preguntando si el Frente Amplio es o no un partido político o que es.
“El Frente Amplio cuenta con una estructura reglada, afirma el politólogo Oscar Bottinelli, que basa en la existencia de afiliados -a los que denomina ‘adherentes’- y cuenta con diversos niveles orgánicos: Congreso, Plenario Nacional, Plenarios Departamentales, (en el interior) o Zonales (en Montevideo), Mesas (departamentales o zonales) y, en los Comités de Base, Asamblea, Mesa y Secretariado. A su vez existen mecanismos de democracia directa… Por un lado, 65 de cada 66 frenteamplistas sienten que ‘son del Frente Amplio’, su relación es de pertenencia, son partidarios de un partido…” Y para no dejar dudas, agrega: “A su vez el Estatuto del Frente Amplio se define como una organización con el carácter de coalición-movimiento”.
El gobierno actual de nuestro país, que en pocos días va cumplir un año de vida, es un gobierno de coalición. La coalición republicana o multicolor como se la llama.
Se trata de un gobierno capitaneado por el presidente de la República y conformado con figuras de los partidos Colorado, Cabildo Abierto e Independiente.
Lo único que une a los partidos coaligados es el documento firmado el 5 de noviembre de 2019, previo al balotaje, que se denomina “Compromiso por el País”. Un texto programático que contiene las medidas que se comprometen a impulsar los coaligados. Lo que se ha venido cumpliendo a rajatabla: Ley de Urgente Consideración (LUC), todo lo referente a la pandemia, fondo Coronavirus, proyecto de inversiones extra, etc. Pero deja espacio para interactuar en todo aquello no está pactado a texto expreso. Como ninguno de los partidos ha perdido su identidad, hay situaciones que han causado sorpresa como por ejemplo cuando el Partido Nacional sumó sus votos al Frente Amplio -una de las últimas medidas del presidente Vázquez- para extender a 50 años la concesión al grupo que hoy administra los Aeropuertos de Carrasco y Punta del Este.
Y se encienden potentes reflectores cuando el proyecto de Cabildo Abierto sobre regulación forestal, recibe inesperado apoyo del FA y obtiene media sanción. Pero todo hace pensar que el actual gobierno de coalición goza de buena salud.
También en este documento inaugural se trazan algunas líneas: “Los legisladores electos por nuestras listas acumulan 56 bancas en la Cámara de Representante (sobre un total de 99) y 17 bancas en el Senado (sobre un total de 30). Todos juntos podemos ofrecer al país lo que nadie más está en condiciones de ofrecer: una mayoría parlamentaria que permita gobernar con fluidez”.
La estructura y el funcionamiento de este gobierno se rige por la Constitución de 1966 que es nominalmente presidencialista, pero mantiene las facetas cuasi-parlamentaristas que contenía la carta magna de 1934. El presidente de la República actúa en Consejo de Ministros o toma decisiones administrativas con el titular de la cartera correspondiente.
En la administración autónoma, descentralizada, desconcentrada, regulatoria binacional, de contralor y de cuasi poderes del Estado, la coparticipación es más extensa e incluye al partido Frente Amplio la principal oposición.
El expresidente Julio María Sanguinetti, en su calidad de miembro de la coalición y secretario general del Partido Colorado afirmó: “El Partido Nacional debe asumir que este no es un gobierno blanco… debe entender que esto es una sociedad”.
¿Qué es una coalición? Una coalición política se constituye esencial o principalmente por partidos políticos. En base a la conceptualización de Maurice Duverger corresponde caracterizar una coalición por:
1. Su objetivo es de carácter puntual y no permanente, como afrontar una elección, sostener un gobierno, ejercer el gobierno, desarrollar un programa legislativo, en un periodo determinado. No hay ánimo de permanencia, aunque el acuerdo entre las partes sea renovado sistemáticamente
2. No construye un sujeto político por encima de los partidos coalicionantes, por lo que no genera una pertenencia.
3. Carece de autoridades. Su forma de funcionamiento es el de coordinación
4. Tampoco cuenta con mecanismos disciplinarios
5. La toma de decisiones es por consenso o acuerdo; ante el desacuerdo hay libertad de acción
6. Consecuentemente, carece de mandato imperativo
Esta descripción permite ver con absoluta claridad la diferencia entre la Coalición Multicolor (que reúne las seis calidades) y el Frente Amplio (que no reúne ninguna de ellas). Y con la misma claridad permite rechazar que se aplique al Frente Amplio el concepto de coalición.
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