Cuando escuchamos la palabra “ídolo” tendemos a pensar en un gran jugador de fútbol, en un famoso cantante de rock o en una imagen de madera o piedra a la que se rinde culto. Pero no son estos los únicos ídolos que los hombres adoran hoy…
Dice el Libro de la Sabiduría en el capítulo 14 que los ídolos “fueron introducidos en el mundo por la vanidad de los hombres”, y que “no se contentaron con errar en orden al conocimiento de Dios, sino que viviendo sumamente arruinados por su ignorancia, dieron el nombre de paz a un sinnúmero de muy grandes males. Pues ya sacrificando sus propios hijos, ya ofreciendo sacrificios entre tinieblas, […] no respetan las vidas, ni la pureza de los matrimonios, sino que unos a otros se matan por celos, o con sus adulterios se contristan. Por todas partes se ve efusión de sangre, homicidios, hurtos y engaños, corrupción, infidelidad, alborotos, perjurios, vejación de los buenos, olvido de Dios, contaminación de las almas, trastorno de la naturaleza, inconstancia de los matrimonios, desórdenes de adulterio y de lascivia; siendo el abominable culto de los ídolos la causa, y el principio y fin de todos los males”.
El dinero, el poder, el placer, el sexo son ídolos a los que adoran aquellos que han desterrado a Dios de sus vidas, y han convertido al hombre en su ídolo. Hay, además, otros ídolos como el pacifismo y el buenismo, muy característicos de nuestro tiempo.
Como cristianos, debemos trabajar por el bien y por la paz. Pero no llamar “paz a un sinnúmero de males” como el aborto, que a menudo se practica en nombre de la paz, para “liberar” a los padres de la “carga” y las incomodidades que supone traer un hijo al mundo.
Luego, están los pacifistas. No conciben la existencia de guerras, violencia o enfrentamientos de ningún tipo. Y en parte tienen razón: ¿quién no quiere evitar las guerras o la violencia a como dé lugar? Ahora bien… si un violador entra en casa y ataca a nuestra hija con intención de violarla; o si vemos que los narcos destrozan las vidas de nuestros jóvenes con sus drogas, ¿debemos permaneceremos impasibles? ¿O es necesario reprimir al agresor para alcanzar la paz? La respuesta es obvia…
Hace poco el P. Christian Ferraro narraba en un audio el encuentro de un gran científico con el santo padre Pío. El erudito acudió a su confesionario para pedirle que bendijera “la obra de su vida”: un par de libros en los que había trabajado durante muchos años. El padre Pío le preguntó con severidad: “¿Es esta la obra de tu vida? ¿Has vivido sesenta años para escribir estos dos libros? ¿Este ha sido el objetivo de tu vida?”. Con esas preguntas quería mostrar al hombre el apego desordenado que tenía por su obra: la había convertido en un ídolo. “Si hubieras hecho lo mismo, pero para el Señor, todo sería diferente”, dijo el padre Pío. Y terminó la confesión diciéndole al científico: “Si solamente has venido a eso, vete, vete, fuera”.
A los ojos de quienes idolatran el buenismo de moda, estas palabras pueden parecer excesivamente duras. Quizá, escandalosas. Sobre todo porque las dijo un santo. Parecería que si hay riesgo de ofender a alguien o de confrontar con el prójimo lo mejor es callarse la boca, y hablar con nuestros interlocutores, solo de aquello en lo que coincidimos. Pues no. Los puentes se tienden sobre orillas opuestas. Además, si antes de actuar pensamos ¿qué haría Nuestro Señor en esta situación? a veces concluiremos que tendría un gesto misericordioso y amable para con el que yerra; pero otras, es indudable que fabricaría un látigo de cuerdas y echaría a los “mercaderes” del templo. O bien, que diría a sus interlocutores: “¡Raza de víboras!”.
De modo análogo, en caso de necesidad, muchos santos pusieron la verdad por encima de la concordia. A veces se vieron obligados a manifestar su profunda caridad para con el prójimo, tratándolo con cierta aspereza. En ocasiones, levantaron la voz y endurecieron el gesto para remover las almas de los pecadores, para enfrentarlas consigo mismas, con la verdad de sus vidas, con sus pecados y con Dios, cuando todavía podían convertirse.
Ciertamente, debemos amar al prójimo y procurar la paz entre los hombres. Pero más importa la santidad. Y esta no se alcanza adorando ídolos: ni antiguos ni modernos.
A propósito, el científico que fue a visitar al padre Pío reflexionó profundamente sobre la reprensión recibida, cambió de vida y quedó muy agradecido por los sabios consejos del santo.