“Lo habían perdido todo: su casa, su trabajo, su lugar en la sociedad. Con los últimos ahorros compraron una furgoneta y se echaron a la carretera, desempeñando diferentes trabajos temporales por toda la geografía del país. Hoy viven, de hecho, en una semiclandestinidad, porque no pueden estacionar su vehículo donde quieran. En la calle los multan y en la mayoría de aparcamientos de gasolineras o centros comerciales hay que pagar para pasar la noche”.
(“País nómade. Sobreviviendo a América en el siglo XXI” – Jessica Bruder)
El drama de los jubilados pobres
En el año 2020 se estrenó un film que ha recibido múltiples premios, Nomadland (Tierra de nómades), basado en el libro homónimo de Jessica Bruder que retrata una nueva realidad para la población de Estados Unidos, sobre todo en lo que concierne al acceso a la propiedad de la vivienda, un tema sensible para la clase media. Pero el film, y más aún el libro, además de tratar el problema de las personas que ya no pueden pagar un alquiler, trata también sobre las pésimas condiciones laborales en los gigantescos depósitos de las nuevas compañías digitales, donde personas de 70 y 80 años continúan trabajando, subiendo escaleras, cargando pesados paquetes porque la pensión que reciben es tan exigua que no les permite cubrir el alquiler de la vivienda.
La historia se sitúa en el año 2011 en Nevada, EE.UU., y trata sobre una mujer, Fern, que pierde su empleo tras el cierre de la fábrica en la que trabajó durante años y en la que también trabajaba su marido que había fallecido hacía poco tiempo atrás. Ante esa nueva y frágil situación, esta mujer decide vender sus pocas pertenencias y compra una furgoneta para viajar por el país en busca de trabajo. En el devenir de su camino la protagonista irá descubriendo que su situación es similar a la de muchos, formando parte de una subyacente realidad americana.
“Mientras escribo estas líneas, se hallan dispersos por todo el país. En Drayton (Dakota del Norte), un extaxista de San Francisco de sesenta y siete años trabaja en la recolección anual de remolacha azucarera. Su jornada comienza al amanecer y acaba tras la caída del sol. Con temperaturas que descienden bajo cero, participa en las tareas de descarga de los camiones que transportan toneladas de remolacha desde los campos de cultivo. Por las noches duerme en la furgoneta que ha sido su hogar desde que Uber lo desalojó del sector del taxi y pagar el alquiler se convirtió en un empeño imposible. En Campbellsville (Kentucky), una antigua contratista de obras de sesenta y seis años recorre kilómetros sobre el suelo de cemento de un depósito industrial de Amazon durante el turno nocturno empujando una carretilla mientras va clasificando y almacenando las mercancías. Es una tarea monótona, pero se esfuerza en concentrarse para no confundir los códigos de barras, con la esperanza de eludir el despido. Por la mañana regresa a su minúsculo remolque, aparcado en uno de los parques de caravanas que Amazon alquila para albergar a trabajadoras y trabajadores nómades como ella”. (Jessica Bruder, Nomadland).
Una característica de este grupo humano de nómades es su edad. En una sociedad que privilegia a los jóvenes –no solo por todo el marketing que gira alrededor de ellos sino también por su adaptabilidad casi que natural al uso de las nuevas tecnologías–, que han desplazado a los adultos de más de 50 años a un lugar marginal dentro del mercado laboral. Estas personas que aún están en edad de trabajar, si son o han sido despedidos, les es muy difícil conseguir nuevamente un empleo digno que les permita cubrir sus gastos más elementales. El nuevo mundo laboral no solo requiere del manejo de ciertas técnicas sino también de una estética.
Esta brecha cultural entre las diferentes generaciones de algún modo también ha sido parte del problema. El siglo XXI ofreció a los jóvenes la posibilidad de tener el mundo al alcance de la mano, no solo a través de internet, sino también por la posibilidad viajar, que nunca antes había sido tan barata y accesible, y que permitió una movilidad nunca antes vista. Esta nueva dimensión insertó un modelo de vida basado en la supuesta libertad del individuo (identitaria, étnica, sexual, cultural, etc.). La libertad se volvió el foco de las demandas sociales, dejando de lado las viejas aspiraciones de clase. De ese modo, se consolidó una sociedad basada en el consumo, no solo de bienes, sino también de experiencias.
A través de las redes sociales y las aplicaciones (Instagram, Airbnb, Uber), la vida cotidiana se volvió comercializable. Todos pueden ser taxistas, todos pueden tener un hotel, etc. Los viejos modelos de producir, comercializar, comunicarse terminan siendo descartados, aunque ello signifique aumentar el número de marginados, pobres y nómades.
La deriva de la clase media
La crisis financiera del 2008 significó un punto de inflexión para la clase media de los países desarrollados, provocando que el nivel de vida –económico y cultural– ganado durante el siglo XX cayera paulatinamente. Esta crisis tuvo su principio en EE.UU. a causa de las hipotecas de alto riesgo otorgadas principalmente para la adquisición de viviendas dirigidas a personas con poca solvencia económica. Las mismas tenían un tipo de interés más alto que el de los préstamos personales y tenían comisiones bancarias más elevadas. La Reserva Federal imponía un límite a estos préstamos, por lo que las entidades concesionarias las retiraron de su lista de activos transfiriéndolas a los fondos de inversión. La crisis provocó un efecto contagio que luego se extendió a Europa, principalmente a España, provocando una contracción del crédito para las familias y pequeñas empresas. Con esto aumentaron las tasas de desempleo, y además hubo una reducción drástica del gasto público en retribuciones sociales, lo que desató una nueva realidad para este sector de la población.
En un artículo publicado el 25 de noviembre en Le Monde, el economista francés Lucas Chancel analiza la disminución del patrimonio de las clases media a nivel global. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial y durante un período de 30 años, la clase media aumentó gradualmente su patrimonio y su poder adquisitivo, llegando en la década del 70 –por ejemplo, en Estados Unidos– a tener un alto estándar de vida en cuanto a confort, consumo de bienes, salud, educación, etc.
En el devenir del siglo XXI, según Lucas Chancel, el poder adquisitivo ha ido mermando. En 1980, el salario de entrada de los profesores universitarios era alrededor de 2,2 veces el salario mínimo en comparación con hoy, que es solo 1,2. Durante el mismo período, la participación de la riqueza de la clase media cayó al 35% del total en Francia, en beneficio del 10% superior.
La riqueza de las clases medias en Europa consiste, básicamente, en una propiedad complementada con ahorros o incluso activos profesionales (pequeña empresa), todo hasta 220.000 euros de media por adulto, neto de deudas. El 10% superior posee, además de bienes inmuebles, un capital financiero muy importante (acciones, valores, etc.).
Esta disminución del patrimonio de la clase media, sumado a la inseguridad y precariedad laboral actual en muchos sectores de la economía, ha ocasionado que se vuelva cada vez más difícil acceder a la propiedad de la vivienda, y esta situación lleva a que las generaciones más jóvenes desconfíen del futuro y de sus oportunidades. Por otro lado, aquellos que llegan a la vejez sin una propiedad ni una pensión adecuada, se ven obligados a vivir en muchos casos como neonómades, aceptando empleos degradantes e insalubres para su edad.
Jessica Bruder escribió: “Les encantan los trabajadores jubilados, porque somos fiables. No faltamos al trabajo, nos esforzamos y somos básicamente mano de obra esclava, explica David Roderick, uno de estos refugiados de la nueva economía”.
En conclusión, podemos decir que el modelo económico actual maneja una lógica en que las personas a cierta edad y en una desfavorable situación, forman parte del descarte social, y el único lugar disponible que tienen son los márgenes de las ciudades y los márgenes de la economía, pues no hay lugar para los débiles en el Brave New World (Un mundo feliz).
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