Año a año, sobre fines de octubre, se reaviva la polémica entre quienes celebran Halloween y quienes no lo hacen. Están los que sostienen que es una fiesta inocente y nada más. Otros opinamos que su contenido es contrario a los más elementales principios y valores que deberían guiar la conducta de nuestra sociedad. ¿Por qué?
Ocurre que los celtas del siglo IV a.C., celebraban el comienzo del año el 1º de noviembre. El 31 de octubre por la noche festejaban el Samhein, fiesta del sol, coincidente con el fin de las cosechas y el comienzo del invierno. Ellos creían que esa noche, el dios de la muerte permitía que los difuntos resucitaran y que los espíritus malignos salieran a sembrar el horror y la muerte. Por eso, para confundir a los espíritus malignos y hacerlos creer que eran uno de ellos y evitar ser atacados, los vivos se disfrazaban con ropas macabras.
Con el advenimiento del cristianismo, se empezó a festejar en Irlanda la fiesta de Todos los Santos el 1º de noviembre, y la Vigilia de esa fiesta, la noche del 31 de octubre: All Hallows´ Eve, de cuya contracción proviene el nombre Halloween. Al coincidir las fechas, se mezclaron las viejas creencias celtas con la celebración cristiana, lo que dio lugar a diversas supersticiones y a un sincretismo religioso que poco a poco se fue apartando del sentido católico de “Todos los Santos”. De la mano de inmigrantes irlandeses, Halloween llegó a los Estados Unidos, donde se paganizó y se hizo cada vez más morboso. Décadas más tarde, llegó a Uruguay.
El problema con la fiesta de Halloween es que no se sabe bien cuál es el espíritu que la anima. Basta preguntar a quienes festejan Halloween en Uruguay, cuál es el sentido original de esta celebración, para constatar que la inmensa mayoría se queda en blanco…
En el mejor de los casos, Halloween es una fiesta vacía que no aporta nada. Y en el peor, es una fiesta neopagana con elementos gnósticos, esotéricos y espiritistas, no exentos de peligro: entre la sarta de chirimbolos que se venden para celebrarla, figuran, por ejemplo, los tableros de la ouija.
Tampoco está claro cuál es la gracia y menos en este momento. Con el mundo al borde de la tercera guerra mundial, ¿a quién se le puede ocurrir celebrar la muerte, el horror, el feísmo, disfrazando a los niños de diablos, con ropas ostensiblemente desagradables a la vista? Fiesta por fiesta, tiene mucho más sentido y contenido, la Noche de la Nostalgia…
Tampoco parece inocuo el inicio de los niños en el “arte del chantaje”: si el nene no obtiene el dulce que caprichosamente pide, tendrá “derecho” a tirarle un huevo a la ventana del vecino. ¿Qué clase de enseñanza es esa? Como si fuera poco, esta fiestita se ha impuesto hasta en las escuelas públicas…: todavía estoy tratando de entender en qué se basan los cancerberos de la laicidad, para dar a la religión de los druidas, unos derechos que hace tiempo se les niega en Uruguay, a las grandes religiones monoteístas.
Comparemos por un momento, esta “fiesta” con la Navidad cristiana. Esta sí es una auténtica fiesta, con un contenido y un sentido claros, que se viene realizando desde hace más de 2000 años. ¿Qué celebra? El nacimiento de nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios que vino a salvar a los hombres del pecado y de la muerte, y a abrirles el camino a la vida eterna. Celebra la vida, la familia, la sencillez, la humildad, el amor de Dios por los hombres… Por eso los católicos, la noche de Navidad, nos vestimos con nuestras mejores ropas, vamos a Misa de Gallo y cenamos en familia, ante una mesa muy bien puesta.
Ahora bien, ¿qué hacer con Hallowen? No la vamos a prohibir… Sí podemos, sin embargo, organizar celebraciones mucho mejores la misma noche. Quizá podamos destinar algo de tiempo por esas fechas a hablar a nuestros vecinos sobre el sentido original de la All Hallows´ Eve, la Víspera de Todos los Santos: de la vida eterna y de la llamada universal a la santidad; de la importancia de los Sacramentos, de la Confesión y de la Unción de los Enfermos.
Y puestos a importar fiestas, podemos importar la costumbre de celebrar, esa noche, Holywins –la santidad gana–. Consiste en salir a las calles con nuestros hijos disfrazados de santos, para que, en lugar de chantajear a los vecinos, les regalen caramelos, flores o estampitas. ¿No sería genial enseñar a los chicos –¡en estos tiempos!– a sembrar amor en lugar de terror? ¿A celebrar la vida en lugar de la muerte?
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