Días atrás, escuchando un audio de dos profesores que en los años 70 fundaron un exitoso programa de humanidades en los Estados Unidos (John Senior y Dennis Quinn), me topé con un comentario muy interesante del primero. Dice Senior: “los estudiantes de primer año parecen no querer saber nada. Todo lo que quieren es encontrar un trabajo seguro. Esta generación no está interesada en absoluto en recibir una educación universitaria. ¿Por qué vienen a la universidad? Les iría mejor en una escuela de oficios, ya que solo buscan obtener algún tipo de habilidad comercializable”.
¿Cuál era el fin último de las primeras universidades? Buscar la verdad, la luz del conocimiento, la sabiduría, ¡incluso al mismo Dios! ¿Cómo lo sabemos? Por los lemas de algunas antiguas y prestigiosas universidades. El lema de la Universidad de Oxford es “Dominis iluminatio mea” (El Señor es mi luz); el de la Universidad Francisco de Vitoria es “Vince in bono malum” (Vence el mal con el bien); el de la Universidad de Harvard es “Veritas” (Verdad); el de la Universidad de Columbia es “In lumine tuo videbimus lumen”(En tu luz veremos la luz); el de la Universidad Católica de Córdoba (Argentina) es “Veritas liberabit vos” (La verdad os hará libres).
¿Eso es lo que buscan las universidades hoy? Siempre hay excepciones, pero a veces parece que el lema de muchas es: “Hazte rico y vive bien” o “Gana dinero y consigue poder”. Nadie puede negar que hoy hay universidades que más que instituciones dedicadas a descubrir la verdad y educar para el bien, parecen “escuelas de oficios VIP”. En muchos casos dejan las Humanidades de lado y se dedican a enseñar “habilidades comercializables”, como administrar empresas o emprender negocios. En lugar de “artes liberales”, enseñan “artes serviles”. Como los oficios, pero de “alta gama”.
¿Eso está mal? En principio no. Pero hay un problema de prioridades. Si muchos estudiantes aprenden a hacer dinero, pero no tienen la menor idea de conceptos como bien y mal, mentira y verdad, belleza y fealdad; si no adquieren en la universidad una cultura mínima y una sabiduría básica, cuando salgan al mundo, serán monos con escopeta. Si logran hacer dinero, se convertirán rápidamente en capitalistas fabricantes de comunistas.
Porque el problema no es el capitalismo en abstracto: el problema son los capitalistas que invierten o negocian pensando solo en sus intereses, sin que los detenga barrera moral alguna. Si las universidades no ponen por encima de todo la enseñanza del bien, la verdad y la belleza, el sentido común, la ley natural, la moral objetiva y la responsabilidad personal como límites de la libertad, es probable que en el futuro aparezcan más tipos de la catadura moral de Soros, Bill Gates, Klaus Schwab o Yuval Harari…
No estaría mal que los rectores de las grandes universidades del mundo se aprendieran de memoria los últimos versos de “Santa Marta”: “Si el diablo gobierna hay que tener cuidado / la cultura nunca puede estar de lado / no todo está en venta, no todo es mercado / árbol sin raíces no aguanta parado ningún temporal…”.
“La verdad, la diga quien la diga –dijo Santo Tomás de Aquin– proviene del Espíritu Santo”.
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