En su libro Los que quedan (2016), G. Michael Hopf sostiene que “tiempos difíciles crean hombres fuertes. Los hombres fuertes crean buenos tiempos. Los buenos tiempos crean hombres débiles. Y los hombres débiles crean tiempos difíciles”. En cierto sentido, es difícil saber a ciencia cierta en qué tiempo nos encontramos hoy, porque siempre hay hombres fuertes que conviven con hombres débiles, y tiempos buenos para unos, que son tiempos difíciles para otros. Sin embargo, la sola existencia de una “generación de cristal” habla a las claras de que la debilidad abunda en nuestros días, mientras se echa en falta la fortaleza. Hoy, los hombres fuertes no abundan: hacen falta héroes.
Es muy probable que buena parte del éxito de la película La sociedad de la nieve, se deba precisamente, al reconocimiento que rinde nuestra sociedad, signada por la debilidad, al heroísmo que desesperadamente necesita. Muy en la línea de aquello que decía La Rochefoucauld: “La hipocresía es el homenaje que el vicio le rinde a la virtud”.
¿Qué caracteriza a los héroes, tan necesarios en la vida pública, en la vida religiosa, en la vida familiar?
El héroe se caracteriza, en primerísimo lugar, por ser virtuoso: prudente, templado, fuerte, justo. Tan alejado de la pusilanimidad como de la soberbia, tanto de la cobardía como de la temeridad. Sus virtudes lo predisponen a entregarlo todo –hasta su propia vida–, en defensa de aquellos principios e ideales en los que cree. Su firmeza no le impide transar en cuestiones opinables, pero su amor a la verdad, lo lleva a no ceder nunca ante principios innegociables.
Al héroe no le importan los reconocimientos ni las alabanzas. Desprecia las lisonjas y está más que dispuesto a sufrir mil difamaciones y calumnias, si la causa del bien, la belleza y la verdad lo requiere.
No le importa ver su nombre en las obras de sus manos, ni ver los frutos de su trabajo: solo quiere “cultivar la tierra”, dar buen ejemplo, y sembrar buena doctrina para que muchas almas se aprovechen de la cosecha. No se empeña en caer siempre de pie, ni en conservar su imagen de hombre juicioso y tolerante.
El héroe prefiere morir luchando con gigantes o leones a ceder un palmo ante el avance del error y la mentira. No tiene miedo a la verdad, aunque la verdad le acarree la muerte.
El héroe se caracteriza por ser insobornable. Lejos de amar las riquezas, vive austeramente, abandonado en la Divina Providencia. No le importa el qué dirán, ni los padecimientos físicos, económicos o morales que pueda sufrir. Prefiere ser olvidado, rechazado y cancelado por los malos –¡e incluso por los buenos!– a ceder a la corrección política o al error.
El héroe, si es cristiano, se preocupa, ante todo, por hacer lo que es bueno y honesto, aunque a veces ello implique denunciar lo que está mal por el bien de las almas y para la mayor gloria de Dios.
Es característico del héroe el espíritu romántico, idealista, quijotesco. Como el famoso personaje de Cervantes, sabe bien “lo que es valentía, que es una virtud que está puesta entre los dos extremos viciosos, como son la cobardía y la temeridad; pero menos mal será que el que es valiente toque y suba al punto de temerario, que no que baje y toque en el punto de cobarde”.
El héroe es, además, magnánimo: su alma grande le lleva a realizar empresas grandes. El héroe, con la gracia de Dios, es capaz de acometer y realizar lo imposible, porque como decía san Josemaría, lo posible lo hace cualquiera. Suele ser, también, signo de contradicción: su lucha, grandiosa y alegre, molesta a los pusilánimes y a los cobardes.
El héroe desprecia la comodidad: no se cansa nunca de combatir sus defectos y pecados, ni a los enemigos de su patria y de su Dios. Nadie hay en el mundo más libre que un héroe dispuesto a vivir y morir “con la libertad y la gloria de los hijos de Dios”.
¿Cómo se forman los héroes? Alentando a los chicos a poner en práctica una buena cantidad de virtudes humanas. Ayudándolos a rechazar la flojera. Procurando que frecuenten la buena lectura épica. Animándolos a practicar deportes fuertes, que los ayuden a perder el miedo al contacto físico, a las caídas, raspones o quebraduras. Poniéndolos en frecuente contacto con la naturaleza. Los héroes no se crían entre algodones. Se forman enfrentando dificultades y superándolas. Tu hijo puede ser un héroe. Y aún más: ¡puede ser un santo! En buena parte, depende de ti que lo sea.
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