El pasado 21 de febrero se cumplió el 78 aniversario del golpe de Estado que disolvió al Poder Legislativo y suspendió las elecciones nacionales, a un mes y poco de su realización.
No todos los años, como sucedió este 2020, coincide que el festejo de carnaval guarde simetría con aquel olvidado y a la vez tergiversado año 1942, en que las instituciones refrendadas debidamente por la ciudadanía fueron quebrantadas. El peculiar mecanismo lunar que se utiliza para determinar en qué día cae el Domingo de Pascua, que es el que marca el comienzo de la Cuaresma, hace del carnaval también una fecha móvil, que forma parte de las costumbres Cristiano-Mediterráneas que regían desde antes de la independencia en esta América.
¿Qué sucedió en la madrugada de 21 de febrero de 1942? Comencemos por abstenernos de hacer comentarios propios. Dejemos que hable la prensa de ese entonces.
El Día informa, que “en la mañana, el Poder Ejecutivo resolvió proceder a la disolución del Poder Legislativo…” y en el mismo decreto se lo sustituye por un Consejo de Estado que se lo “faculta a encarar la reforma constitucional”; que “será reprimida la propalación de noticias contrarias al orden…” Y agrega el decreto del Poder Ejecutivo en su art. 1.º que está prohibido a las emisoras de radio y trasmisoras emitir todo concepto “que tienda a atribuir propósitos diferentes a los dirigidos a servir en la mejor forma los superiores intereses de la Nación”…En el art. 2.º se lo hace extensivo a los órganos de publicidad y luego en los art. 3.º y 4.º se faculta a las jefaturas de policía a actuar en consonancia con la “preservación del orden público”.
La Mañana por su parte dice que el ministro de Interior, Sebastián Amaro, informó en el Senado que “no puede haber y no habrá elecciones si no existen normas directrices y un tribunal que merezca la confianza del país…”
Y El Debate (órgano del herrerismo) reacciona con vehemencia y titula con extrema dureza: “Por un golpe de fuerza entró la República en una Era Sombría”. Además dice que “…ante los afrentosos sucesos ya de pública notoriedad, el presidente de la Asamblea General, Senador doctor Juan B. Morelli en cumplimiento de sus estrictos deberes constitucionales, convocó inmediatamente al Parlamento para celebrar sesión a las once horas de la mañana y adoptar medidas extraordinarias del caso ante el atentado contra la Constitución llevado por el presidente de la República, ahora convertido en déspota…” y así continúa con el alegato incendiario. Luego, bajo otro título: “Ante un golpe de mano”, se proclama al vicepresidente Cesar Charlone, presidente legal del país.
En contraste con la tumultuaria actitud de Herrera y sus seguidores, surge la parca decisión de Pedro Manini Rios, de elevarle su renuncia a Cyro Giambruno, presidente del Partido Colorado: “…los hechos conocidos modifican el estado de las cosas políticas, y por gravitación, mi propia posición como candidato…” Hacía dos meses había sido proclamado candidato único por el Partido Colorado en el Estadio Centenario para las elecciones nacionales del 29 de marzo, en las cuales hubiera sido el favorito.
Por su parte, el presidente de la República, Gral. Alfredo Baldomir, hizo su mensaje al país por cadena de radio, exponiendo “los motivos que provocaron la actual situación…”
“Yo soy el primero en deplorarlo”, dice Baldomir, “pero no es mía la responsabilidad de lo acontecido… Yo no me dirijo hoy a la nación para formularle mentiras piadosas; o para silenciar la voz de mi conciencia con la invocación de causas supuestas; o con el triste designio de cubrir atributos despóticos con superfluas y engañosas protestas democráticas…el papel que debo asumir solo lo admito como un sacrificio…”
Así culminaba su melodramática alocución, a la caída de la tarde tratando de justificar “este hecho inevitable, casi fatal”, diciendo que todo fue para “…contrarrestar la conspiración (contra mis conciudadanos) que en su perjuicio directo se tramaba en las sombras”.
El tono plañidero y las excesivas explicaciones del discurso presidencial, queriendo deslindar responsabilidad en el quiebre institucional, desnuda la trama oculta del poder oculto, la que la historiografía aún no osó develar.
Un drama más pautado por viriles silencios, que por los locuaces sofismas de los golpes buenos y malos.
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