Hay cosas que permanecen inmutables por encima de los cambios cotidianos, conformando dentro de nosotros mismos la idea de una tradición, pero también la imagen de un símbolo que es, al mismo tiempo, una brújula para el espíritu y una guía para la acción.
Afirmaba José Enrique Rodó en su Ariel: “Tenemos –los americanos latinos– una herencia de raza, una gran tradición étnica que mantener, un vínculo sagrado que nos une a inmortales páginas de la historia, confiando a nuestro honor su continuación en lo futuro”. De igual manera, Hugo transmitió, para quienes continuamos trabajando en su legado, no solo el valor histórico que tiene La Mañana desde 1917, fecha en que se fundó este medio, sino que también nos enseñó a valorar el horizonte lleno de futuro que tenemos por delante.
Conocí a Hugo Manini Ríos desde muy joven a través de mi padre, Dugal Cabrera Lemes, quien no solo mantuvo una estrecha amistad con él, sino que además fueron compañeros de ideas políticas y tuvieron las mismas preocupaciones sociales, en una época en que aquello conllevaba riesgos. Baste decir que Hugo y Beatriz fueron los padrinos de la boda de mis padres en la Basílica de San Benito de Palermo en Paysandú, y que en honor a Bruno Manini Ríos –su hermano, quien fuera periodista de este medio– fui bautizado con dicho nombre. Sin embargo, el hecho que acaso estableció una relación más fuerte en mi memoria fue cuando le confesé a mi padre mi vocación de escritor siendo apenas un adolescente. Luego de unos segundos de silencio, me contestó, más como una expresión de deseo que como una realidad –aunque terminó siéndolo–, que algún día, si seguía estudiando, podría escribir en el diario La Mañana. Esa posibilidad, aunque parecía entonces bastante improbable y remota, encendió en mí la chispa necesaria para seguir mejorando y aprendiendo.
Todavía recuerdo cruzarme con Hugo en mi época de estudiante de la Facultad de Humanidades, a principios de 2002, cuando él estaba articulando la Concertación por el Crecimiento. Aquella concertación –no hay que olvidar la crisis económica que se vivía en el país– “surge de la convocatoria en coincidencia de organizaciones relevantes del agro como la Federación Rural, la Comisión Nacional de Fomento Rural, los cultivadores de arroz, los productores lecheros, los granjeros. Y en el mismo plano, la convergencia de organizaciones de empresas nacionales, en gran medida pequeñas y medianas, de panaderos, ferreteros, quiosqueros, autoservicios y supermercados uruguayos, farmacias, transporte, construcción, venta de carne, profesionales de los seguros. Y esas diversas convocatorias que convergen juegan una gran movilización que cuenta con el apoyo y la participación del Pit-Cnt, es decir, de los trabajadores uruguayos, de los asalariados sindicalmente organizados” (Óscar Botinelli en Portal Factum, 24-4-21). Y en esas difíciles circunstancias Hugo pudo mostrar no solo sus dotes de articulador político, sino también al hombre preocupado por los problemas sociales de este país.
En aquellos breves diálogos, me manifestó en más de una ocasión que un escritor no debería únicamente saber escribir, sino que además debería conocer la realidad que lo circunda, tanto intelectual como material. Y en ese sentido Hugo veía una síntesis ideal entre el intelectual, el productor rural y el político. Para un joven como era yo, de apenas veintiún años y con una formación estructuralista, aquellos planteos quedaron vibrando en mi pensamiento sin poder entenderlos del todo. No obstante, pasado el tiempo, y en la medida en que mi madurez intelectual se fue asentando a través de la lectura de los clásicos, pude comprender qué había querido decirme. De hecho, hasta la modernidad, el escritor también podía ser un hombre de acción, baste recordar a Cervantes en Lepanto, por ejemplo. Y por esas coincidencias de la vida, yo mismo intenté durante algún tiempo conciliar al productor rural con el intelectual, en la búsqueda de concebir a la escritura también como un medio de acción.
Tuvieron que pasar casi dos décadas desde aquellas charlas para que Hugo volviese a reconquistar La Mañana, en un contexto en el que el proyecto político y cultural del Frente Amplio que había gobernado durante quince años se había agotado y dejado una serie de secuelas para el país. En esas circunstancias era necesario que surgieran nuevas voces en la opinión pública que aportaran otro punto de vista que contribuyera al diálogo de ideas a nivel nacional.
Puesta en marcha esta iniciativa, fui integrándome poco a poco a la nueva La Mañana, primero escribiendo desde la distancia y luego, hace casi dos años, comencé a trabajar junto a Hugo en la redacción hasta su desaparición física. Ese tiempo que compartimos fue muy significativo para mí y diría que supuso un curso intensivo de escritura periodística, de historia y de filosofía. Pero por sobre todas las cosas me transmitió lo que significaba pensar desde La Mañana. Para ello, comencé a realizar incursiones semanales en la hemeroteca de la Biblioteca Nacional a fin de leer las viejas editoriales de Pedro Manini Ríos, hilvanando así los valores que le dieron forma a este medio tras las elecciones de 1916 con los valores que lo hicieron emerger en pleno siglo XXI. Esa combinación entre tradición y aggiornamento era justamente aquello a lo que Hugo apelaba.
En definitiva, el unir mi amor por la escritura y la lectura con el que había sido durante tanto tiempo su anhelado proyecto, no solo ha sido un honor del que estoy agradecido, sino que también es un hermoso camino que recorrer junto a Manuelita Manini Ríos, heredera de este medio de prensa y directora de este medio, y todo el equipo de La Mañana que hace cada edición posible, permitiendo que la escritura también sea un vehículo de acción.
Para quienes trabajamos en este medio de comunicación, la memoria de Hugo Manini Ríos está presente cada semana, porque más allá de su ausencia seguimos pensando nuestras editoriales a través de sus claves bibliográficas, de sus anécdotas –que eran una sus formas de enseñanza– o de sus interpretaciones históricas –que eran en realidad una clase de filosofía de la historia–. Hugo era un ser polifacético y eso le permitía tener un conocimiento más agudo y profundo sobre nuestra realidad, y al mismo tiempo tuvo la capacidad para transmitirle a este equipo de trabajo la suficiente fe y entusiasmo para realizar la tarea que semanalmente tiene por delante.
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