Fragmentos de la conferencia que brindó Hugo Manini Ríos el jueves 29 de junio de 2017 en la Casa del Partido Colorado en homenaje a José Enrique Rodó a cien años de su muerte. En el evento, participaron el expresidente Dr. Julio María Sanguinetti y los integrantes de la Sociedad Rodoniana, su presidente, Hugo Manini Ríos, y Jorge Leone.
“En mi casa, ya de niño, me gustaba mucho hablar con mi abuelo Pedro Manini Ríos y siempre sentí una enorme admiración por la figura de Rodó. Tuve el privilegio de tener de profesor de filosofía en preparatorios a Nelson Pilosof, un brillante comunicador de ideas filosóficas que me eligió para estudiar a Henry Bergson. Bergson era un propagador de la idea de la vida, del vitalismo, el Élan vital, la evolución creadora, el dinamismo de la vida frente a las ideas inmovilistas de fines del siglo XIX.
En ese sentido tenemos que ser bien claros que no estamos juzgando ideas, no somos académicos de ideas. Simplemente queremos enraizar a Rodó, que también aparece al finalizar el siglo XIX como un cuestionador de las ideas del positivismo en las figuras de sus principales propulsores, sea Herbert Spencer, sea Charles Darwin o Augusto Comte. Lo cual no quiere decir que los impugnara.
Empecé a informarme y a leer y me hice absolutamente rodoniano a partir del año 2007-2008 cuando le embajadora de Colombia, Claudia Turbay Quintero, me pidió preparar una conferencia sobre Rodó. De ahí que me puse a estudiar a Rodó y encontré una gran similitud con Bergson. Tanto es así que después de esa conferencia la propia embajadora me publicó un libro, que se lo envié al Dr. Sanguinetti, quien inmediatamente que lo recibe, como lo hace con tanta fineza y tanto estilo, me manda una carta y simplemente voy a leer dos frases: “Estimado amigo, me dio una gran alegría recibir su trabajo sobre Rodó. Figura emblemática del pensamiento y principal intelectual del país”. Y termina la carta diciendo: “Hay que ubicarlo en su época, como usted bien hace, en la generación del 98. Por otra parte, una cosa es Rodó y otra sus epígonos que usted muy bien reseña. Pero a veces lo cargaron con acentos que él no había puesto, como suele pasar con los epígonos. Una cosa es Freud y otra los freudianos. Una cosa es Marx y otra los marxistas”. Efectivamente, así es.
Se ha dicho con un poco de maledicencia que Rodó es un repetidor de las ideas de Renan o del pensamiento francés de finales del siglo XIX, lo cual no es cierto. Es verdad que Rodó lo cita mucho a Renan, sobre todo en Ariel, pero Rodó no es un servil seguidor de Renan. Es más, en la parte IV de Ariel cuando se la dedica a la democracia, reconoce que tanto Renan como Hippolyte Taine, como la mayoría del pensamiento culto francés posterior a la debacle de la guerra franco-prusiana, era impugnador de la democracia. Y Rodó con toda energía en la parte IV de Ariel le contesta al maestro, como le llama él a veces a Renan, y le dice:
“Piensa, pues, el maestro que una alta preocupación por los intereses ideales de la especie es opuesta del todo al espíritu de la democracia. Piensa que la concepción de la vida, en una sociedad donde ese espíritu domine, se ajustará progresivamente a la exclusiva persecución del bienestar material como beneficio propagable al mayor número de personas. Según él, siendo la democracia la entronización de Calibán, Ariel no puede menos que ser el vencido de ese triunfo […]. Estas paradojas injustas del maestro, complementadas por su famoso ideal de una oligarquía omnipotente de hombres sabios, son comparables a la reproducción exagerada y deformada, en el sueño, de un pensamiento real y fecundo que nos ha preocupado en la vigilia”.
“Desconocer la obra de la democracia en lo esencial, porque, aun no terminada, no ha llegado a conciliar definitivamente su empresa de igualdad con una fuerte garantía social de selección, equivale a desconocer la obra, paralela y concorde, de la ciencia, porque interpretada con el criterio estrecho de una escuela, ha podido dañar alguna vez al espíritu de religiosidad o al espíritu de poesía. La democracia y la ciencia son, en efecto, los dos insustituibles soportes sobre los que nuestra civilización descansa, o, expresándolo con una frase de Bourget, las dos ‘obreras’ de nuestros destinos futuros. En ellas somos, vivimos, nos movemos”.
Simplemente quiero destacar que Rodó tiene una preocupación, en primer lugar, por los valores en los cuales debe reposar la democracia. Rodó hace hincapié en el tema del utilitarismo y lo contrapone a los nobles ideales de Ariel.
Cosa curiosa es que esta recepción que ha tenido Rodó en los cien años de su muerte, es un poco la excepción a la regla en nuestro país, al que le gusta todo manejarlo en blanco y negro o estar en lo bueno o el mal absoluto. Es un país al que le cuesta encontrar los matices. Rodó es un hombre de matices. La obra filosófica más importante de Rodó desde mi punto de vista es Motivos de Proteo. Rodó pone a Proteo como el mar, como esa realidad cambiante, como decía Bergson en La evolución creadora, el cambio de las generaciones y el cambio de la vida. De manera que Rodó jamás habla en blanco y negro. Pero con respecto a la democracia es contundente, como lo es de contundente con respecto a la espiritualidad.
Hace pocos días vi un trabajo de González Lapeyre, hombre no muy alejado de esta casa, donde justamente reivindica el antiutilitarismo de Rodó como un bálsamo, como una tabla de salvación para esta sociedad que en los últimos tiempos viene aferrándose a lo que él llama el consumismo. Realmente vale la pena leer el trabajo de González Lapeyre porque es muy profundo y es una reivindicación de Rodó, donde la crítica que Rodó le hace al utilitarismo cobra sentido a la luz de lo que está pasando, no en el Uruguay sino en nuestro mundo. Lo mismo o mucho más que en Uruguay se podrá ver en España o en Francia o en Estados Unidos.
Y en cuanto al antinorteamericanismo de Rodó también se comete el gravísimo error. Rodó no es antiyankee o antiimperialista. Es más, la parte V, que es la más grande, Rodó la dedica en su mayor parte a elogiar la democracia de Estados Unidos y sus factores positivos. Simplemente dice “los admiro, aunque no los quiero”, pero esa frase no es contundente, no es absoluta. Rodó admira al pensamiento de Walt Whitman por ejemplo, o de Edgar Allan Poe. Rodó es absolutamente abierto a debatir el tema, pero jamás a caer en excesos maniqueos. Yo quería leer con respecto a este tema de Estados Unidos lo que Rodó entiende como fundamental en el capítulo V de Ariel cuando dice:
“La visión de una América deslatinizada por propia voluntad, sin la extorsión de la conquista, y regenerada luego a imagen y semejanza del arquetipo del Norte, flota ya sobre los sueños de muchos sinceros interesados […]. América necesita mantener en el presente la dualidad original de su constitución, que convierte en realidad de su historia el mito clásico de las dos águilas soltadas simultáneamente de uno y otro polo del mundo, para que llegasen a un tiempo al límite de sus dominios. Esta diferencia genial y emuladora no excluye, sino que tolera y aun favorece en muchísimos aspectos, la concordia de la solidaridad”.
Rodó, en ese sentido, está en su pensamiento lleno de matices. Hay que ubicarlo como que él pretende en esa devolución de la autoestima de los latinoamericanos contrarrestar lo que él llama la nordomanía, que, en aquella época a fines del siglo XIX, hacía pasar que lo nórdico, lo que venía de Alemania o la América anglosajona, por ser anglosajón o alemán, era superior a lo latino.
Muchas veces se pretende también enfrentar a Rodó y a Batlle, cuando es todo lo contrario. Rodó en las dos elecciones que Batlle fue electo presidente votó por él, en 1903 y 1911. Quiere decir que las discrepancias con Batlle pueden surgir hasta de temas personales y por el famoso proyecto del poder colegiado. Cuando Rodó muere en Palermo, en Sicilia, en aquella época se enteraron por acá a los dos o tres días y corrió como un reguero de pólvora la noticia de su muerte. El 6 de mayo el Senado de la República, a solicitud de Pedro Manini Ríos, se pone de pie para rendirle homenaje a Rodó. Manini dice una anécdota muy importante que revela cuán equivocada está cierta historiografía que llega a las aulas y centros de estudio y que crea una confrontación, como que Rodó es un conservador, un elitista y se opone a Batlle.
Tal como Eduardo Víctor Haedo en su libro sobre Herrera, al que califica como un “perfecto radical socialista francé”, Manini en ese momento recuerda que cuando llegó Jean Jaurès a Montevideo en 1911, lo fue a esperar junto con Emilio Frugoni, que había sido colorado y a partir de 1910 fundó el Partido Socialista y mantenía una gran amistad con Rodó hasta el último día y lo llamó “mi maestro”. Jean Jaurès era un socialista francés, líder del socialismo europeo hasta 1914 que fue asesinado en el famoso Café du Croissant por un tal villano Villain, un joven fanático que lo asesina un 31 de julio de 1914, el día antes que formalmente se desencadenara esa brutal hecatombe que fue la Primera Gran Guerra. Jaurès gozaba de una enorme popularidad en el mundo del pensamiento político de principios de siglo. Dice Pedro Manini: “Esa águila de la tribuna francesa, Jean Jaurès, me dijo a mí y a Frugoni: ‘Quiero que en el banquete que me van a ofrecer esté José Enrique Rodó. Ariel es mi libro de cabecera, Ariel es el libro de la mejor defensa de la latinidad’”.
Yo digo que, si una figura como Rodó, que fue político, que fue elegido cuatro veces diputado y ejerció tres legislaturas, dejó obras como El trabajo obrero en el Uruguay, no se lo podría poner ni a la izquierda ni a la derecha, ni ponerlo como un ausentista de las realidades sociales ni como un elitista, ni como un aristocratizante. Rodó era un hombre lleno de preocupaciones por lo social, como lo eran la mayoría de aquellos hombres del Partido Colorado de comienzos del siglo XX, pero también del Partido Nacional como Carlos Roxlo y Luis Alberto de Herrera. Quiere decir que tenemos que ubicar a Rodó como uno de los grandes pensadores y también uno de los grandes hombres de la política uruguaya de comienzos de siglo.
Rodó, el Maestro de la Juventud, el movilizador de las juventudes; quien estuvo presente en el Primer Congreso Latinoamericano de Estudiantes en Montevideo en 1908; el que después de muerto estuvo presente en las jornadas de Córdoba de 1918, porque el movimiento estudiantil tenía un lenguaje similar al de Rodó. Cautivaba a la juventud dentro del Uruguay, pero sobre todo fuera del Uruguay. Rodó fue un promotor de toda una corriente que se llamó el “arielismo”.
Rodó ahora vuelve rejuvenecido encontrándole vigencia en un mundo que tal vez, como siempre lo humano encuentra soluciones, va a encontrar soluciones a un exceso de materialismo o de consumismo como dice González Lapeyre o de haber perdido un poco el norte de los verdaderos valores del espíritu y los verdaderos valores de la vida, que eso resume la obra de Rodó. La vida y el espíritu.”