Entre la multitud de bárbaros aparecen tanto personas buenas como malas… hay quienes contrabandean opio para seducir al pueblo chino y así causar la propagación del Veneno a todas las provincias. Son personas que sólo se preocupan de beneficiarse a sí mismas, y no tienen en cuenta el daño que causan a los demás.
Lin Zexu, en su “Carta a la Reina Victoria” (1839)
Dio pena escuchar el audio que ayer de mañana emitiera al aire Informativo Sarandí, en el que se escucha con claridad la discusión mantenida entre la fiscal, la jueza y la abogada defensora acerca de si correspondía otorgar o no prisión domiciliaria al narcotraficante encontrado con más de 400 kilos de cocaína dentro de una ambulancia.
Del intercambio se pueden extraer varias observaciones interesantes. En primer lugar, que padecer una enfermedad crónica podría convertirse en una importante ventaja competitiva al momento de inclinarse por una carrera en el narcotráfico. En segundo lugar, del dialogo se desprende que para solicitar un procesamiento con prisión, los fiscales primero deberán demostrar al juez actuante que existe un recinto carcelario adecuado para las necesidades del delincuente/paciente, de modo que terminar en prisión o no pasa a depender de la comodidad del procesado y no de las necesidades de seguridad de la sociedad en su conjunto. Tercero, que toda la arquitectura judicial, procesal y penitenciaria se cae como un castillo de naipes ante un certificado de un “distinguido forense”, que resultó ser apócrifo.
En suma, el espectáculo no daría lástima si viviéramos en un país libre del flagelo del narcotráfico y el diálogo fuera en realidad un sketch de Telecataplum. Pero hace tiempo que nuestra paz ciudadana se ha degradado a tal punto que no necesitamos poner series de Netflix para conocer el mundo del narco. Basta con sintonizar los informativos de la noche.
¿Pero cómo es que empezó esta debacle? Se trata de una historia que se repite a lo largo del tiempo y el espacio, asentada en una corrompida concepción de la libertad que tiene por resultado la desintegración de familias y naciones, como si éstas hubieran sido rociadas con “agente naranja”. Siempre al origen se puede encontrar un emprendedor que vislumbra una oportunidad de negocios.
En la China de la primera mitad del siglo XIX dos comerciantes británicos, William Jardine y James Matheson, unieron sus esfuerzos para desafiar el impresionante poderío de la Compañía Británica de las Indias Orientales que monopolizaba el comercio entre el Reino Unido, India y China. Acérrimos defensores del libre comercio, en 1830 ambos decidieron involucrarse en el lucrativo e ilegal comercio del opio, importando el producto en Cantón desde la India. Para 1836 la sociedad había logrado alcanzar el récord de 30.000 arcones de opio importadas al año, multiplicando el volumen ocho veces en quince años. La contrapartida es que también se multiplicaban el consumo de opio y sus efectos devastadores en la población. Como resultado, ese mismo año el emperador chino emitió un edicto prohibiendo la importación y el consumo de la droga. Como resultado, el gobernador de Cantón procesó por tráfico de drogas a nueve prominentes comerciantes, entre los cuales se encontraba Jardine, quien ignoró la medida y siguió llevando adelante sus actividades con impunidad imperial. El conflicto fue escalando, hasta que a instancias de Jardine los oficiales británicos mandaron una carta a Lord Palmerston solicitando “tres o cuatro fragatas y bergantines, con algunas pocas tropas estables”.
Al mismo tiempo el número de adictos también crecía exponencialmente, estimándose que para 1838 ascendían a entre cuatro y doce millones de personas. Ante lo que parecía una empresa imposible, algunos oficiales chinos empezaron a recomendar la legalización de la droga, argumentando incluso que podría ser una fuente adicional de recaudación impositiva. ¿Suena familiar este argumento? Pero el emperador tomó el camino opuesto, el de la represión del tráfico, nombrando a Lin Zexu como comisionado imperial a cargo de la operación, quien como primera medida escribió una carta apelando a la responsabilidad moral de la reina Victoria de controlar las actividades de sus súbditos. La carta nunca llegó a destino, pero las autoridades chinas comenzaron a confiscar droga y cerrar los almacenes y fábricas. Para el año siguiente Jardine asesoraba en Londres a Palmerston sobre las acciones militares de represalia contra China.
Pero para convencer al público británico de ingresar en una aventura bélica resultaba necesario actuar sobre la “prensa libre”. Es así que Matheson recomendó a su socio en el tráfico “asegurarse los servicios de algunos de los principales periódicos para promover la causa”, así como contratar “hombres de letras” para escribir a favor del tráfico de drogas, disfrazando su interés detrás del argumento que el gobierno chino había destruido “propiedad privada” de súbditos de la corona británica. Empujados por conocidos escritores de la época, que como Samuel Warren alquilaron su pluma al servicio del tráfico de drogas, los británicos terminaron yendo a la guerra en 1840.
Hoy nuestro país se enfrenta a un desafío similar al que enfrentó China hace dos siglos. Hay soldados, dinero, cerebros y plumas distinguidas alineadas detrás del objetivo de que el Estado quede paralizado ante el creciente envenenamiento fisiológico y moral de la ciudadanía. Instituciones diseñadas constitucionalmente para combatir amenazas externas se muestran poco preparadas para enfrentar esta formidable amenaza que pone en ciernes a la Nación. Lo cierto es que, si no probamos nada nuevo, probablemente todos los años estaremos peor que el anterior. Los chinos hablan del “Siglo de la humillación” para referirse a los 100 años que siguieron a la primera Guerra del Opio.
Con tanto viaje a China quizás podamos aprovechar para aprender un poco de su historia y empezar a tomar medidas en serio frente al flagelo de la droga. Podríamos empezar por terminar con esa banalización del problema que parecería ser promovida desde la misma Junta Nacional de Drogas, que llamativamente casi no se la escucha.
TE PUEDE INTERESAR