Vivimos en la época de los dramáticos acontecimientos que están cambiando el mundo con rapidez. La pandemia del nuevo coronavirus planteó retos ante todos: estados, organizaciones multilaterales, pueblos y cada persona. Son retos inimaginables que no reconocen fronteras y amenazan a las bases de la subsistencia global.
Como sucedió frecuentemente en grandes encrucijadas de la historia, se plantea con agudeza ante la humanidad la sempiterna cuestión de cuál es la panacea y dónde buscarla: en las particularidades nacionales o en acciones colectivas, en proteccionismo egoísta o colaboración, en división o un esfuerzo encaminado.
A menudo se refieren a la crisis epidemiológica que estamos atravesando como la mayor perturbación que la comunidad internacional haya sufrido desde la Segunda Guerra Mundial. Es algo que no parece una exageración. Ni en cuanto a la dispersión geográfica, ni a la profundidad del impacto, ni a las repercusiones que se espera que pueda tener. Y ahora, cuando honramos a los 75 años de la Gran victoria sobre el nazismo, que fue alcanzada en el escenario europeo del teatro de la guerra en el mayo de 1945, es más pertinente que nunca recordar aquellos trágicos sucesos lejanos para reflexionar una vez más sobre el valor de aquella experiencia historia sufrida y sus lecciones para la actualidad.
La guerra fue el conflicto global de magnitud sin precedentes: involucró a 61 estados o el 80% de la población mundial. Fallecieron cerca de 70 millones de personas – un número 5 veces mayor que durante la Primera Guerra Mundial. El daño material supero las estadísticas de la primera guerra mundial 11 veces, los gastos militares alcanzaron 4 billones de dólares.
Para Rusia como continuador de la Unión Soviética esta guerra recibió el nombre de la Gran Guerra Patria porque demandó la concentración de los esfuerzos mayores de todos los pueblos del país, manifestando su heroísmo, valentía sin precedentes y sacrifico en aras de la paz, la libertad y la justicia
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La guerra dejó sus huellas en cada familia soviética, en cada hogar. Fue arruinado un 30% de las riquezas nacionales, se destruyeron 1710 ciudades, más de 70 mil poblaciones, 32 mil producciones industriales. Fallecieron 27 millones de ciudadanos soviéticos, entre ellos 600 mil soldados liberando Polonia, cerca de 140 mil en Hungría y la misma cantidad en Checoslovaquia, más de 130 mil en Letonia y en Lituania, 69 mil en Rumania, 26 mil en Austria. Muchas consecuencias psicológicas, demográficas, económicas de aquellos sucesos atravesaron generaciones y han dejado una herida abierta en los corazones y almas de las generaciones posteriores.
Aunque la Unión Soviética entró en la guerra en 1941, dos años después de su comienzo, fue la URSS el que sufrió el golpe principal de la máquina más potente, organizada y motivada de su tiempo y quien hizo el aporte principal en la derrota del enemigo.
Honramos la memoria de los soldados soviéticos que garantizaron a costa de sus vidas el derecho al futuro pacífico para su patria y toda una familia de pueblos europeos. Pero también hacemos justicia a la contribución de EE.UU., Gran Bretaña y otros aliados que abrieron la segunda frente el 6 de junio de 1944 en Europa Occidental y que prestaron a nuestro país una asistencia considerable en forma de suministros de mercancías con el volumen total de 16,6 mil millones de toneladas que variaban desde alimentos hasta equipos militares.
La victoria configuró el futuro desarrollo de todos procesos mundiales. Sentó las bases de la nueva orden mundial basada en la seguridad colectiva y el dialogo equitativo entre estados soberanos, abrió el camino a la creación de la Organización de las Naciones Unidas como el fundamento para establecer un mundo próspero y justo.
En la crisis actual replanteando los hechos ocurridos en aquellos años volvemos otra vez más a la principal conclusión derivada de la época de guerra: la crisis a menudo es el resultado del menosprecio de los intereses de los demás o incluso de una colisión de estos intereses, mientras que la salida de la crisis siempre es el resultado de esfuerzos conjuntos, colaboración, demostración de la capacidad de unirse ante una amenaza común y alcanzar objetivos comunes por esfuerzos conjuntas.
La Resolución aprobada por la Asamblea General de la ONU en abril llamada “Solidaridad mundial para luchar contra la enfermedad por coronavirus de 2019 (COVID-19)” corresponde plenamente a este enfoque. Rusia va más adelante llamando a “abandonar las guerras comerciales y la aplicación de sanciones impuestas pasando por alto al Consejo de Seguridad de la ONU”, otorgando la prioridad a la cooperación humanitaria y la necesidad de coordinación internacional para luchar contra la pandemia, incluyendo para ayudar a los países más vulnerables.
Para todos los rusos el 9 de mayo es el feriado sagrado. Bajemos nuestras cabezas frente a nuestros padres y abuelos, quienes lucharon contra la muerte, por la vida y la prosperidad. Por nuestro futuro común. Es el principal valor para todos nosotros y es de particular importancia hoy acordar de él frente a nuevas amenazas y desafíos. Sería muy deseable que la crisis actual sirva de “vacuna” contra el egoísmo y el enfrentamiento favoreciendo cooperación y solidaridad.
(*) Embajador de Rusia en Uruguay